El año que comienza estará marcado políticamente en el Estado de México por la sucesión de la gubernatura. En un año inminentemente electoral, los partidos políticos están encaminados en sacar ventaja de cualquier circunstancia social o económica que les permita avanzar en sus propósitos por ganar en las urnas.
En lo particular, el partido en el poder, el PRI, arranca ante un sombrío panorama social, en medio de reformas estructurales que no trajeron consigo los beneficios tangibles que alta expectativa causaron, y muy por el contrario, se enmarca un contexto de inflación económica, desempleo, inseguridad y alta corrupción.
El Grupo Atlacomulco se ha reagrupado en los últimos años. Tras el ascenso al poder del actual gobernador, Eruviel Ávila, parte de la élite política fue echada de la alta burocracia e incorporada al gabinete peñista. Ahora, ante la pesadilla mexicana por la que atraviesa la desaprobación del actual presidente de México, muchos apuestan a recuperar sus espacios de poder y regresar al Estado de México con la renovación de gobernador en el próximo mes de septiembre.
En tanto, la oposición ha sido incapaz de conformar una alianza opositora para enfrentar a la maquinaria electoral que representa el priísmo mexiquense, que mantiene en el Estado de México su principal reducto de votos a dos años de la sucesión presidencial y con la apuesta en retener el poder político en Los Pinos.
Para algunos sectores de la oposición política, resulta más conveniente el triunfo del priísmo local, por encima de arrebatarle el poder a través de una alianza opositora que pudiera poner en peligro su status quo, con el reparto de gobiernos municipales, diputaciones federales y locales.
Además, en cada oportunidad que la oposición ha logrado ser gobierno, en lo singular desde los ayuntamientos, tampoco han demostrado capacidades, condiciones o características distintas a las priístas. La frivolidad, el despilfarro y la improvisación han causado gobiernos ineficientes, incapaces e inoperantes.
A falta de definir a los candidatos, las opciones políticas parecen tan limitadas que desde ahora se puede anticipar que el electorado pueda tener reducidas opciones: votar por el menos peor; lanzar un sufragio de castigo frente a la situación actual; o bien optar por el indeseable abstencionismo que tanto lástima a la democracia y permite a la clase gobernante legitimar su permanencia.
A la ciudadanía en general, le parece innecesario votar porque eso no modifica en esencia su condición actual, sin embargo, no manifestar su voluntad en las urnas es una opción irresponsable en cualquier sistema democrático.
Desde ahora, los partidos políticos hacen lo necesario para movilizar sus estructuras y garantizar su techo electoral. A partir de estrategias que tienen cimiento en el clientelismo electoral, garantizan una participación cautiva de los sectores con los cuales se identifican, a los que otorgan dádivas sociales para atemperar grandes necesidades y carencias sociales, en un cooptación del voto ilegal pero permisiva por parte de las instituciones electorales.
No obstante, hacen poco o nada por incidir en recuperar la confianza en las instituciones y motivar que la apatía electoral se convierta en participación ciudadana. Mientras que el desinterés social posibilita que la clase gobernante permanezca con las mismas estrategias clientelares para mantenerse en el poder sin buscar alternativas para conquistar el voto y ganar la voluntad ciudadana en las urnas.
