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Francisco Ledesma / La disculpa pendiente

Imaginemos que Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón hubieran pedido las disculpas a la monarquía española por la conquista de Tenochtitlán frente a los agravios de los pueblos originarios. Muy posiblemente, sus correligionarios defenderían con argumentos patrióticos la postura diplomática; mientras que sus detractores habrían fustigado una decisión fuera de tiempo y espacio cuando la sociedad mexicana está inmersa en otras apremiantes necesidades.

Supongamos que en determinado espacio de su mandato Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón hubieran enfrentado el desabastecimiento de combustible como consecuencia de una lucha contra el huachicoleo. Muy posiblemente, los prianistas habrían defendido la estrategia como la única salida para combatir una actividad ilegal y corrupta; mientras que los morenistas habrían cuestionado la falta de planeación y los daños colaterales en lo económico y en lo social de una acción concertada, pero sin resultados tangibles contra el crimen.

Figuremos que, en sus intentos de empujar una reforma energética, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón hubieran hecho una invitación restringida a cuatro empresas para la construcción de una refinería. Muy posiblemente, los fifis hubieran defendido la capacidad técnica y financiera de los consorcios extranjeros en la consolidación del proyecto; mientras que los chairos hubiesen acusado de un pronunciado conflicto de interés, absoluta opacidad e inaceptable corrupción los procedimientos tramposos para favorecer intereses económicos.

Estamos en medio de una batalla campal, caracterizada por un discurso virulento, entre ambas posiciones políticas -que no posturas ideológicas-, en donde la ofensa es el principal argumento, la denostación es la mayor elocuencia y la intolerancia y la insensatez inunda cualquier debate público.

Sin embargo, lo que hoy aparece como una discusión sustancial de la agenda pública, es sólo una porción de diferencias que la próxima semana será rebasada por una nueva coyuntura social, y quedará como un anecdotario simplista.

Pero más importante aún, resulta entender y asumir que las discrepancias se acentúan entre los simpatizantes del prianismo y del morenaje; aun cuando en las cúpulas del poder público, entre la clase gobernante, allí donde se instalan las élites políticas siempre hay espacio para el encuentro, la coincidencia y la componenda que lo supera todo, y hace que el poder alcance para todos.

Las diferencias públicas temporales de la clase gobernante son parte de una búsqueda permanente por el poder político; en donde después de transitar por rutas paralelas impera las coincidencias en privado para la prevalencia de sus privilegios por más que se diga que se está frente a un cambio de régimen.

En el reflejo de toda alternancia partidista, incluida la más reciente de la asumida cuarta transformación, sólo obedece a matices en el ejercicio de gobernar, en donde se puede distinguir una soterrada lucha ideológica en la base social; mientras el gatopardismo en la toma de decisiones evoca cambios estructurales y hasta de modelos económicos para que todo permanezca intacto.

En consecuencia, la disculpa pública pendiente debe partir de la clase gobernante, esa que se ha apoderado de un sistema de partidos como una institucionalización democrática para legitimar a las élites políticas en el ejercicio del poder público, en agravio de los electores que hoy se confrontan en la discusión cotidiana de los temas coyunturales.

La disculpa pública debe encaminarse a anteponer los intereses colectivos por encima de los intereses de grupo; en donde prevalezca un modelo de gobierno capaz de cerrar brechas de desigualdad de toda índole, sin que ello signifique reinventar el proyecto de país cada seis años, a consecuencia de rencores particulares, odios personales o beneficios sectoriales.

La disculpa pública debe ser por la prevalencia de un régimen autoritario, represor, corrupto y antidemocrático que prevaleció por décadas. La disculpa pública debe favorecer a los grupos más agraviados, los pueblos originarios, pero también sectores vulnerables que sólo son vistos como una clientela electoral de las instituciones partidistas.

La disculpa pública no puede someterse al escarnio de una posición personal del presidente en turno, sólo por diferencias partidistas. La discusión pública debe asumir que requiere de la voluntad colectiva de las élites políticas.

La discusión pública debe partir entre quienes alientan la batalla de sus estructuras como un mero botín político.

La disculpa pública no puede ser un tema coyuntural de unas semanas, sino debe convertirse en la bandera política de un gobierno que prometió desde su primera campaña, hace doce años, que primero los pobres.

La tenebra

Imaginemos que el primero de septiembre, Andrés Manuel López Obrador rendirá su primer informe de gobierno, y todos los partidos políticos buscan un evento de conciliación. Faltan cinco meses para un ejercicio del poder que prácticamente comenzó el 2 de julio del año pasado.

Pero ese mismo día, el primero de septiembre el PRI ha decidido elegir a su nueva dirigencia nacional por consulta a la base, quizá con la insana intención de robarle reflector al otrora día del presidente.

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