Francisco Ledesma / #10YearsChallengeEdomex
Hace diez años, el priísmo vivía un resurgimiento inusual. Las elecciones intermedias de 2009, marcaron una coyuntura crucial para las élites políticas del Estado de México. Enrique Peña Nieto, entonces gobernador de la entidad, perseguía el sueño presidencial y la profecía del Grupo Atlacomulco.
Alfredo Del Mazo fue electo alcalde de Huixquilucan, en su aspiración por convertirse en gobernador del estado, al igual que su abuelo y su padre. Eruviel Ávila, era electo por segunda ocasión, presidente municipal de Ecatepec.
En la Legislatura del Estado de México, el PRI obtendría una mayoría que le permitiría presidir la toma de decisiones durante los tres años, con Ernesto Nemer al frente. Alejandra del Moral ganaba su primer cargo en Cuautitlán Izcalli. Ana Lilia Herrera hilaba su tercera elección y se instalaba como alcaldesa de Metepec. El dirigente priísta más triunfador de la incipiente democracia era el peñista, Ricardo Aguilar Castillo.
El peñismo logró la dominancia de la Legislatura Federal con 45 diputados priístas mexiquenses: Emilio Chuayffet, Luis Videgaray, Alfonso Navarrete, Manuel Cadena, Ignacio Rubí, Humberto Benítez, Héctor Velasco, Rodrigo Reina, Ignacio Pichardo Lechuga, todos bajo la coordinación del tenanguense, Francisco Rojas Gutiérrez. Un contrapeso para la bancada senatorial de Manlio Fabio Beltrones.
Higinio Martínez, Horacio Duarte, Maurilio Hernández y Ricardo Moreno militaban en el PRD, todavía con la ascendencia de López Obrador. El partido del sol azteca apenas había triunfado en siete municipios. Delfina Gómez todavía era una profesora sin intenciones por incorporarse a la política y al poder público.
En el PAN, prevalecía el control unipersonal de Ulises Ramírez y el Grupo Tlalnepantla. El fatídico 2009 marcó el principio del fin. El desastre electoral derrumbó el corredor azul. Apenas registraron la victoria en 13 municipios mexiquenses.
A la distancia, la configuración política es diametralmente distinta. El priísmo pasa por sus momentos más aciagos y de mayor repudio popular, tras un sueño que se convirtió en pesadilla. Peña Nieto ya concluyó su sexenio presidencial.
Eruviel Ávila se interpuso en la carrera delmacista. El ecatepense se aferró a sus ambiciones personales. Fue candidato y luego gobernador. Del Mazo, tras seis años, logró la promesa dinástica de heredar y ejercer el Poder Ejecutivo del estado.
En el horizonte, el priísmo sufre pero se resiste a cambiar. En los espacios de poder y decisión mantiene a los hombres y las mujeres de hace una década: Nemer, Herrera y Aguilar en San Lázaro con una escuálida bancada. Alejandra del Moral simula una dirigencia priísta. Y Eruviel Ávila ahora ya es senador.
Morena surgió con fuerza hace apenas cuatro años. Y hoy gobierna a once millones de mexiquenses en 56 municipios. Tiene mayoría en la Legislatura Federal y Estatal. Es un contrapeso inédito para un gobernador priísta.
El Grupo de Acción Política de Higinio Martínez es el factor de decisión en el morenaje del Estado de México. Ahí está la presencia de sus más cercanos: Duarte, Maurilio, Cisneros, y Moreno, la nueva élite que tendrá el control político del estado durante seis años.
Delfina ya no es profesora. En breve tiempo, transitó por la alcaldía de Texcoco, diputada federal y senadora. Colapsó a las estructuras del poder, y se quedó a un suspiro de desterrar al Grupo Atlacomulco del Palacio de Gobierno.
El panismo no ha podido recuperarse jamás. Mantiene cotos de poder muy reducidos. Sólo ha cambiado de liderazgos. Enrique Vargas y Édgar Olvera han tomado las decisiones de un partido en ruinas. Ha sido incapaz de ser competitivo electoralmente. Y sus alianzas han sido un rotundo fracaso.
El PRD vive en desahucio. El nacimiento de Morena, y sus componendas con el poder, lo han llevado a una condición irremediable. Neza es su último reducto: su basamento clientelar, su fuente de financiamiento, y la única élite que mantiene oxigenada la existencia de un partido deteriorado, en lo ideológico y en lo funcional.
La correlación de fuerzas es una coyuntura inusual. Morena vive el auge de su triunfo electoral, y una oportunidad histórica para cumplir las expectativas y prevalecer en tiempo y espacio. El PRI padece los excesos y las omisiones del ejercicio del poder. El PAN adolece la soberbia de que la alternancia era para siempre. El PRD ha sufrido del abandono de una militancia relegada.
Lo cierto es que las élites mexiquenses serán decisorias en el escenario nacional; y en el ejercicio del poder del Estado de México, a diez años de distancia, partidos, élites y estructuras deben asumir que nada es para siempre.
La tenebra
El priísmo mexiquense se doblegó. En bloque aprobaron la Guardia Nacional. Una réplica de la Ley de Seguridad Nacional de 2009 de Calderón; y de la Ley de Seguridad Interior de 2012 de Peña Nieto. La oposición se ablandó, y los votos priístas le otorgaron la mayoría calificada. En los congresos estatales, incluido el mexiquense, resulta indispensable el apoyo del PRI y sus diputados locales. Morena ha logrado una alianza legislativa de mediano plazo.
Mientras el contrapeso morenista ha doblegado al gobernador Del Mazo, en la Ley Issemym, el presupuesto para municipios, y la reestructura de la deuda pública. La bancada priísta sólo ha visto pasar la aplanadora opositora. Nula operación política entre quienes le prometieron experiencia y eficacia.
