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Jenaro Villamil / Homozapping

La mañana del 3 de octubre las ocho columnas de los periódicos principales de la Ciudad de México retomaban así la matanza de horas antes en la Plaza de las Tres Culturas:

Excélsior.-“Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”.

El Universal: “Tlatelolco, campo de batalla”.

El Heraldo de México: “Sangriento encuentro en Tlatelolco”. “26 muertos y 71 heridos. Francotiradores dispararon contra el ejército: el general Toledo lesionado.

Novedades: “Balacera entre francotiradores y el ejército, en Ciudad Tlatelolco”.

El Día: “Muertos y heridos en grave choque con el ejército en Tlatelolco”.

El Sol de México: “Responden con violencia al cordial llamado del Estado. El gobierno abrió las puertas del diálogo”.

Como claramente se ve, las palabras “represión”, “matanza”, “ejecución” estaban ausentes de los titulares. El sometimiento de los medios impresos y más el de los electrónicos fue total, no sólo al día siguiente de la matanza del 2 de octubre sino durante toda la cobertura del Movimiento Estudiantil.

No había otra “línea” en las líneas ágata de los periódicos más que la dictada desde las oscuras oficinas de la Secretaría de Gobernación, encabezada por el instigador de la matanza, Luis Echeverría, o la sumisión absoluta al abogado de barandilla Gustavo Díaz Ordaz transformado en presidente de la República en los momentos más delicados de la nación.

Carlos Monsiváis, en su extraordinario ensayo-crónica El 68, La Tradición de la Resistencia, resumió así la situación de un país de la unanimidad con el presidente de la República en los medios informativos:

“En 1968, al sistema informativo de los capitalinos lo norma la prensa (leída por la minoría significativa), la televisión (espacio de la mayoría crédula y distante) y el rumor, ocupado sobre todo en las alzas y las caídas de las fortunas políticas. El periodismo dominante es ‘totémico’, que apenas se lee pero se compra porque defiende las causas del lector. El anticomunismo es parte del sentimiento colectivo y el nacionalismo es todavía la ideología sentimental al uso”.

(Pp. 167-168).

Pequeñas “perlas” de protesta escandalizaron un absoluto divorcio de los periódicos ante la población: el cartón negro de Abel Quezada, con la pregunta “¿Por qué?” le valió a Julio Scherer una dura reprimenda del gobierno al director del Excélsior; la corbata negra, en señal de luto, de Jacobo Zabludovsky en la pantalla le valió una reprimenda del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Un poema de Rosario Castellanos, chiapaneca, priista y respetada fue apenas un destello de lucidez frente a una clase intelectual aplastada y controlada: “la Plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo”; el poeta Octavio Paz renunció a la embajada mexicana en la India, en medio de la indiferencia de los medios, siendo ésta la protesta más fuerte al interior del gobierno.

La indignación silenciada en los medios ante una matanza que excedió con mucho los 27 muertos oficiales (quizá 250 o más de 350, según los cálculos de los testigos) sólo es equiparable con el miedo a una represión más extendida. Sólo se puede contextualizar con la invisibilidad o la sanción en contra de eventos claves como la Marcha del Silencio del 13 de septiembre, la renuncia del rector Javier Barros Sierra el 23 de septiembre ante la ocupación militar de Ciudad Universitaria o la cobertura casi inexistente de los enfrentamientos y los muertos en el Instituto Politécnico Nacional.

Un tremendo silencio fue acrecentando la sospecha generalizada de una matanza de grandes dimensiones. Sólo la prensa extranjera retomó lo ocurrido como una matanza que cortó el vuelo del movimiento estudiantil mexicano, enlazado con el Mayo Francés del mismo año; las protestas por los derechos civiles en Estados Unidos; y lo ocurrido en Praga: la intervención rusa para frenar el intento de reforma del régimen comunista. El periódico británico The Guardian fue el primero en mencionar la cifra de 300 muertos, más decenas de heridos que llegaron a  los hospitales capitalinos.

La periodista italiana Oriana Fallaci, presente el día de la matanza, escribió en la revista Look, el 12 de noviembre de 1968, el primer testimonio de una reportera que desmintió la versión oficial del ejército mexicano:

Después del anuncio, una chica de unos 17 o 18 años, con voz como de pajarito, dijo: ‘Quiero pedirles que permanezcan tranquilamente’. Todos aplaudieron. Luego, otro dijo: “Queremos enseñarle al gobierno que sabemos otras formas de lucha. El lunes, iniciaremos una huelga de hambre.

En ese momento, un helicóptero apareció sobre la plaza, bajando, bajando. Unos segundos después, lanzó dos luces verdes en medio de la multitud. Yo grité: ‘Muchachos, algo malo va a pasar. Ellos han lanzado luces’. Me contestaron: ‘Vamos, usted no está en Vietnam’. Pero yo repliqué: ‘En Vietnam, cuando un helicóptero arroja luces, es porque desean ubicar el sitio a bombardear.

No más de tres segundos después, escuchamos el fuerte ruido de carros militares acercándose y estacionándose bajo alrededor de los dos lados de la plaza. Los soldados saltaron con su ametralladora y abrieron inmediatamente. No al aire, como para amedrentar, sino contra la gente. Enseguida, nos dimos cuenta que en los balcones habían más soldados con ametralladora y pistolas automáticas. Habían estado ocultos. Me helé. Sócrates, el muchacho que tenía el micrófono, gritaba: “¡Compañeros, no corran, no se asusten. Es una provocación. Quieren atemorizar. No corran!”

Las armas apagaron su voz. Él volvió a gritar: “¡No corran!” y las armas volvieron a disparar. Había mujeres brincando por las escaleras y por las paredes con niños en sus brazos. Yo no tenía idea de a dónde ir y, de repente, escuché un fuerte ruido en las escaleras.

Estaban disparando y fuimos rodeados por policías vestidos de civil. Cada uno de ellos tenía un guante o un pañuelo blanco en su mano izquierda, para que pudieran reconocerse. Saltaron sobre los dirigentes estudiantiles y sobre mí. Uno me jaló los cabellos y me tiró contra la pared. Me golpeé la cabeza, me doblé y caí”.

El relato de Fallaci estremece aún. Fue una de las pocas crónicas periodísticas publicadas días después que rompió con la versión oficial. Líneas abajo, la periodista italiana relató que el tiroteo empezó a las 5:45 de la tarde. Ella fue herida cerca de una hora después. Y permaneció en Tlatlelolco hasta las 8:30 pm. Ella vino a cubrir Las Olimpiadas y se convirtió en una feroz crítica del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y le reclamó al gobierno italiano que retirara su delegación deportiva.

Fallaci no regresó a México. El Sol de México canceló los servicios de la United Press International (UPI) por la cobertura de su reportero Mike Hughes, quien llegó a mencionar la posibilidad de cancelar los Juegos Olímpicos.

Contenido origina en: http://homozapping.com.mx/2018/09/el-68-y-los-medios-de-comunicacion-los-gritos-del-silencio-parte-i/

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