Toluca, Edomex. 23 de junio de 2014.- No cabe duda que ayer comenzó la sucesión del Estado de México para el 2017. De manera muy anticipada, los priístas han comenzado a cerrar filas, donde se erige con singularidad el liderazgo de Arturo Montiel y su grupo político, el mismo entorno que ha dominado los últimos tres sexenios en territorio mexiquense, y hoy domina la estructura de poder en Los Pinos, y muchas de las secretarías de estado del Gobierno de la República, que encabeza su discípulo, Enrique Peña Nieto.
Las apuestas podrían inclinarse a favor de Montiel, para que sea de nueva cuenta el factor decisivo que decante las condiciones del sucesor de Eruviel. Fue Montiel quien se inclinó a favor de Enrique Peña en enero de 2005 como su delfín político, y luego fue el mismo exmandatario, quien provocó un clivaje político para erigir a Eruviel como gobernador en 2011, en mera simulación de empoderamiento al Valle de México, pero bajo la hegemonía de los montielistas.
Hoy Montiel representa el liderazgo inacabado del priísmo mexiquense, lo que enorgullece a su clase política y al grupo Atlacomulco que lo reconoce como el principal mentor de las últimas dos décadas. Sin embargo, su reivindación tira por la borda los esfuerzos por hacer creer que el priísmo ha encontrado una renovación y formas de hacer política bajo Enrique Peña. El peñismo no ha logrado consolidarse con libertad, ni con influencia propia, y el montielismo es una expresión inacabada del poder político hoy dominante.
Hasta hoy, Montiel sigue operando como el padre político de quien gobierna el Estado de México y el país. Con Carlos Iriarte como presidente estatal del PRI, tendrá las condiciones suficientes para influir en las decisiones de las candidaturas en juego por las elecciones del próximo año. Muchas otras candidaturas, incluidas las diputaciones federales y municipios prioritarios, se palomearán en Los Pinos. La sede del gobierno estatal estará convertida en mera oficialía de partes, para conocer de los asuntos, pero no decidir sobre ellos.
Si el objetivo era hacer de Enrique Peña el líder del proyecto político nacional, y el primer priísta del país y del estado, la premisa se desvanece con un Montiel siempre presente y vigente en las decisiones de la entidad, a nueve años de su defenestración. Hoy más que nunca, Peña –a través de Eruviel- ha devuelto el poder de la entidad, a su grupo político. Los Golden boys están dominantes, y tan vigentes como cuando ascendieron al poder en el lejano 1999.
Otro aspecto que no pasa desapercibido es la ausencia de Eruviel Ávila. Al parecer el gobernador en turno no es el primer priísta de la entidad, y es un soldado más, bajo el predominio de quien ayer se robó la fiesta: Arturo Montiel. Sin dejar de subrayar el vacío marcado de otros exgobernadores: Chuayffet y Camacho, que no han terminado por cerrar filas con Eruviel Ávila, y su proyecto; mientras que en Carlos Iriarte reconocen la influencia del montielismo, y se deben sentir no sólo agraviados, sino desplazados.
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