Francisco Ledesma / Las encuestas y las bardas no votan
Muy a pesar de que los aspirantes a la gubernatura, desaforadamente pretenden instalar como una verdad absoluta su posicionamiento en las encuestas electorales como factor de decisión en la designación de las candidaturas por la gubernatura del Estado de México, es menester considerar que, éstas no votan; tampoco lo hacen las bardas, ni su potencial respuesta en las redes sociales.
Desde aquel 1997, cuando el entonces gobernador de Guanajuato, el panista Vicente Fox lanzó su candidatura presidencial precipitadamente; la política mexicana vive tiempos adelantados que desplazan en el poder al gobernante en turno, y eso implica una serie de aspirantes que padecen ansiedad electorera con síntomas identificables en actos desesperados -y anticipados- de campaña.
Bajo el subterfugio de giras de trabajo vinculadas a su actividad de gobierno o legislativa, mantienen reuniones en las que plantean “lugares comunes” sobre un mejor Estado de México, cuya única estrategia conlleva posicionar su nombre, mostrar el músculo de sus simuladas estructuras clientelares y mantenerse enlistados como aspirantes a la sucesión del priísta, Alfredo Del Mazo.
Semana tras semana, aunado a los eventos públicos, se difunde toda serie de encuestas -con resultados dispares, producto de metodologías diversas-, con el afán de incidir que un mejor posicionamiento merece la postulación de facto.
Sin embargo, se debe entender que esas encuestas juegan por ahora un mecanismo de propaganda política, la cual genera especulaciones entre el círculo rojo, pero no confunde a las élites políticas; ni mucho menos permea entre los más de 12 millones de votantes mexiquenses que participarán durante 2023.
Los aspirantes difunden lo que les conviene, pero suprimen las motivaciones de los electores para votar a favor o en contra de determinado partido, coalición o candidato, y en cuya toma de decisiones tienen un elemento central las emociones, los afectos y los desafectos, por encima del reconocimiento.
En esos elementos de análisis, es probable advertir que, Morena tiene una preferencia mayoritaria producto de la defenestración política del PRI; no obstante, en términos de pertenencia política, hay más votantes con identificación priísta que panista, en el caso específico del Estado de México.
La avalancha morenista de los últimos años ha demostrado que, su capacidad de triunfo está anclada en la alta aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien permea con facilidad -desde su discurso- en determinadas zonas geográficas, y en estratos sociales y académicos plenamente identificados; sin importar el candidato o candidata que son postulados a los cargos de elección.
Ahora bien, la capacidad de éxito del PRIAN -e incluso de MC- también ha estado determinada por la poca aceptación de Morena, particularmente en el bajío donde domina el panismo desde hace veinte años; y grandes porciones del norte del país, con una histórica resistencia al político tabasqueño.
Las encuestas más importantes no son las que difunden los aspirantes; las que resultan determinantes en los acuerdos de una alianza electoral y en la designación de un candidato, son aquellas que realizan los gobiernos y que no necesariamente se difunden, porque son clave para la toma de decisiones.
Porque finalmente, una campaña de posicionamiento es suficiente con miles de espectaculares, vallas, parabuses y autobuses con la fotografía y el nombre de quien resulte el candidato de las élites políticas y empresariales; y ejemplos sobran desde 1999 hasta 2017; desde el Avanza hasta el Fuerte y con todo.
La tenebra
Está claro, Alfredo Del Mazo no está dispuesto a entregar el poder a la oposición morenista; ni tampoco a la resistencia interna que pretendió cerrarle el paso en el 2017, y en cuyo caso se identifican dos aspirantes eruvielistas. Y ahí, el priísta no cederá la candidatura.
