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Juan Carlos Núñez Armas

La semana que terminó estuvo llena de eventos políticos que, seguramente, cambiarán algunas de las condiciones que viviremos el próximo año. Por ejemplo el debate de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América entre Biden y Trump, la primera fase de la encuesta de reconocimiento de los aspirantes a dirigentes nacionales de Morena, la supresión de una buena parte de los fideicomisos que se habían mantenido durante muchos años en el gobierno federal, la votación de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre la constitucionalidad de la encuesta para juzgar expresidentes, la aprobación de la legislatura del Estado de México para disminuir el número de síndicos y regidores en los ayuntamientos. En fin, una semana cargada de muchas determinaciones que impactarán nuestra actual forma de vida.

Además de todos estos acontecimientos, quisiera pedirles que no perdamos de vista la campaña norteamericana y ante la pregunta que mis amables lectores se hagan de “¿por qué?”, la respuesta es muy sencilla: desde hace varios años las campañas electorales, en cualquier parte del mundo, se han “americanizado”.  Es decir, las estrategias utilizadas en la democracia considerada la más antigua del mundo actual, suelen ser parcialmente implementadas en diversas latitudes del globo, especialmente en Latinoamérica.

El caso es que el debate resultó un pobre espectáculo donde Trump intimidó e interrumpió cuantas veces quiso a Biden y al moderador. Una mal puesta en escena llena de acusaciones, falsedades, ataques. Sin respeto a las reglas del juego, previamente establecidas por los equipos de ambos candidatos, y por supuesto sin ninguna consideración en el uso de un lenguaje violento. En ese contexto, cuesta trabajo extraer las propuestas de cada candidato.

En el caso de la campaña de Morena uno de los aspirantes, Gibrán Ramírez, al conocer el resultado de la encuesta de reconocimiento, que lo deja fuera de la contienda, inmediatamente empezó a descalificar al INE, a declarar que “hubo intereses de las más altas cúpulas del poder que se conjugaron para perpetuar ese despojo… está en operación, el fraude más burdo…” y así por el estilo. Tal parece que, a semejanza de la campaña estadounidense, en Morena se hace uso de un lenguaje agresivo.

Las campañas suelen estar revestidas de una serie de confrontación de ideas, programas y candidatos, llenas de tensión y de pasión por llegar a la victoria, pero francamente, cada vez más se olvidan de las ideas y se enfocan en la descalificación del adversario.  En este momento me pregunto si lo que vemos en el 2020 es un adelanto de las campañas que tendremos el próximo año, entonces preparémonos para ver un entertainment, con actores políticos cambiando de un partido a otro, como fichajes en el fútbol, con ataques y descalificaciones, utilizando un lenguaje belicoso parecido al de la guerra.

En este momento observamos que los candidatos y sus partidos emplean más tiempo en descalificar al adversario que en proponer soluciones que requieren los ciudadanos. Si las campañas sirven para movilizar los votos de los indecisos y convertirlos en votos efectivos a la causa de un candidato, pienso que nuestros electores se quedarán esperando mientras los aspirantes se lanzan ataques una y otra vez.

Según el conocido neurolingüista George Lakoff, la comunicación tiene que ver con crear un marco -al que llama frame– a través del lenguaje, es decir, elegir un vocabulario que encaja en nuestra visión del mundo. Este marco se relaciona primero con las ideas y el lenguaje con que se transmite, para evocar en el oyente esas mismas ideas. Pau Solanilla, un consultor internacional y autor del libro la República de la Reputación, dice que “En la política de hoy, el discurso está más centrado en polarizar las audiencias y alentar el miedo a los otros que en ensalzar las virtudes propias”.

Entonces está en crisis la política, el lenguaje se ve carente de retórica aristotélica o francamente los políticos nos están mostrando su bajo nivel para debatir ideas y contenidos de sus propuestas.  A final de cuentas, los medios sólo trasmiten lo que ven y escuchan o ¿no?, siguen cumpliendo la misión orientadora y mediadora según algún día aprendí, de lo contrario se estarían convirtiendo en los brazos armados de un bando o del otro.

Por otra parte, tal vez nos están faltando líderes, con mayor valor y determinación, audaces de utilizar un lenguaje inspirador, una narrativa que evoque nuestros sentimientos y mueva nuestros corazones a partir de una visión positiva del complicado mundo que nos tocó vivir. Dice Solanilla “debemos reivindicar un nuevo lenguaje que contribuya a un nuevo relato movilizador para recuperar la credibilidad, la confianza y, por lo tanto, la reputación como elemento imprescindible para enmarcar los mensajes.

Un buen comienzo pareciera empezar por tener políticos más profesionales o mejor asesorados, para que no intenten engañar al público, capaces de decirnos quiénes son y tratar a la opinión pública como adulta. No debemos intentar esconder la realidad bajo la alfombra porque tarde o temprano alguien la encuentra. Por difícil que parezca, busquemos encontrar el punto medio de cualquier batalla, por profundas que sean las diferencias localicemos los elementos fundamentales de la discusión y expongámoslos públicamente, para debatir y aprender del otro, no de aniquilarlo.

El tiempo debe usarse para recuperar la confianza en la política y un buen principio es mejorando el lenguaje que utilizamos. Los políticos deben entender que su credibilidad depende de utilizar narrativas creíbles, que inspiren sentido de pertenencia, de confianza y de identificación con el medio en el que nos desarrollamos.

Necesitamos un lenguaje que conecte con la propuesta. Que emocione, sí, pero que sea sincero para generar orgullo de pertenencia a los valores y creencias de la comunidad en la que nos desarrollamos. Hoy frente a la pandemia, necesitamos estados mentales y discursos que no propaguen el odio, que nos mantengan positivos. Necesitamos generar una sinergia social donde la positividad y el lenguaje nos reanime, nos haga empáticos y solidarios, nos permita soñar y sentir que podemos tener un mejor futuro, menos confrontado y enriquecido por propuestas reales y coherentes de que podemos construir algo mejor y que esto también pasará.

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