Hace un año, Enrique Peña Nieto rendía su quinto y penúltimo informe de gobierno. Había enfrentado un desafiante año electoral, que le había permitido conservar el poder para el priísmo en su natal Estado de México. Eruviel Ávila se alistaba para entregar el poder ejecutivo, en medio de la contienda electoral más competida de la historia. En el priísmo, se modificaban los estatutos para permitir la postulación como candidato presidencial de un simpatizante.
Morena ya experimentaba un crecimiento exponencial en las preferencias electorales, que había colocado a Delfina Gómez a un paso del despacho de Lerdo 300. El arrastre del morenaje le había permitido derrotar al priísmo en bastiones como Ecatepec, Tlalnepantla, Naucalpan y Tecámac. Ernesto Nemer sustituía a Alejandra del Moral como dirigente estatal del priísmo.
Alfredo Del Mazo asumía la gubernatura del Estado de México, para repetir los pasos de su abuelo y de su padre, que también fueron mandatarios. El mandatario mexiquense allanaba a su gabinete a partir de componendas políticas. Y ahí estaban las posiciones de Ana Lilia Herrera, Luis Miranda, Luis Videgaray, Eruviel Ávila y se asomaba su incipiente grupo político.
Del Mazo gozaría el primer año de su gobierno de una mayoría legislativa priísta; y la hegemonía de su partido en casi 90 municipios. Desde Los Pinos despacharía en los primero 15 meses de su mandato, un priísta, mexiquense, y coincidentemente su primo, Enrique Peña. Un ambiente terso pese a la complejidad de la elección y una victoria alcanzada en los límites legales.
A la distancia, Peña ha marcado ya su despedida. En menos de tres meses, Andrés Manuel López Obrador asumirá la presidencia de la República. Y Alfredo Del Mazo deberá convivir para el resto de su sexenio con un mandatario de oposición a su partido, tabasqueño, y confrontado con el Grupo Atlacomulco.
A partir de este martes, Del Mazo deberá convivir con una Legislatura abrumadoramente opositora; y desde enero entrante, con ayuntamientos en manos del morenaje. La elección de este año, consolidó el avance electoral de Morena para cederle no sólo los bastiones del 2017; a esos se agregaron Toluca, Metepec, Zinacantepec y hasta la mítica ciudad de Atlacomulco.
Las elecciones le permitieron a Del Mazo sacudirse a compromisos políticos. A muchas de sus componendas los hizo candidatos, y algunos de ellos perdieron. Otros más, resultaron damnificados y ganaron. Hoy, Nemer sigue ahí al frente del priísmo, y ha permeado su dominio a la coordinación de los priístas mexiquenses en San Lázaro. Y Sámano permanecerá en la Legislatura Estatal.
Palmo a palmo, Alfredo ha consolidado a su grupo político. Y a partir del mes de diciembre deberá dar espacio a quienes dejan la aventura presidencial para retornar a casa. El gobierno mexiquense se convertirá dentro de algunos meses en una agencia colocadora de empleos, y de más y más compromisos.
A la vuelta de doce meses, Enrique Peña no tiene nada qué celebrar. No ha logrado conservar nada, y prácticamente lo ha perdido todo. Alfredo Del Mazo deberá reclamar para sí mismo, espacios de decisión y un amplio margen de maniobra que le permita reivindicarse como el gobernador más empoderado e influyente entre la clase priísta. El Grupo Atlacomulco está vencido pero no puede darse por muerto, porque de batallas pérdidas antes ya se ha levantado.