Francisco Ledesma / Una clase política hacia al olvido
El pasado miércoles 29 de junio, se conmemoró con absoluta intrascendencia el 140 aniversario del natalicio del exgobernador Isidro Fabela, quien se considera fundador del Grupo Atlacomulco, cuyo mandato marcó un clivaje por construir un proceso de “pacificación” en la vida política del Estado de México, tras el asesinato de Alfredo Zárate Albarrán, ocurrido en marzo de 1943.
Hasta hace algunos años, el natalicio de Isidro Fabela, era una ocasión propicia para que la clase gobernante se diera cita en la explanada del mítico Atlacomulco, en un acto simbólico que era encabezado por el mandatario en turno -acompañado por exgobernadores y su gabinete en pleno, además de los representantes del Poder Legislativo y Judicial-, como un acto reivindicatorio para las élites políticas que tuvieron su origen en esta región de la entidad.
Aun cuando la trayectoria de Fabela estuvo plenamente identificada a una carrera diplomática, los actores políticos se empeñaron por legitimar el linaje de Fabela hacia los tiempos posrevolucionarios que permitieron el ascenso al poder de personajes como Alfredo Del Mazo Vélez y Carlos Hank González.
Con el mandato interino de Isidro Fabela se dio origen a una entronización de los gobernadores contemporáneos para nombrar a escuelas, vialidades, hospitales, parques, museos y demás inmuebles del espacio público; lo que tendría como propósito construir una falsa idea del proceso de modernización e institucionalización del priísmo que ha gobernado los últimos 80 años.
Desde entonces, las grandes obras de infraestructura tuvieron a bien nombrarse Isidro Fabela, Alfredo Del Mazo Vélez, Carlos Hank González y Gustavo Baz, como si quienes les antecedieron hubieran sido borrados de la historia política.
Un exceso mayúsculo, tuvo su momento cumbre de egocentrismo hacia el año 2004, cuando un patronato de priístas edificó una estatua de Carlos Hank en Paseo Tollocan, puerta de entrada para la ciudad de Toluca; y en esos mismos años, surgieron inmuebles públicos bautizados con el nombre de Arturo Montiel -gobernante en funciones- y de Maude Versini -su entonces cónyuge-, cuando el entonces mandatario acariciaba el anhelo de la candidatura presidencial.
El denominador común de todas esas acciones fue identificar a los gobernadores de los últimos 70 años como parte de un linaje político, que habría posibilitado el ascenso al poder mediante una herencia partidista, que se mantenía como poder hegemónico en un grupo compacto, cuya cuna era Atlacomulco. En su imaginario, los gobernadores en turno soñaban con su nombre inscrito en calles y estatuas edificadas en su honor en explanadas públicas.
La clase gobernante se asumía dueña del presupuesto público y del espacio urbano, como para disponerlo a favor de su culto a la personalidad, con una robusta carga ideológica que permeará socialmente en cada elección.
En la coyuntura actual, se vuelve insostenible bautizar espacios públicos con el nombre de los gobernadores de los últimos 30 años, ante su defenestración política y su mala reputación pública, simplemente sería un despropósito.
A la distancia, la memoria histórica de Fabela ha ido palideciendo; y en su más reciente aniversario, apenas alcanzó para que el secretario de Salud encabezara una ceremonia cívica acompañado de la alcaldesa, y los diputados federal y local.
Sin embargo, la tradición política de Isidro Fabela se resiste a morir frente a la proximidad electoral, en cuya circunstancia el gobernador en turno deberá incidir en la sucesión: desde la designación del candidato priísta hasta la operación electoral que conlleve a un posible triunfo en las urnas de su delfín político.
La tenebra
La elección de 2023, puede marcar un clivaje de una nueva era política para el Estado de México, la cual empodere a una clase gobernante distinta; y desplace a Atlacomulco hacia el olvido.
