Francisco Ledesma / El voto del descontento
En esta primera etapa de precampañas electorales, los equipos de Alejandra del Moral y Delfina Gómez han tratado de posicionar a su favor las encuestas electorales: por un lado, a la priísta le dan condiciones de crecimiento en las preferencias entre los votantes para alcanzar la hazaña del triunfo; y por otra parte, a la morenista, le permiten consolidar su condición de puntera inalcanzable para ganar los comicios del 4 de junio. La moneda está en el aire.
Lo cierto es que, el ganador de las elecciones más recientes resulta ser el hartazgo social hacia su clase política producto de la frivolidad de los gobernantes, la defenestración que padecen sostenidamente, y una pérdida de votos que todos los partidos políticos reflejan de manera sistemática, muy a pesar de que el padrón de electores crece como resultado del bono demográfico.
Los partidos políticos y sus candidatos tienen como apuesta prioritaria la construcción de estructuras electorales, las cuales hoy resultan obsoletas, puesto que han perdido su capacidad de persuasión entre los votantes; principalmente entre las nuevas generaciones permeadas por tener un acceso a información más prolífico en las redes sociales; o bien, por la indiferencia o el desinterés hacia los procesos electorales que impactan su entorno social.
El ingrediente adicional que determina el voto de los electores se construye a partir del llamado voto de castigo, como corolario de un descontento hacia el partido en el poder público, sin importar sus ideologías políticas o económicas; de lo que se trata es de experimentar una alternancia, como parte de sancionar a una clase gobernante que le ha defraudado o le ha incumplido rotundamente.
Atrás han quedado los tiempos en que las estrategias electorales se concentraban en la movilización del llamado voto duro, aquel identificado con las lealtades políticas a favor de un partido o gobierno; hoy, las decisiones están vinculadas a la inmediatez de los resultados o al impulso de las emociones, por lo que, el voto volátil resulta más común y abundante entre los electores.
Bajo esa premisa, las precampañas -y en lo inmediato, las campañas electorales- tienen como discurso prominente el voto del descontento hacia sus adversarios, por encima de buscar el sufragio a favor de un candidato, partido o proyecto.
A la morenista, Delfina Gómez se le escucha repetir con absoluta frecuencia, la necesidad de derrotar al PRI por sus malos gobiernos, a lo largo de más de 90 años en el Estado de México; y de enfrentar una oportunidad histórica -quizá se refiera al control político de su partido- para vencer a los de enfrente.
La priísta, Alejandra del Moral insiste en que, para la entidad mexiquense sería una desgracia el triunfo de Morena en el Estado de México, quien ya ha demostrado incapacidad, improvisación y ocurrencias en el ejercicio del poder, por lo que pide el voto, para evitar el ascenso al poder de su contrincante.
En esa ecuación, es entendible que el PRI tenga todas las encuestas en su contra, puesto que la mayoría de los votantes sostiene como aspiración la alternancia electoral. No es casualidad que los últimos reductos del priísmo que no conocen la derrota sean el Estado de México y Coahuila, que en el verano de este 2023, se juegan la gubernatura de sus entidades; y Morena, como nunca antes, tiene la posibilidad de derrotar a las estructuras de poder más robustas.
El desgaste del poder público de los últimos cinco años por parte de Morena, abre la ventana para que la oferta política del PRI sea la única en condiciones de crecer en todas las encuestas, puesto que Delfina Gómez ha llegado a su techo electoral. El mayor hartazgo decantará la votación del 4 de junio.
La tenebra
El descontento hacia el PAN, en la coyuntura del juicio a Genaro García Luna y otros capítulos que han revivido el desgaste del poder de los sexenios panistas, han llegado en un mal momento para el proyecto electoral del Estado de México, que encabezará Alejandra del Moral, ya con una carga por sí misma negativa, ya sea por su origen partidista o por su trayectoria política vinculada al priísmo local.
