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Juan Carlos Núñez Armas*

La vacuna ha llegado y se empieza a distribuir para su aplicación. Por supuesto, las notas que predominan son, sobre quién llegó un día antes a la fila, quiénes tardaron horas, quiénes no pudieron ser vacunados por la mala organización del proceso… y los políticos, ni tardos ni perezosos, se apresuran a festinar con discursos triunfalistas, como un gran logro, las dosis aplicadas. Lo cierto es que a muchas familias con adultos mayores les causó una gran alegría obtener la primera dosis del biológico.

Por otra parte, se calcula que la mitad de la población en nuestro país ha sido expuesta al virus y que los muertos, al sábado 20 de marzo son 197 mil 827 (cifras oficiales). Sin embargo, a partir del análisis del exceso de mortalidad respecto a años anteriores, la cifra rondaría más de 508 mil muertes por causas directas o indirectas. Este exceso de mortalidad se ha calculado aplicando un factor de 2.57 a la cifra oficial. Para muestra, basta decir que durante enero y febrero se tiene calculado que un 25% de población presentó síntomas como resultado de infecciones durante las fiestas de diciembre. Muchos estamos a la expectativa sobre un posible repunte de contagios por las actividades de Semana Santa.

Llama la atención cómo, ante el riesgo inminente de una pandemia, la reacción natural es protegernos a nosotros mismos. Pareciera que la humanidad avanza a golpe de crisis.  Y ante esas crisis hay reacciones de enorme inteligencia como en el caso de los científicos que se dieron a la tarea de desarrollar vacunas. Sobresale el caso de BioNTech, asociada a Pfizer. Esta virtuosa reunión de capacidades permitió actuar con rapidez, siempre respetando el rigor científico, que alcanzó en poco tiempo resultados satisfactorios. El reto mayúsculo que se enfrenta, una vez confirmado que el biológico obtiene los resultados esperados: no hay vacuna para todos.

Más complicado todavía, en países desarrollados hay que enfrentar a los “grupos antivacunas”. Dos ejemplos: Alemania, donde existe un consejo de ética para delinear criterios sobre cómo aplicarla: por generaciones o por zona geográfica, sólo el 57% de la población acepta ser vacunado; el segundo ejemplo son los Estados Unidos, país en el que 50% de su población (septiembre 2020) estaba dispuesto a vacunarse. Y no olvidemos el fenómeno que han bautizado como “nacionalismo de vacunas”, es decir primero yo, mi región y luego los demás.

Considero que la vacuna debe ser declarada como un bien público mundial, para tener un trabajo conjunto entre países, con respuesta rápida y evitar contradicciones como que en Canadá han acumulado hasta 9 dosis por habitante, o la Unión Europea 5 dosis, India 2 dosis y el resto del mundo podrá contar con vacunas hasta 2023 o 2024.

Yuval Harari (un autor al que admiro) nos da muchas lecciones sobre los aprendizajes de la pandemia. Nos hace la comparación de la gripe, cómo empezó y para 2019 se había aislado el virus, identificado el genoma y la información puesta online; también se han delineado las medidas para su contención, como el aislamiento, el cubrebocas y la sana distancia; narra cómo la tecnología de la información habría desplegado cadenas de información, pero estaban aún fuera los presintomáticos y los asintomáticos.

Por otro lado, la automatización y digitalización que estamos enfrentando, han provocado un gran desgaste mental. Ahora compartimos un mundo físico y virtual y sería fatal un colapso digital de impacto mundial. Si bien al COVID-19 le llevó semanas generalizarse en el mundo, a un virus digital le tomaría horas y éste sería un próximo COVID. El poderío científico y tecnológico ha quedado más que demostrado.

Es entonces, que en este momento tenemos que vigilar más y mejor nuestros datos y el derecho a la privacidad. Yuval Harari establece la necesidad de, al menos, considerar tres aspectos: 1) sólo una autoridad en salud (no política) podría recopilar datos de nuestro cuerpo, 2) la vigilancia debe ser de abajo hacia arriba, quién proporciona los datos y cómo son resguardados, desde los individuos hacia los gobiernos y 3) no permitir concentrar demasiados datos en un solo lugar y enfático agrega: “hay que controlar qué hacen los políticos en este preciso momento”. En resumen, se puede vencer al virus, pero no siempre estamos dispuestos a pagar el costo de la victoria.

Los políticos, en muchos casos, se negaron a hacer caso a los expertos, no prestaron atención al plan de acción que se les propuso e incluso sabotearon planes subnacionales (estatales y municipales). Se concentraron en pelearse entre sí, mientras los científicos cooperaron entre ellos, realizaron libremente sus investigaciones y con eficacia, a pesar del confinamiento, encontraron, casi simultáneamente, la añorada vacuna. Por su lado, los políticos no consiguieron una alianza para un plan global. Las conclusiones de Yuval son: a) es necesario salvaguardar la infraestructura digital, b) todos los gobiernos deben invertir en la infraestructura de salud y c) hay que construir un sistema mundial de prevención y vigilancia de pandemias.

Finalmente, las herramientas han estado ahí, los políticos tienen que aprender a ser más transparentes, compartir información en tiempo real, ser más colaborativos y menos confrontados. Eso hicieron los científicos, mostraron sabiduría y empatía con el dolor humano, fueron humanistas.  A los científicos, no les interesaba el control de los votos, se enfocaron en el trabajo.

*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter @juancarlosMX17

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