Nunca como ahora, la elección de gobernador del Estado de México se había convertido en la antesala de la sucesión presidencial. Aunque no necesariamente el resultado electoral del próximo 4 de junio sea una premonición de los comicios presidenciales, hoy los candidatos experimentan estrategias, componendas y escenarios electorales que sí podrían replicarse en las urnas el año próximo.
La elección anticipa un escenario polarizado, que pone por delante al priísta Alfredo del Mazo Maza en un intento por retener el poder para el partido en el gobierno; seguido , de cerca, por la morenista Delfina Gómez que encarniza la ideología, la postura y el discurso antisistema, que pretende refundar las instituciones políticas para recomponer el régimen lacerado por la corrupción.
Desde ahora, Andrés Manuel López Obrador anticipa que un voto dividido para la izquierda podría ser suficiente para colapsar en su tercer intento como candidato por la Presidencia de la República. Por esa misma razón, el dirigente nacional de Morena ha lanzado un desafío contundente: que las fuerzas de izquierda (PRD y PT) de las que tanto ha renegado en los últimos seis años, declinen a favor de Delfina Gómez para lograr el triunfo el 4 de junio.
El PRI y el PAN, aunque contienden por separado, parecen encaminados conjuntamente para arremeter en contra de Morena, y el populismo con el que pretenden estigmatizar a sus propuestas de campaña y su proyecto político.
En esencia, se replica un escenario polarizado semejante al experimentado en la elección presidencial de 2006, cuando Felipe Calderón triunfó en medio de un proceso electoral altamente cuestionado, y un conflicto postelectoral que privó de legitimidad al sexenio calderonista ensimismado en su guerra contra el narco.
Otra vez Delfina Gómez, repitiendo el discurso mesiánico como única opción por recomponer la corrupción, el despilfarro y la impunidad, para sacar del marasmo a los mexiquenses agraviados por la clase gobernante de siempre. De nueva cuenta, Del Mazo desde una postura oficialista, amagando sobre los riesgos de una alternancia indeseable para quienes detentan el poder.
Lo que resulta inaceptable es que la violencia comience a permear en la incipiente y siempre perfectible democracia mexicana. Tanto los mensajes que amagan en contra de López Obrador atribuidos a grupos criminales, como los actos de violencia que atentaron contra militantes priístas y que terminaron por cobrar vidas humanas, laceran las instituciones, la voluntad popular y el sistema de partidos que dota de legitimidad a la clase gobernante.
La consolidación de la democracia mexicana transita por la necesidad de construir instituciones que garanticen una mayor equidad, transparencia y legalidad a los procesos electorales, lo que a su vez otorgue mayores capacidades de participación ciudadana en las elecciones.
Lo que deben evitar partidos y candidatos es que los grupos criminales incidan en los procesos electorales, lo que inhibe la participación social y profundiza la certidumbre de las elecciones como el método más cercano y eficaz para hacer sentir la voluntad de los votantes. Las elecciones es un asunto exclusivo de los ciudadanos, que no deben contaminarse con asuntos ajenos que puedan vulnerar las instituciones, sus procedimientos y sus resultados.
La violencia no es el camino ni la respuesta, y eso debe ser inalterable en la elección de junio para definir el futuro del estado y del país.
