Francisco Ledesma / El ungimiento presidencial
La última vez que una decisión presidencial impuso un candidato a la gubernatura mexiquense emergido del gabinete fue en 1989, cuando el entonces presidente, Miguel de la Madrid Hurtado, ungió a Mario Ramón Beteta -entonces director general de PEMEX- como abanderado priísta para convertirse en gobernador del Estado de México; cuyas facultades metalegales pudieran replicarse en los meses por delante, y favorecer a Delfina Gómez como candidata de Morena hacia las elecciones de 2023.
Antes de Beteta, al menos tres gobernadores mexiquenses tuvieron una profunda ascendencia política al interior del PRI, cimentada en su trayectoria desde el gabinete presidencial, lo que representó en tiempos del priísmo hegemónico, una condición ventajosa sobre los actores de la política local.
Carlos Hank González fue designado por Gustavo Díaz Ordaz como director general de la Conasupo en 1964. Luego de cinco años en la encomienda, su cercanía con la figura presidencial le facilitó convertirse en el candidato a gobernador en 1969; cuyo encargo le proyectó a una profusa carrera en el ámbito nacional.
Jorge Jiménez Cantú fungió como secretario de Salubridad y Asistencia en los primeros cinco años del sexenio de Luis Echeverría. Para 1975, fue ungido como candidato a la gubernatura mexiquense, cargo que ocupará hasta 1981. Su nominación fue en automático, a pesar de las resistencias establecidas por los círculos locales hankistas.
Alfredo Del Mazo González inició su carrera política al interior de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; en 1979, fue designado director general del Banco Obrero. Dos años más tarde, fue impulsado por el presidente López Portillo como abanderado a gobernador, y arropado por el líder de la CTM, el también mexiquense, Fidel Velázquez. Se impuso la decisión presidencial sobre el deseo de la política local que promocionaba al empresario Juan Monroy.
Aunque Chuayffet fue enviado por el presidente Salinas en 1993; su ungimiento se otorga desde el recién creado Instituto Federal Electoral, y no como miembro del gabinete presidencial en funciones. El resto de los candidatos priístas más recientes: Arturo Montiel, Enrique Peña y Eruviel Ávila forjaron sus aspiraciones desde cargos partidistas, legislativos y de gobierno en el ámbito estatal.
Alfredo Del Mazo Maza recibió la designación presidencial peñista en 2017, pero desde su despacho como diputado federal, y coordinador de los priístas mexiquenses. Ya no era parte del gabinete.
En sexenios panistas; Vicente Fox arropó a Rubén Mendoza, entonces alcalde de Tlalnepantla, como el candidato a gobernador en 2005. Mientras Felipe Calderón envío a su secretario particular, Luis Felipe Bravo Mena -quien no formaba parte del gabinete legal-, para la elección estatal de 2011.
A la distancia, Andrés Manuel López Obrador ha reivindicado distintas formas políticas -usos y costumbres del régimen presidencial- que han permitido asumir el ejercicio de facultades metalegales para incidir en la toma de decisiones del partido que fundó, y lo llevó a ganar la Presidencia de la República en 2018.
Ese margen de control, hace suponer que Andrés Manuel se decantará por una figura de su gabinete para ungir la candidatura por la gubernatura del Estado de México el año entrante, como ya lo ha hecho en otras entidades del país.
Y en esa suerte, con robustas posibilidades se encuentran Delfina Gómez -favorecida, además, por la paridad de género-; y Horacio Duarte -director general de aduanas-. El resto, senadores y alcaldes que buscan la nominación, vienen dos pasos detrás de la bendición presidencial, y la encuesta que se ejecuta desde Palacio Nacional.
La tradición priísta está por reinstalarse desde Morena.
La tenebra
La decisión del priísmo transitará por la elección de un solo hombre: el gobernador en turno, para uno de los suyos en afinidad y militancia.