Francisco Ledesma / El clivaje o la reivindicación: 2023
En un plazo de 365 días, el Estado de México tendrá nuevo gobernador o gobernadora, el cual deberá ser electo el 4 de junio de 2023, en lo que se advierten serán los comicios más adversos para el régimen priísta desde hace noventa años; y cuyo resultado podría significar un clivaje respecto de la clase gobernante identificada con el Grupo Atlacomulco, dominante desde 1943.
Como un primer elemento disruptivo, el priísmo mexiquense enfrentará a morena -cuyo dominio se ejerce e identifica con la alta popularidad del presidente, Andrés Manuel López Obrador-, y que parte como puntero de las encuestas electorales, y un elemento adicional: la victoria en 21 entidades en los últimos cinco años; frente a un tricolor que se ha desdibujado sin distingo.
En un segundo factor, el Estado de México determinará eventualmente una elección entre mujeres -con Delfina Gómez ya ungida en la acera morenista, y secundada por la pugna priísta, entre Alejandra y Ana Lilia-, puede anticipadamente marcar que, a partir de septiembre del año entrante, la entidad mexiquense tendrá con absoluta garantía su primera gobernadora.
Para cerrar la pinza de análisis, el PRI parece haber renunciado a su tarea opositora, mediante una construcción discursiva absolutamente institucional hacia el presidente, López Obrador; y un puñado de exgobernadores priístas que han sido parte del triunfo morenista en sus elecciones de salida, y que han tenido como premio el otorgamiento de embajadas y consulados, una coyuntura que marca suspicacias del futuro electoral y político para los comicios mexiquenses.
El gobernador Alfredo Del Mazo -junto a su carga genética- conlleva una carga política para conservar el Estado de México a favor del priísmo tanto local como nacional, en lo que parece representar el último salvamento de su partido, el mismo que vio a su abuelo y a su padre como mandatarios; pero que puede significar el último clavo al ataúd desde la cuna atlacomulquense.
Tras la derrota electoral del año 2000, el PRI tuvo la capacidad de reconstruirse desde el financiamiento y la operación política del Estado de México. Desde tierras mexiquenses, diseñó una figura presidencial fallida, que debió renunciar a sus aspiraciones en octubre de 2005, tras la exhibición patrimonial de Arturo Montiel; pero que, en lo inmediato, trazó una ruta en torno a Enrique Peña que culminó con el retorno del PRI a la Presidencia de la República en 2012, cuyo sexenio trajo consigo la mayor defenestración y una estrepitosa derrota.
El último gran triunfo del priísmo fue en la elección de Alfredo Del Mazo en 2017; en adelante, lo demás ha sido transitar de fracaso en fracaso, y la cita histórica de 2023 puede implicar la reivindicación de la estructura electoral más robusta del país, o bien, entregar las llaves de la última habitación disponible.
La del Estado de México, no es una elección cualquiera, porque aquí concitan poderes formales y fácticos que inciden en el mayor padrón de votantes, que serán determinantes para los comicios presidenciales del 2024.
El 16 de septiembre de 2023, se deberá dar formalmente el relevo del priísta Alfredo Del Mazo, pero esa ruta estará marcada por 365 días de absoluta efervescencia política, con un ingrediente adicional: el interés desde Palacio Nacional para conquistar el mayor bastión electoral del priísmo, frente a los electores mexiquenses que en dos ocasiones le dieron el triunfo a López Obrador -en 2006 y 2018-; y que en las tres más recientes elecciones -2017, 2018 y 2021- han colocado a Morena como la primera fuerza electoral.
El pronóstico, muy a pesar de las encuestas, hoy debe ser reservado.
La tenebra
Si Del Mazo gana para el priísmo el 2023, quedará como el gobernador más fortalecido del sexenio lopezobradorista; si pierde, podría erigirse a sí mismo, como un demócrata. En cualquier escenario es ganar, ganar.
