Toluca, Edomex. 18 de julio de 2017.- Para que una de las mujeres, posibles beneficiarias del “salario rosa” que prometió Alfredo del Mazo en su campaña pudiera comprar una mansión como la adquirida por el candidato priísta por un monto superior a los 31.5 millones de pesos, tendría que ahorrar el monto total de dicho programa asistencial durante cuatro mil 375 años. Un mexiquense con un salario mínimo de 81 pesos diarios, debería ahorrar el monto íntegro de su sueldo durante mil 80 años para acumular la cantidad que costó dicha vivienda.
De ese tamaño es la desconexión existente entre la clase gobernante, acostumbrada al despilfarro, la frivolidad y la ostentosidad que contrasta con las carencias, la frugalidad y las precariedades que enfrenta la mayoría de la población mexiquense. La élite política vive en una realidad muy disímbola de la gente de a pie, que día a día se esfuerza para completar no para una casa lujosa, si acaso para comer y mantener a su familia. Por ello, programas asistenciales son meros paliativos clientelares con meros fines electoreros y de corto plazo.
La exhibición sobre la vivienda de Alfredo del Mazo abre sendas críticas, en alguien que ya enfrenta una inconmensurable deslegitimidad, dadas las condiciones de su cuestionado triunfo en los comicios pasados. No hay razones justificables para haber falseado información en su declaración patrimonial, en la que Del Mazo informó una compra por 5 millones de pesos, cuando en las pruebas documentales la casa rebasó un costo de 31 millones de pesos. El candidato priísta simplemente simuló una declaración patrimonial para salir del paso de su trance electoral, pero con información inexacta e irregular.
Los mirreyes de la política mexiquense nacieron en la cuna del poder público, y están acostumbrados a la suntuosidad. El poder público para muchos es un generoso negocio familiar que les permite vivir entre lujos y ostentaciones. La riqueza personal al amparo del poder público es una condición natural. Para afrontar la crítica de su evolución patrimonial, es menester que Del Mazo explique las condiciones de la compra de una mansión inimaginable para el grueso de la población. Es obligatorio que Alfredo detalle sus actividades adicionales a sus cargos públicos y su actividad política.
Del Mazo, eventualmente próximo gobernador mexiquense, es inmensamente millonario. De otra forma no se encuentran explicaciones para comprender que pueda comprar una casa de 31.5 millones de pesos como quien compra un refresco y unas papitas en la tienda de la esquina. Ni sumando los salarios de sus cargos como director del Instituto del Emprendedor, secretario de Turismo, alcalde de Huixquilucan, director de Banobras y diputado federal, dan la suma necesaria para acumular la riqueza patrimonial de Del Mazo.
El priísta ha seguido con precisión la enseñanza de Carlos Hank González, al asumir que “un político pobre es un pobre político”. Su riqueza no solamente ha dejado de ser ocultable, para muchos mexiquenses resulta insultante. Del Mazo no cometió un delito, en tanto que la declaración patrimonial como candidato a gobernador sólo corresponde a un acto de buena fe. Lo que ha perdido es la confianza de un electorado, que ya por sí mismo había votado abrumadoramente en su contra. Alfredo es un hombre de buenas intenciones, pero el círculo cercano que le aconsejó ocultar información, hoy lo tiene cuesta arriba en el descrédito de su fama pública y de su apretado triunfo electoral.
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