Francisco Ledesma / Misión imposible
El discurso festivo de despedida lanzado por Alejandra del Moral como dirigente del PRI en el Estado de México envejecerá muy pronto, para transitar del “misión cumplida” -en referencia a la elección del año pasado- a un proceso de renovación en la presidencia tricolor que podría enmarcarse como una “misión imposible”, cuando por delante se tendrá la batalla electoral más desafiante jamás vivida para el régimen priísta mexiquense en la muy esperada sucesión por la gubernatura en junio de 2023.
La decisión de remover a Alejandra del Moral de la presidencia priísta, y la definición de su remplazo tiene como único elector al gobernador Alfredo Del Mazo, aunque en su toma de decisiones siempre existe la posibilidad de buscar acuerdos y pactos políticos con los exgobernadores y con la dirigencia nacional de su partido, muy a pesar de los desencuentros institucionales existentes.
La especulación política ha conmocionado a quienes tienen intereses de incidir en la sucesión de Alejandra del Moral -particularmente de quienes fueron desplazados con su ascenso al poder, o bien, de quienes buscan mantener intactos sus privilegios al interior del comité-, lo que conlleva al inevitable surgimiento de nombres que son propuestos como aspirantes al encargo.
La salida de Alejandra del Moral parece sustancial: proyectar su imagen como aspirante a la candidatura priísta sin que haga uso de las estructuras del partido, y eso genere una competencia desigual en una contienda interna de facto.
Hacia adelante, lo prioritario son los requisitos que debe reunir quien vaya a ser ungido como el futuro presidente del PRI mexiquense, enmarcados en tres características: tener amplia cercanía al gobernador; que no tenga aspiraciones inmediatas y que genere equilibrios en el proceso interno; en síntesis, que sea disciplinado y leal al proyecto delmacista. Como complemento, sería ideal que generará un consenso para acercar a Del Mazo con Alejandro Moreno.
Lo que no se puede permitir el delmacismo es erigir a una figura jurásica, cuando lo que se pretende es construir la imagen de un partido renovado. Quienes romantizan con el priísmo del viejo cuño, y una maquinaria electoral que apostaba al corporativismo, no tendrá cabida en la futura presidencia del PRI.
Ahora bien, el dirigente del PRI estatal que sea electo en las próximas semanas tendrá un encargo de doce meses, periodo en el cual deberá resolver la renovación de los 125 comités municipales y de los más de cinco mil comités seccionales, con el concurso de los alcaldes afines en el territorio estatal.
Y será quien siga la ruta crítica hacia finales de 2022 y principios de 2023, para eventualmente construir la alianza electoral con el PAN y el PRD; y diseñar el proceso para seleccionar al candidato a la gubernatura. Una vez que se haya definido la posible coalición electoral y el ungimiento del candidato o candidata deberá dar un paso al costado como marca la tradición del régimen priísta.
La próxima dirigencia priísta, deberá contener a las fuerzas internas y externas para favorecer al proyecto delmacista de la sucesión, y eso implica que la candidatura se decante en su círculo cercano, antes de conceder la postulación a quienes se opusieron al gobernador actual en 2011 y en 2017, y hoy le imponen diques en el diseño electoral del año entrante.
Si bien, el nuevo presidente del PRI no será responsable de la elección de 2023, sí tendrá una “misión imposible” para construir una alianza y un candidato lo suficientemente fortalecido que le permita ser competitivo, en un momento crucial para lo que podría ser el último bastión electoral del otrora partidazo.
La tenebra
Del Mazo no tiene una carrera de partido, sin embargo, hasta la fecha no ha perdido una sola elección (ha ganado tres); muy a pesar de los detractores internos del partido que lo desestiman. Podrá no haber sido presidente de seccional, pero ha sabido construir arriba para que la operación abajo funcione.
