Francisco Ledesma / La consulta o la «herida» abierta
El priísmo ha confirmado una consulta abierta para elegir a su dirigente nacional el próximo primero de septiembre, lo que además supone abrir heridas que han generado en historias pasadas fracturas profundas, derrotas dolorosas y defenestraciones inolvidables entre las élites políticas del partido.
La primera consulta a la base ocurrió en el Estado de México. Hace veinte años, el priísmo mexiquense fue laboratorio de una primera elección abierta, que derivó en una contienda desigual y favoreció al exdirigente priísta, Arturo Montiel para ser ungido candidato a la gubernatura. Pese a su triunfo en la competencia interna y en la elección constitucional, el priísta enfrentó un desgaste innecesario a una decisión ya tomada por las cúpulas del poder político.
Un año más tarde: Labastida, Madrazo, Barttlet y Roque se disputaron la candidatura presidencial. El candidato oficial se impuso sin contratiempos, aunque fue tan alto el descrédito de la elección interna, que Labastida se convirtió en el primer candidato presidencial derrotado. El exsecretario de Gobernación fue avasallado en las urnas pese a su legitimidad partidista.
Dos años después, en 2002, el PRI convocó a una nueva consulta abierta para elegir a su dirigente nacional. Entonces, se revivieron las pugnas políticas acentuadas en el Estado de México y su clase gobernante. Otra vez, los ataques y la competencia desigual. Una contienda llena de prácticas antidemocráticas de ambos bandos, y un triunfo que sanaba al interior y sangraba hacia afuera.
Arturo Montiel echó sus cartas a favor de Beatriz Paredes Rangel y un desconocido Javier Guerrero -cercano al coahuilense Enrique Martínez-, y aunque la fórmula se impuso en la cuna del Grupo Atlacomulco, fue derrotada por el acérrimo rival: Roberto Madrazo, y su compañera en la secretaría general, Elba Esther Gordillo. El priísmo sufrió para recuperar terreno en 2003.
En septiembre de 2005, el PRI experimentó la última consulta a la base de su historia reciente. Hubo tres inscripciones: Roberto Madrazo, Arturo Montiel y la candidatura testimonial de Everardo Moreno. El final fue lastimoso para ellos.
Arturo Montiel debió abandonar la contienda presidencial de la peor manera, bajo la acusación de una evolución patrimonial atribuida a su paso por la gubernatura mexiquense. Las acusaciones políticas y personales involucraron a sus hijos, a su entonces esposa, y derivó en denuncias administrativas y penales que le costaron su retiro de la vida pública durante el sexenio peñista.
Roberto Madrazo alcanzó la candidatura presidencial que seis años se le había negado, pero nunca pudo ser competitivo. La sombra montielista lo arrastró a un tercer lugar de la elección constitucional. La campaña se polarizó de principio a fin entre el panista Felipe Calderón, y el entonces perredista Andrés Manuel López Obrador. La consulta a la base resultó un fracaso electoral para el partido de los candidatos únicos, de los “tapados” y de la unidad priísta.
Fue tan severa la crisis política del PRI, que sucumbió hasta el tercer lugar incluso en el Estado de México, uno de sus principales bastiones electorales con Peña Nieto como gobernador.
Fue tan marcada la cicatriz que seis años más tarde, Enrique Peña y su grupo político, hizo todo lo necesario para alcanzar una candidatura de unidad, a regañadientes de una declinación por parte de su competidor, Manlio Fabio Beltrones, que contaba incluso con el apoyo de la casa presidencial, por parte del panista Felipe Calderón Hinojosa.
Hoy, el priísmo nacional busca resurgir de su derrota más dolorosa e inexorable con base en el método de selección que más lo ha lastimado, y que también lo ha exhibido como un partido lleno de irregularidades y tribulaciones.
Ahí vienen por la delantera, Alejandro Moreno Cárdenas que ya sólo gobierna de medio tiempo Campeche, en su intento por ganar adeptos, generar acuerdos políticos e imponerse al grupo político que se ha empoderado del partido.
Del otro lado, José Narro Robles ha abandonado su posición como investigador y académico de la UNAM para jugarse su prestigio en la dirección del partido más rechazado de la escena electoral, impulsado por la clase gobernante que llevó al priísmo a un sitio de desaprobación tan inusitado como indeseable.
Desde ahora, se puede advertir una campaña llena de descalificaciones y degradación política y personal para los contendientes. Quien gane lo hará a partir del ejercicio de las peores prácticas, para legitimarse entre la militancia y lastimarse hacia los votantes que nada quieren saber del PRI y su futuro.
La tenebra
Montiel aprovechó las estructuras de su partido para ganar su propia candidatura a gobernador. Luego apoyó a Labastida y lo hizo ganar en la consulta interna. En partida doble, perdió con Madrazo dos elecciones consecutivas. Ahí asumió el liderazgo del Grupo Atlacomulco por encima del resto de los exgobernadores.
Toca turno para Alfredo Del Mazo: asumir posiciones, apostar por un candidato y liderar a los exgobernadores, con excepción del expresidente Peña Nieto, que mueve sus piezas para la sucesión nacional priísta.
