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El Manual de Maquiavelo 05-04-2024

Francisco Ledesma /  Debatir sobre el debate

El domingo 7 de abril se realizará el primero de tres debates presidenciales. La expectativa es muy alta, lo que necesariamente terminará en una absoluta decepción porque lo que debiera ser un ejercicio espontáneo de confrontación de propuestas, se ha convertido en las últimas elecciones en un robotizado mecanismo de ataques personalizados, que poco incide en la toma de decisiones de los millones de electores indecisos o de quienes deciden abstenerse de votar.

 

El ejercicio de los debates en las más recientes elecciones solamente ha servido para el anecdotario por errores a cuadro televisivo, frases que se convierten en memes, pero que nadie atinaría a recordar una propuesta de campaña o un ataque furtivo que les haya obligado a cambiar el sentido de su voto.

 

Lo que vemos en el debate, no son las ideas del candidato ni siquiera el carisma de su personalidad; todas son frases ensayadas por consultores políticos que miden cada enunciado, cada sonrisa, y dejan muy poco a la improvisación; con la seguridad de que saliendo del debate, y ganando las elecciones, obligan al candidato ganador a enfrentar el vertiginoso ejercicio del poder público. Mientras que los perdedores, pasan a la ignominia de sus propios partidos políticos.

 

Aún más: el interés público no está concentrado en el debate presidencial del domingo. La clase política y la comentocracia son la audiencia de los debates, porque lo que ahí se diga inundará el espacio de los noticieros y las columnas de los diarios a lo largo de la próxima semana. El resto de los votantes optarán por cambiarle al partido de futbol, observar el reality show del momento o en una mejor decisión, hacer uso de su plataforma de streaming favorita.

 

El corolario del debate presidencial advertirá que existen dos bloques políticos altamente polarizados, aunque no necesariamente diferentes. La pugna está muy decidida entre conservadores y liberales, entre chairos y fachos, entre corruptos y más corruptos, entre ser la Suiza que nunca fuimos o la Venezuela que tampoco hemos alcanzado. Del listado de promesas electorales habrá apenas matices que distingan a uno de otro, porque lo más rentable para las candidatas presidenciales es ofrecer más y más dádivas económicas como si el presupuesto federal fuera inagotable, y el único incentivo para salir a votar.

 

Lo que está en juego en la elección del 2 de junio no es el futuro del país: en el fondo, lo que está en disputa son las parcelas del poder público que la clase política ha encontrado como las fuentes de financiamiento para sus estructuras electorales, las cuales tienen como único propósito conservar o ampliar los espacios de gobierno que pertenecen a uno u otro partido político.

 

Cuando las cosas se ponen complicadas, las élites políticas han encontrado como solución renunciar a sus militancias y a sus ideologías, ya sea para fundar un nuevo partido, o sumarse a una de las alternativas electorales que antes decía eran la peor opción en el gobierno; o bien, desde cuya trinchera se hizo todo lo posible para defenestrar a esa clase gobernante que terminará por cobijar.

 

El debate presidencial solo confirmará las opiniones positivas que tenga determinado sector del electorado con respecto de una candidata; y en un ejercicio de autocomplacencia, reivindicará todas las consideraciones negativas hacia su adversaria. Es simplemente un ejercicio espejo de una clase gobernante que carece de autocrítica, y tiene poco que ofrecer a quienes se mantienen apáticos a las campañas presidenciales y las elecciones del 2 de junio.

 

El debate presidencial será una confirmación de la crisis de una clase gobernante sumergida en la frivolidad, y en la arrogancia de sus triunfos electorales; particularmente esos que han convertido en cacicazgos de una casta política que tiene nula empatía por sus votantes y de sus mayores necesidades.

 

La tenebra

Faltaría por ver un debate de los candidatos a senadores -todos con experiencia parlamentaria-; esos que son o han sido muy poco productivos en su larga trayectoria legislativa, pero que prometen que ahora sí, desde la tribuna senatorial serán capaces de dominar al mundo.

 

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