Francisco Ledesma / El plebiscito del 2021
Una vez definidas las coaliciones electorales hacia los comicios de junio próximo, conformadas en dos grandes bloques partidistas sin distingos ideológicos ni dogmas estructurales, se puede establecer que el ciudadano mexiquense acudirá a las urnas en una suerte de plebiscito para sufragar a favor o en contra del partido político que gobierna en su respectivo ayuntamiento.
Más allá de los partidos emergentes o los de nueva creación, el votante deberá elegir entre dos grandes opciones para definir a los actores políticos responsables del gobierno municipal para los próximos tres años.
El PRI -el partido de los caudillos y las instituciones-, ha decidido unirse a su antagonista natural, el PAN -el ala más conservadora del régimen partidista- y al PRD -la escisión priísta democrática surgida a finales del siglo pasado-.
Morena, el partido gobernante y de hegemonía vigente, ha puesto al servicio de dos rémoras -el PT y Nueva Alianza- su potencial preferencia electoral para reducir las alternativas de votación y garantizar su registro electoral, a través de una fraudulenta trasferencia de sufragios como instauró el priísmo en el incipiente surgimiento de una democracia plagada de partidos satélite.
El priísmo saldrá a la batalla electoral, en busca de 82 ayuntamientos y 32 distritos electorales; y de paso hacer todo lo posible para hacer ganar a sus aliados temporales -PAN y PRD- en el resto de los 43 municipios y 13 diputaciones locales. Incluso, en donde no hay alianza, prevalecerá una coalición de facto que evite el arrastre morenista que ocasionó un triunfo sin precedente.
El morenismo, de su lado, tendrá como apuesta principal conservar los 56 municipios que gobierna actualmente; además de mantener la hegemonía legislativa, que por encima de contar como un contrapeso del Poder Ejecutivo, hoy representa espacios del poder público para sus integrantes y sus aliados.
Los priístas que criticaron duramente la improvisación foxista y el régimen cruento calderonista, saldrán a hacer campaña por los panistas que los desplazaron del poder en el corredor azul; y promoverán el voto por los cientos de expriístas que hace treinta años decidieron formar al partido del sol azteca.
Los morenistas, que tanto reprocharon la simulación democrática del priísmo caracterizada por fraudes electorales, hoy fomentan un régimen de partidos satélites que les permitan pulverizar el voto opositor, mientras oxigenan a dos rémoras que poco representan socialmente, pero tienen un alto costo financiero.
En esa polaridad política y electoral de los últimos años, la elección de junio de 2021 será un plebiscito entre malos y peores; entre corruptos y corruptores, entre una clase política reprobada y otra altamente repudiada.
Cuando el elector se encuentre frente a la boleta electoral, deberá decidir entre mantener y premiar a sus actuales autoridades municipales; no sólo por una eventual reelección sino por la prevalencia del partido político que gobierna en ese municipio; o bien, castigar a su alcalde y optar por regresar a la alternativa de partidos que ya gobernó ahí durante los últimos 80 años.
En juego no está un régimen político, ni siquiera está en disputa un modelo económico, mucho menos un concepto ideológico, ni tampoco la transformación o reconstrucción del país, el estado o el municipio.
Desde las dos grandes trincheras de la batalla electoral, el único propósito es la prevalencia del poder público para las élites políticas que han sido lo suficientemente hábiles para crear instituciones, partidos, debates y discursos que legitimen su quehacer en el ejercicio de gobierno.
La tenebra
Si el elector está en contra del gobierno municipal por su mal desempeño, la solución está en salir a votar, y expresarlo.
Si el elector está a favor del gobierno municipal por su buen desempeño, la solución está en salir a votar, y expresarlo.
Pero en las elecciones intermedias, el votante siempre ha optado por quedarse en casa, y ha dejado ganar la batalla a la pandemia del abstencionismo.
