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algo de nubes
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Por Tania Contreras

¿Macadamia es un lugar o un nombre? Fue lo único que pude pensar al poner mis ojos sobre aquel buró, una nota desdoblada después de haber sido convertida en basura con la palabra Macadamia, seguida de una serie de dígitos que al parecer pertenecían a algún número telefónico. La soñolencia no me permitió indagar más y caí nuevamente en una inconsciencia larga y vacía.

Cuando volví a despertar sentí de golpe un frío escalofriante, mi cuerpo desnudo estaba tirado en la acera y mientras que decenas de personas pasaban a un costado, mis extremidades intentaban incorporarse pero no respondían; era como si fuera invisible para todos. Hombres y mujeres pasaban de un lado a otro, todos vestidos de manera similar, con trajes sastre de un color entre café y verde que solo podía percibir detrás de una cortina de humo incrustada en mis propios globos oculares.

Una sensación de humedad llamó mi atención, de mi vientre brotaba un líquido espeso y un tanto pegajoso, transparente y sin olor; no podía recordar nada y mi cuerpo continuaba sin responder las órdenes que mi mente, de forma lenta e indecisa, le daban. Mis ojos comenzaban a resecarse debido a la falta de parpadeo y fue ahí, cuando tomaba conciencia de mi vista, que un recuerdo se apareció dentro de mi cabeza, a la altura de la frente, iluminado, como en penumbras pero más claro que la vista en la parte exterior a mi cuerpo.

Ahí estaba yo, me refiero al recuerdo, estaba en el recuerdo, mirando desde un suelo lejano los pies descalzos de hombres que deambulaban a mi alrededor y miraban mi cuerpo apenas cubierto con unos harapos color arena que dejaban al descubierto mis senos, de mi vientre también brotaba un líquido espeso y pegajoso, esta vez era tibio y de color rojo; con las pocas fuerzas que tenía mi mano logré tocar una parte de él, había un herida y el aliento pobre que contenía en mi pecho salió de forma espontánea solo como preámbulo de un sueño necesario.

En aquel sueño, solo lograba reconocer un charco que reflejaba las siluetas de personas que caminaban de forma ajena a mi presencia, estaba inmóvil, con la cabeza empapada del agua del charco, sudor y sangre que brotaba de mi sien derecha. Logré distinguir entre las construcciones, con mi vista nublada, la textura rocosa de una pequeña choza que me parecía familiar.

De pronto, como si fuera absorbida por el viento hacia un lugar diferente, una nueva escena cobraba color dentro de mi cabeza; en esta ocasión la ignorada humanidad de mi ser estaba recostada sobre el pasto, no existían edificaciones y en la lejanía solo pude observar una montaña extremadamente verde, detrás de ella un tono rosado anunciaba un atardecer en proceso.

Mis fuerzas perecían pero en esta ocasión logré hincarme, toqué mi cara y una hinchazón en mi boca parecía ser el manantial de un chorro de sangre que no cesaba, enseguida un golpe certero en mi cabeza me obligó a caer nuevamente.

Cuando por fin abrí los ojos, noté a los hombres de traje sastre caminar hacia donde me encontraba; algunos reían y otros más me observaban con un gesto indescriptible, parecido a la satisfacción que provoca el culminar una obra maestra y ésta ser entendida por un público exigente.

Un suave tintineo de luz me hizo distinguir que aquella ropa color arena se había cubierto de sangre y mi piel de por sí pálida comenzaba a tornarse transparente; fue entonces cuando una serie de gritos anunciaron el final. Una piedra atestada en la sien derecha de mi cabeza apagó mi vista, trasladándome nuevamente al charco, que ahora totalmente rojo era incapaz de reflejar nada.

De aquella choza, un hombre salió con un arma en la mano, caminando erguido con la mirada fija en un horizonte casi oscuro y sin estrellas, cuando inclinó la vista, de forma inmediata un disparo eclipso el sonido del viento y fue ese mismo viento el que acarició como en una danza fugaz la bala que me perforó el vientre.

Macadamia no es un nombre, es un lugar en medio de la vida y la muerte, donde podemos elegir el nuevo renacer.

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