La conducta de David Korenfeld puesta al descubierto al hacer uso personal de un helicóptero destinado al servicio público de la Comisión Nacional del Agua, desnuda de cuerpo entero a la clase política del país, acostumbrada al despilfarro del erario público para la comodidad de los altos mandos, sus familiares y su círculo cercano, sin recato ni castigo de quienes reinciden en esa indisciplina.
Lo que para el grupo en el poder aparece como una circunstancia normal, natural, cotidiana, es en el fondo un abuso de poder y una afrenta para las condiciones que un trabajador mexicano promedio debe sortear en su vida diaria. En el avance de la transparencia, el ejercicio del poder no puede representar un “cheque en blanco” ni mucho menos un “manto de impunidad” para actuar sin prudencia y saberse sin castigo.
Entre lo lamentable y lo deleznable, se puede advertir que la promiscuidad de Korenfeld en el derroche del erario, para usar un helicóptero del servicio público en el traslado de su familia, es una acción recurrente para los políticos, donde predomina por parte del grupo en el gobierno la ostentación del poder económico como condición por antonomasia en el ejercicio del poder político.
En los últimos meses, ha sido prolífica la lista de quienes detentan el poder político y exhiben lujosos artículos personales, y una afición particular por relojes finos y de altísimo costo: Korenfeld, Navarrete, Camacho y más recientemente Nemer. El chiste parece contarse solo, entre la contradicción, el sarcasmo y la desesperanza de una sociedad desencantada y enojada con sus gobernantes, que hacen de sus cargos políticos una condición de vida para vivir entre lujos al amparo del dinero público.
“Un político pobre es un pobre político”, acuñó como frase Carlos Hank González, uno de los principales liderazgos del Grupo Atlacomulco, hoy instalado en el poder de Los Pinos, y parece que sus enseñanzas se siguen en la misma ruta: amasar fortunas al arropo del poder, donde no se distinguen conflictos de interés, abusos de poder, complicidades, omisiones y componendas como elementos naturales del ejercicio del gobierno para beneficio de unos cuantos.
En la lógica de que uno llevo a su familia y más de 200 acompañantes a la visita oficial con la familia real en el Reino Unido, uno de sus más cercanos colaboradores se sintió en libertad de acompañarse por su familia en una aeronave con recursos del Estado mexicano, en medio de un discurso de austeridad, ajustes presupuestales y un amenazante recorte de plazas, que topa con pared, día a día con su realidad.
Como panacea al manejo de crisis, muchos piden la renuncia de David Korenfeld para saciar la exigencia de la opinión pública y poderle dar vuelta a la página en el nuevo escándalo que arrecia contra el peñismo. Sin embargo, no parece una solución de tajo, en tanto que los abusos de poder permanecen. Hace unos meses fue defenestrado Humberto Benítez como “chivo expiatorio”, y las crisis que le han seguido, han sido peores y sin que el castigo previo haya significado escarnio.
Lo cierto es que la exhibición expuesta en redes sociales, hoy tiene más expuesta a la clase política, pero sólo da muestra de una diminuta dimensión de la realidad en que viven los gobernantes. En esa lógica, lo que no aparezca en el “Big Brother” en que se han convertido el Social Media no representa que no exista, sino que los excesos pueden, y en ocasiones, son mucho más insultantes de lo que la imaginación alcanza.
Los mirreyes de la política creen que todo lo pueden y todo lo hacen al patrocinio del poder, consideran el dinero público como propio y con una simple sacudida advierten que pueden seguir abusando del ejercicio del erario.
A propósito del inicio de las campañas electorales iniciadas ayer, en muchos casos más allá de las promesas y las propuestas, bastaría con que la clase política se atreviera a renunciar a sus privilegios y a sus onerosas prebendas que les otorga el cargo, para otorgarles no sólo el sufragio en las urnas sino además regresarles el voto de confianza, que palmo a palmo siguen perdiendo.
