Las elecciones internas de los partidos políticos parece la principal farsa de la calidad democrática en México. En el transcurso de la semana se dio el ungimiento unilateral de Enrique Ochoa Reza como dirigente nacional del PRI, por decisión unipersonal del presidente, Enrique Peña Nieto; mientras que el fin de semana, el PRD eligió a Alejandra Barrales como su dirigente nacional, por acuerdo cupular entre el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera y la corriente de los Chuchos, para desplazar al ala más radical de la izquierda.
Ni por asomo, la élite política dominante en el PRI y el PRD tuvieron el menor interés por consultar a su militancia sobre la renovación de los órganos de dirección. En un arrebato por mantener el control en una élite enquistada, repartieron el poder entre sus más afines colaboradores, para evitar cualquier colapso interno, que representará un clivaje a sus intereses de grupo.
El presidencialismo hegemónico y reivindicado del peñismo, logró instalar sin regateos a Enrique Ochoa como reemplazo de Manlio Fabio Beltrones. El sonorense fue defenestrado tras la derrota de junio pasado, por un perfil tecnocrático de carente militancia partidista, pero cercano al grupo en el poder. Enrique Peña impuso su toma de decisiones a la democracia interna, Ochoa Reza, pese a su cuestionada trayectoria priísta, logró sortear la necesidad de una candidatura de unidad y una anticipada elección cooptada desde Los Pinos.
Pese a sus crisis electoral y política, el PRD simplemente siguió la estrategia de imposiciones. Más allá de las vicisitudes en la candidatura de Barrales, su postura personal resulta más acomodaticia a la política aliancista del perredismo que trata de ocultar sus fracasos y sus declives, de la mano del PAN, que ha logrado hacer del PRD una franquicia electoral de dividendos favorables.
La carencia democrática que padecen los partidos en los órganos de dirección nacional se replica en las dirigencias y decisiones de los estados. El marco institucional de los partidos pone en entredicho la calidad de la democracia en las elecciones de gobernadores, diputados y presidentes municipales.
El panismo, enfrentará en agosto próximo un proceso electoral interno para renovar la dirigencia estatal. Desde ahora, los grupos dominantes de la élite política ya desarrollan acuerdos sectoriales, que marginarán a sus militantes de la real toma de decisiones. Las determinaciones sobre la dirigencia se anticiparán a las opiniones o elecciones que serán una mera simulación para la militancia.
Morena, por ejemplo, a través de la decisión unipersonal del dos veces candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, ha determinado anticipadamente que la candidata de su partido a la gubernatura mexiquense sea Delfina Gómez, sin que haya existido una consulta previa a su militancia y simpatizantes.
Resulta impensable que ante procesos internos que carecen de elementos básicos de una democracia efectiva, los partidos políticos puedan ofrecer democracia a sus electores en los procesos comiciales institucionales.
En esa falacia democrática, los partidos políticos secuestrados por una élite gobernante, pretenden hacernos creer que hemos alcanzado una incipiente democracia que no responde a los intereses y a las necesidades sociales. Su diseño institucional se modifica y se ajusta a una sola consideración: los intereses de la élite gobernante, que se esmera en el control permanente para controlar la toma de decisiones y mantener el poder que detenta históricamente.
