Toluca, Edomex. 23 de febrero de 2015.- En la víspera de las campañas electorales, los partidos políticos han comenzado el desarrollo de sus procesos para la selección de candidatos con una consigna pendiente: la democracia interna. El acceso al poder sigue siendo un asunto restringido, pero específicamente de grupos de interés, quienes construyen obstáculos para quienes les son ajenos e imponen condiciones para favorecer a quienes detentan el control político de los partidos políticos.
El grupo en el poder, erigido desde Los Pinos y que se replica en el Estado de México, ya genera una simulación de democracia interna en el PRI para seleccionar candidatos a alcaldes y diputados locales. En esencia, se sabe que no habrá democracia alguna y que impera una designación directa de precandidaturas únicas, lo que margina a la militancia de a pie, la responsable de movilizar la maquinaria electoral que le permite alcanzar los triunfos y ascender al poder.
A la distancia, ha pasado casi una década de que el exgobernador Arturo Montiel dejó el poder, y su grupo político se apresta a ser uno de los más beneficiados con la designación de candidatos. Hasta hoy, ahí aparecen los nombres de Martha Hilda González Calderón y Carolina Monroy encabezando las candidaturas a diputadas federales, ambas identificadas con el montielismo, acompañadas de hijos de dos exgobernadores mexiquenses: Alfredo del Mazo Maza e Ignacio Pichardo Lechuga.
El montielismo no dejará vacíos de poder y empuja el empoderamiento de Miguel Sámano, su exsecretario particular, como futuro diputado local. Eruviel Ávila por su parte, ya también diseña el ascenso al poder de su propio grupo político: Raymundo Martínez como puntal de la futura legislatura mexiquense e Indalecio Ríos para la presidencia municipal de Ecatepec, el municipio más poblado del país y tierra natal del actual mandatario.
En una perniciosa costumbre, parece indivisible la toma de decisiones entre el gobierno y el priísmo mexiquense. Más allá de las supuestas precampañas que diseña el partido en el poder, lo que impera es la construcción de escenarios para consolidar las candidaturas más competitivas, pero además un reparto equitativo hacia los diversos grupos políticos, que posibilite un “palomeo” de candidatos únicos, al cual el resto de los aspirantes lo respalden con absoluta institucionalidad para garantizar la conservación del poder.
Para el resto de los partidos políticos la situación no es muy distinta. En el PAN, el control político recae desde hace dos procesos electorales a favor de Ulises Ramírez, quien por interpósita persona –Óscar Sánchez Juárez, dirigente estatal panista-, detenta la toma de decisiones para apuntalar a sus hombres cercanos como candidatos en municipios y distritos prioritarios. En el entramado del blanquiazul se perfilan las candidaturas de Edgar Olvera y Adrián Juárez en Naucalpan y Tlalnepantla. El propio Ulises será diputado federal por la vía plurinominal dada su cercanía con Gustavo Madero.
En el PRD, la corriente Alternativa Democrática Nacional que encabeza Héctor Bautista -hoy aliado de los Chuchos a nivel nacional-, ya ha generado las condiciones necesarias para que los principales espacios de poder queden bajo su dominio. En Neza, su principal bastión electoral, ya garantizó la candidatura de Juan Hugo de la Rosa -quien además ya fue dirigente estatal del PRD-; a quien se suma Víctor Manuel Bautista -hermano de Héctor- como candidato a diputado local. Otras tribus como Nueva Izquierda y Grupo de Acción Política buscan repartirse el resto del pastel, impulsando a sus hombres más fuertes como Octavio Martínez y Armando Portuguez por las alcaldías de Ecatepec y Tultepec, respectivamente.
El resultado es indeseable. Una nula democracia interna en los partidos políticos y la construcción de candidaturas a partir de componendas políticas, que imposibilita una renovación de cuadros y un proceso democratizador en sus estructuras. Hoy, los candidatos que representan el rostro del poder son los políticos de siempre, alcaldes que buscan ser diputados y viceversa. En el colmo, predomina una especie de monarquía, exgobernadores y alcaldes que buscan heredar el poder a cónyuges e hijos, como si la estirpe fuera condición suficiente para ascender al control político.
Hace más de dos décadas que el régimen político ha venido cimbrando sus estructuras para avanzar en democracia, pero en los partidos políticos todo parece seguir igual. Mientras los partidos no tengan la suficiente madurez para evolucionar políticamente, la democracia mexicana seguirá imperfecta. El desaseo interno de los partidos sólo profundiza el desprestigio de la política entre la sociedad, y abona al desánimo ciudadano por participar en las elecciones.
