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Juan Carlos Núñez Armas*

Hace algunos años tuve la oportunidad de ver una obra de teatro llamada “El cavernícola”, donde César Bono, el protagonista, exponía de manera graciosa el comportamiento de los hombres en comparación con las mujeres, en el reconocimiento de la igualdad de derechos humanos: estamos justamente transitando por la era cavernícola, veamos cómo están los datos.

Muchos son los problemas que tenemos. De entre ellos sobresalen, por impostergables, los que podemos llamar estructurales, es el caso de la igualdad de los derechos de la mujer. La expresión más drástica de estos problemas estructurales es la violencia. Lamentablemente, el Estado de México ocupa el primer lugar nacional de incidencia de feminicidios pues en el 2020 se registraron 147. Además, mujeres presentaron denuncias por 57 mil 496 lesiones dolosas. De igual forma se han registrado 143 llamadas de emergencia por hora relacionadas con violencia sexual y familiar, también contra mujeres.

Tristemente las desventajas no terminan ahí para las mujeres, Según el índice de brecha de género en los ingresos 2020, realizado por The Global Gender Gap Report 2020 (World Economic Forum), entre 23 países latinoamericanos, México ocupa el último lugar porque los ingresos percibidos por las mexicanas representan, en promedio, un 46 % del ingreso de los hombres.

Muy largo es el camino que han recorrido las feministas para defender sus derechos desde que las mujeres se empezaron a preguntar por qué no podían ejercer plenamente sus derechos ciudadanos, no tenían las mismas oportunidades de educación, ni de propiedad, ni de decisiones sobre sus vidas. La reflexión sobre todas las desigualdades que enfrentaban, y enfrentan, las mujeres, tuvo como consecuencia el movimiento llamado feminismo.

Las primeras acciones feministas se dan allá por 1405 con la obra literaria “La ciudad de las damas” escrita por Christine de Piza. Posteriormente, la primera gran ola se da con el surgimiento de la revolución francesa en 1789, que pone de manifiesto el terrible trato desigual que padecían las mujeres. Dos años más tarde, Olympe de Gouges, con su obra “La declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana”, contribuyó a evidenciar este desigual trato. Le siguió en 1792 Mary Wollstonecraft con su obra “La vindicación de los derechos de la mujer”.

Una segunda ola tuvo lugar a partir de 1848 con el libro de Elizabeth Cady Stanton y otras personas que escribieron “La declaración de sentimientos”. Una tercera ola se da con la aparición en 1963 del libro “La mística de la feminidad” de Betty Friedan. En este siglo XXI estamos viviendo la era del “despatriarcado”.

La lucha por la igualdad de las mujeres ha sido muy larga y la tarea no está terminada. Desde el nacimiento enfrentan problemas, incluso para obtener un acta de nacimiento, barreras y estereotipos en la educación, recibiendo los peores servicios, más aún en las comunidades indígenas. Y, al crecer, generalmente son las responsables del trabajo doméstico y de cuidado de los vulnerables en la familia, como si fuera esta su obligación por su condición biológica. Enfrentan también la dependencia económica y la discriminación laboral, además es más probable que pierdan su empleo por la pandemia, y las que lo conserven quizá sufran precariedad en sus condiciones laborales o, peor aún, caigan en la informalidad.

Más que seguir ahondando en los problemas hablemos de las soluciones que nos están haciendo falta y digo “nos están haciendo” porque esta tarea no es sólo de las mujeres, una falla estructural en su corrección nos debe implicar a todos y crear conciencia en todos. Un buen inicio y acción inminente de implementar es garantizar los derechos de las mujeres: tener un ingreso mínimo, eliminar la brecha salarial, tener seguridad social, propiciar espacios libres de acoso o de violencia, que deben incluir, en su caso, la denuncia segura y la obligada redistribución de los cuidados domésticos y familiares, desde guarderías cerca del trabajo hasta redes de apoyo (de todo tipo) para el cuidado de los miembros vulnerables de las familias.

Esta es una batalla que vale la pena enfrentar, construir un feminismo humanista, permítanme esa expresión, para corregir las asimetrías sin estereotipos que limiten la plenitud de cada ser humano, para lograr que la mujer sea sujeto central del pensamiento, de la acción social y de la política. Una buena práctica que creo debemos impulsar es el ciberfeminismo que se ha identificado con diversas acciones: a) compartir información de manera fácil y rápida, sobre el feminismo; b) conocer el arte de las mujeres y contribuir a distribuirla y difundirla y c) impulsar las organizaciones feministas.

Si todos somos ciudadanos con igualdad de derechos necesitamos reivindicar que todos tengamos una vida que disfrutemos, que nos sintamos valorados y apreciados por lo que somos. Imaginemos un mundo donde se respete la dignidad de cada ser humano, donde podamos desarrollarnos plenamente, siendo solidarios con nuestras mujeres y subsidiarios con quien más lo necesite: tanto feminismo como sea posible y tanto valor para cambiar el estado actual de la mujer como sea necesario. Finalmente, como parte de ese cambio estructural tan necesario, quiero compartir con ustedes una reflexión que encontré en Twitter: más que proteger a tu hija, debes educar a tu hijo. Así de simple.

*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter @juancarlosMX17

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