Francisco Ledesma / ¿Y quién apaga la luz?
Las elecciones del domingo 5 de junio, anticipan inexorablemente que, el PRI tendrá a partir del año entrante únicamente dos gobernadores vigentes: Alfredo Del Mazo -del Estado de México- y Miguel Riquelme -de Coahuila-, quienes quedarán como los únicos interlocutores del priísmo ante al gobierno federal; y quienes coincidentemente deberán enfrentar elecciones por la gubernatura en el 2023, con la encomienda de mantener en competencia a su propio partido.
En un catastrófico escenario, perder en 2023 cualquiera de esos bastiones electorales, los cuales nunca han sido gobernados por partido diferente al PRI, marcaría simbólicamente la desaparición del partido hegemónico del siglo veinte; y quien logre retener el poder, se convertiría de facto en el liderazgo que pueda reconstruir al priísmo sumido en la mayor crisis electoral de su historia.
Al Estado de México y Coahuila, los une la historia reciente de aquella alianza conformada por gobernadores priístas que combatió al tabasqueño Roberto Madrazo por la candidatura presidencial del 2006. En aquellos acuerdos políticos participaban Arturo Montiel y Enrique Martínez, cuyos estados hoy se mantienen como el único resquicio de sobrevivencia de un régimen desahuciado.
De ese bloque de gobernadores, Tamaulipas se entregó al panismo en los comicios de 2016; y en la elección del domingo, podría ser ganada por Morena.
Mientras que, en un clivaje político, en Hidalgo -que tampoco conoce la alternancia-, las disputas internas entregarán el poder al morenismo; dentro de un círculo político que se encumbró el sexenio pasado, de la mano de exgobernadores como Osorio Chong, Murillo Karam y Manuel Ángel Núñez.
Entre los grupos políticos del Estado de México y Coahuila, se conservó esa alianza política que permitió a Enrique Martínez convertirse en secretario de Agricultura y embajador de México en Cuba, durante el sexenio peñista; y Humberto Moreira se erigió en dirigente del PRI en la víspera presidencial
Actualmente, Rubén Moreira -coordinador de los diputados federales- representa el liderazgo moral de los coahuilenses, y defenderá su bastión electoral para convertirse en el factor de decisión de los restos del priísmo a partir de 2023.
Alfredo Del Mazo, por su parte, heredero del Grupo Atlacomulco, tiene la encomienda de conservar el poder que detentaron su abuelo y su padre, y que tuvo su momento cumbre durante el sexenio de Enrique Peña; el mismo que, derivado de los excesos y la frivolidad, hoy tiene al PRI con altos negativos frente a los votantes, perdiendo irrefrenablemente todas las elecciones desde 2018.
Alfredo Del Mazo y Rubén Moreira comenzarán una batalla electoral, a partir del lunes 6 de junio, cuando falten doce meses para los comicios por las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, con varios elementos en común.
En ambos casos, deberán asumir el control en la toma de decisiones desde las fuerzas vivas de sus propios estados; y con ello, evitar la injerencia desde el centro, o bien, atenerse a las consecuencias de una derrota anticipada.
Para ser competitivos, resulta fundamental mantener la alianza electoral con el PAN y el PRD, y con ello, estar en competencia frente a la avalancha morenista; pero además, imponer las condiciones para que, la candidata o el candidato ungido sea de extracción priísta; pues de eso van los comicios del 2023.
El triunfo del PRI representaría una posibilidad para reconstruirse desde dos bastiones electorales y permear al resto del país; o bien, una derrota implicaría la desaparición de un partido histórico, en donde el último en salir deberá apagar la luz, y evitar su defenestración política como sepulturero.
La tenebra
La alternancia electoral se siente tan cerca en el Estado de México, que una victoria del PRI sería más atribuible a errores de Morena y sus figuras políticas que, a los aciertos del partido en el poder, o incluso, a las virtudes de los aspirantes que todos los días salen en sus redes sociales a hacer sus campañas personales.
