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Tania Contreras

La imagen se podría describir como una pequeña sombra antropomorfa formada por un gas azul con tintes violetas, contenida en medio de un líquido negro y viscoso, que escurría formando unos hilos gruesos, los cuales llegaban a su hombro para adherirse a la chaqueta roja que llevaba puesta; aquel humo azuloso entraba lentamente por el oído y la sombra estiraba algo parecido a unos brazos diminutos, como si se resistiera a la succión pero al mismo tiempo se despidiera de aquél momento efímero de existencia sin razón.
Cuando terminó de aspirar el gas, cayó noqueada sobre el suave terciopelo blanco que cubría el piso de aquel consultorio, al incorporarse una voz femenina le preguntó si se encontraba bien, pero una serie de contracciones corporales le impidieron siquiera voltear su rostro; le siguió una cadena de convulsiones que la vencieron, despertó dos días después recostada sobre una camilla mientras que a su cuerpo le introducían una serie de gases, de varios colores.
Aquel gas azul de tintes violetas se encontraba guardado en una cámara especial, ubicada al final de un pasillo de acceso restringido, en uno de los edificios de aquel complejo; se encontraba custodiado por un código de seguridad que era compuesto por cuatro dígitos, entregados a cuatro médicos diferentes elegidos justo en el momento en el que el Juez decidiera si la sentencia involucraría su uso.
Definitivamente en esta ocasión, el veredicto final fue la aprobación de la aplicación de aquél método de olvido; era relativamente sencillo: paso uno, abrir la cápsula que contenía la burbuja de plasma negro; paso dos, colocar al usuario de pie y acercar la burbuja a la altura de su cabeza; paso tres, alejarse; paso cuatro, esperar que el humo contenido en el centro ingrese al cerebro y paso cinco, desechar la viscosidad.
Nadie podía conocer la identidad de aquellos a quienes se les aplicaba el tratamiento, por ello a las mujeres las cubrían con una manta aperlada que tapaba desde la coronilla hasta los tobillos, encima una chaqueta roja que evitaba el contacto del plasma con la tela, además de convertirlas en una especie de molde que se repetía de forma infinita y las suprimía de cualquier individualidad que permitiera su reconocimiento.
Sin embargo, en esta ocasión todo fue distinto. Era la primera vez que un cuerpo no resistía el gas, la primera vez que había un desmayo, la primera en convulsionar y perder el sentido. Era la primera vez que era necesario contrarrestar la dosis con aquellos gases de emergencia y por supuesto, la primera vez que una identidad era conocida. Este hecho rompió el protocolo mayor de seguridad, para el cual extrañamente no tenían calculado el nivel de daños ni mucho menos un protocolo extraordinario que pudiera blindar las posibles consecuencias.
Aquel hombrecillo gaseoso que entraba por el oído de las personas, era solamente un cúmulo de sentimientos sustraídos de otras que habían mostrado la capacidad de una regeneración emocional certera. A estas alturas de la vida, encontrar a este tipo de individuos es un labor sumamente complicada, partiendo de que los suicidios han terminado con el 67 por ciento de la población mundial. Por ello, la ubicación de aquel complejo era secreta y dentro de éste, la ubicación del gas también lo era.
La función o modo de operación consistía en que, después de haber sido absorbido por el huésped, el gas recorría la corteza cerebral para que, a través de nanobots biológicos, lograra encontrar la región en la que se guardaban los recuerdos inmediatos, seleccionar los “archivo” que debían ser borrados en inmediatamente después comenzar a tejer una especie de red que cubriera la zona de las emociones; es decir, comenzaba un proceso de reconstrucción emocional que sacará al individuo del trauma recién sufrido. El proceso normal era por una única ocasión; una vez realizado, el paciente era sacado del complejo con el rostro tapado y antes de que el gas terminara su labor, para situarlo en el último lugar que se encontraba antes de ser victimizado.
Para Natalia no fue así, una vez que iniciaron las convulsiones, el personal quitó la chaqueta roja, la manta aperlada e intentaron estabilizarla, mientras su rostro apacible casi muerto era observado por todos los que se encontraban en la sala contigua, sólo divididos por un un cristal delgado que incluso permitió que el sonido que provocó la caída retumbara en el vaso con agua que se encontraba al final del escritorio.
Tras días de observación pudieron constatar que Natalia había absorbido el gas hasta una capa cerebral interna, a donde nunca antes había penetrado, lo que provocó un efecto de eco. De forma normal duraba cerca de 5 horas y era único pero en Natalia comenzó a repetirse cada 3 o cinco días.
Las repeticiones eran irregulares pero siempre en número impar y  cada una de ellas borraba parte de su memoria inmediata, dejando un vacío que pronto era llenado con algún recuerdo construido por su propia mente, por lo que a partir de la succión del gas, Natalia olvidaría de forma recurrente sus días y recordaría historias inexistentes.
Las anotaciones sobre su caso quedaron grabadas en un expediente confidencial, pero a pesar de ello muchos trabajadores se enteraron de lo sucedido. Entre pláticas describían su rostro, su cuerpo, el color de cabello y el extraño tatuaje circular que adornaba uno de sus senos.
Una gran cantidad de personas conocían a Natalia sin conocerla, sabían de su condición y lo que ésta conllevaba; la mayoría envidiaban su capacidad de ser feliz de forma ininterrumpida pues en estos tiempos de decadencia era casi imposible contener un centímetro cúbico de esa emoción.
Uno de aquellos días el cuerpo de Natalia fue hallado dentro de su apartamento con marcas de tortura en todo lo largo y ancho de su piel, el tatuaje había sido borrado con algún agente incandescente y en su cuello una costra gruesa marcaba el camino del río de sangre que desembocaba en el piso. Cercano al cuerpo se encontraba un banquito de metal y encima un diario en donde el “2” había sido escrito en múltiples ocasiones, incluso con sangre.
El cuerpo fue devuelto al complejo pues nadie había reclamado a Natalia, realizaron pruebas a su cerebro y después de llevar a cabo la autopsia el personal se percató que la vagina de la chica estaba deshecha, tenía el perineo rasgado y marcas de golpes y quemaduras en su entrepierna.
En el diario se leía con detalle cada una de las veces que fue violada y agredida, siempre por el mismo hombre. Natalia escribió todo lo que sucedía en los días pares, antes de que el efecto eco del gas la hiciera olvidar la realidad de su vida.

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