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Por Tania Contreras

Es el año 2017, el actual régimen (viejo para algunos y así he de llamarlo entonces) … El viejo régimen está a punto de caer, o al menos ese es el augurio que se ha escurrido de boca en boca, como un refrán o un dicho, cada persona que se encuentra con otra, a través de aquellas pantallas que tienen incrustadas en las manos, así lo expresan. El silencio es una contradicción constante que reina y muere a cada instante; ruido individual impregnado directamente a los oídos, imperceptible para el resto, quizá sea esta la causa de que las bocas de los hombres de aquella época no se muevan, han aprendido a comunicarse con los dedos, como el lenguaje de sordomudos, solo que ellos, gustosos, disfrutan de viajes y relaciones con esta condición a cuestas. De pronto, entre la multitud iluminada por los múltiples colores que adornan una avenida enorme, un hombre comienza a mover los labios, habla como para alguien más o para sí mismo, camina y habla, sonríe y hace ademanes como sí el vacío que tiene de frente fuera su mejor amigo, un amigo invisible que contesta algo gracioso y lo vuelve a hacer reír. Es de noche y camina con prisa, como el resto de la gente que lo rodea; de la nada, mete y saca la mano derecha de la bolsa de su pantalón, una luz ilumina su rostro, una luz blanca que emana de la palma de su mano, eso parece, aunque en realidad sostiene una lámina brillante sobre la que, con su dedo pulgar, empieza a presionar de forma aleatoria para después meter y sacar la mano de la bolsa del pantalón y seguir su andar.

El sonido del tren lo despertó de su hipnosis, cerró el libro (era un libro peculiar, de carcaza blanca y con la letra Alpha grabada en toda la portada, la edición especial que le regaló su madre después de saber que no lo volvería a ver en varios meses). Al abordar el tren caminó despacio y comenzó a mirar las manos de los viajantes, imaginaba que una luz emana de ellas; sin embargo, la imagen que buscaba no existía pues todos los ocupantes movían sus manos de un lado a otro mientras charlaban o tomaban una taza de café; encontró su asiento, el que de forma oportuna compartía con una joven de tez trigueña que lo miró con desdén para luego sonreír tímidamente mientras se quitaba los guantes, se sentó en su gabinete y quedaron de frente, solo separados por la pequeña mesa en la que una taza de té emanaba un dulce aroma, la joven viró su vista hacia la venta y él en su afán por no mostrar su interés tomó el libro y continuó con su lectura.

Aquel hombre caminó hasta perderse en la multitud de aquella avenida, en la que enormes pantallas mostraban imágenes que anunciaban alimentos cotidianos pero con una leyenda en particular sellada en lo que parecía una envoltura de papel, la mayoría de las personas que aparecían en aquellos anuncios estaban bien vestidas o conducían autos de lujo, sin duda aquella comida promocionada estaba dirigida para un sector especial que disfrutaba de cada mordida dada a una manzana roja que era extraída de una caja de madera, la cual mostraba la misma palabra “Organic”; enseguida una mujer vestida con un delantal mostraba un sobre que sostenía con la mano, el cual era esparcido sobre agua para convertirse en una sopa caliente. Todos estos anuncios solo eran el preludio de mensajes políticos que invitaban a la gente a participar en el próximo derrocamiento, una revolución anunciada, pre hecha a través de imágenes que no eran vistas por ningún paseante pero que de forma inmediata, al termino de cada discurso, se detenían a mirar aquella lámina luminosa que sacaban de alguna bolsa de sus prendas.

El tintineo de la taza de café logró desconcentrarlo, levantó la mirada para toparse con esa bella imagen, la joven tenía entre sus manos mestizas una manzana roja, la cual mordía con fuerza y determinación, como si aquella fruta representara la exquisitez de todas las manzanas. En ese momento no logró entender como en un mundo lejano, aquella manzana se convertiría en un alimento exclusivo, ¿qué clase de decadencia persiste en una sociedad en la que una manzana se convierta en lujo? Se preguntó justo al instante que miró el café caliente y su olfato, sumergido en la historia, logró engañarlo, para hacerle creer que lo que tenía enfrente era el vapor de un plato de sopa. De lo político no logró discernir nada, en realidad no era un joven dedicado a esos temas de adultos y la compañía que tenía enfrente podría tomar como ofensa el iniciar una conversación de ese tipo, así que volvió a las páginas.

El llamado al cambio, a la revolución, denotaba una extraña tibieza, repetido de forma simultánea en todas las pantallas que se asomaban en lo alto de los edificios, el discurso gráfico era reflejado en miles de las ventanillas de los autos que circulaban por la nación. La idea se había convertido en un slogan publicitario de los artilugios más baratos que pudiesen existir, las cabezas de los diarios se leían de forma unánime en las pantallas, todos apostaban a que el cambio estaba a unos días, porque claro, ninguna sociedad es tan tonta como para soportar el robo de su libertad a cambio de alimentos instantáneos.

¿Alimentos instantáneos?, volvió a mirar la taza de café que había dejado de emitir vapor, la chica se lo ofreció y se levantó de su lugar; la siguió con la mirada hasta perderla al final del pasillo; era esbelta, pero con caderas anchas, sin duda una buena mujer que quizá cuidaría muy bien de la casa y procrearía hijos sanos, una opción que su madre aprobaría enseguida. Comenzó a soñar despierto mientras miraba los paisajes, al estilo Monet, provocados por la velocidad del tren, que cruzaban tras la ventana; cuando por fin aquella joven dama tomó de nuevo su asiento y con un tono suave pero atrevido, cuestionó el no haber bebido el café, sin tener respuesta y con los nervios hechos nudo sonrío, no supo hacer nada más que bajar la mirada y aparentar que no le importaba en absoluto la percepción de la dama.

Al llegar el día anunciado todas las pantallas permanecieron apagadas, de ellas no emanaba una sola luz, un solo destello; los hombres y mujeres caminaban de forma solemne hacia los lugares indicados, la revolución estaba en pie. Con sus caras gachas y sus dedos listos, mensajes como telegramas eran enviados y recibidos por las palmas de cada uno. Era una masacre, una batalla entre miles que solo sucedía, sin que ninguna autoridad de paz interviniera. Al final el viejo régimen se mantuvo, no hubo cambio, no hubo nada.

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