Toluca, Edomex. 01 de noviembre de 2018.- En treinta días concluirá el sueño presidencial que terminó en pesadilla atlacomulquense. Enrique Peña Nieto y su equipo de mexiquenses abandonarán el poder político que alcanzaron hace seis años, sumidos en una profunda crisis, una altísima desaprobación y una desastrosa derrota electoral. Desde hace cuatro meses, la agenda pública es dominada por el presidente electo, López Obrador. El peñismo parece haber abandonado el ejercicio del poder tan pronto como perdió las elecciones.
El sexenio peñista pinta para el olvido. El arranque de su gobierno, que esbozó un Pacto por México y el impulso de trece reformas estructurales, perdió la ruta de navegación. La desaparición de 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa marcó la decadencia de su gobierno. De ahí, vinieron el escándalo de la Casa Blanca, la fuga del Chapo Guzmán, el socavón Express, la noche de Nochixtlán, la Estafa Maestra, y una retahíla de desatinos que no tuvieron jamás explicación. Un presidente con estigmas negativos, en lo personal y lo institucional.
Entre las élites priístas parece que están los mayores agravios. El poder público se concentró en muchos mexiquenses que ocuparon las secretarías de Estado, las subsecretarías más relevantes, decenas de coordinaciones generales y cientos de direcciones generales. Otros pocos espacios se abrieron para hidalguenses, y muchos panistas prevalecieron en la alternancia. Los priístas del resto del país fueron testimoniales para la presidencia atlacomulquense. Ahí se concentran los mayores rencores hacia el presidente que va de salida.
Difícilmente el PRI encabezará una oposición política, teniendo como lastre la generación peñista de su lado. Peña Nieto simboliza el conflicto de interés. Y detrás del mexiquense, Javier y César Duarte, Eugenio Hernández, Tomás Yarrington y Humberto Moreira. Afines a su tiempo y su espacio, acusados por desfalcos, narcotráfico, desvíos de recursos y corrupción. Aparte de su gabinete acotado por las estafas y los sobreprecios: Rosario Robles y Ruiz Esparza. La reconstrucción parece obligada, pero siempre alejada del peñismo.
Peña Nieto alista su regreso a casa. Ha comenzado la mudanza de Los Pinos su casa de descanso en Ixtapan de la Sal. La autopista Tenango – Ixtapan de la Sal ha acelerado los trabajos de ampliación y rehabilitación. El todavía presidente se convertirá de facto, en el liderazgo moral del Grupo Atlacomulco. Rebasará a su tutor político, Arturo Montiel. Y se impondrá en la toma de decisiones del priísmo mexiquense. Mucho de su círculo cercano incidirá en los ajustes del gabinete delmacista. Hay que anotar en esa posibilidad a Francisco Guzmán, Erwin Lino, Roberto Padilla y un disminuido Aurelio Nuño. Llegó su momento de buscar futuro sin estar a la sombra de su jefe político.
Enrique viene con una muy reciente derrota a cuestas. La cancelación del aeropuerto en Texcoco puede traducirse como una afrenta política, económica y hasta ideológica. La decisión lopezobradorista impacta en el núcleo de intereses de la clase gobernante saliente. La transición que parecía pacífica se ha comenzado a enrarecer, y a polarizar. Lo más importante para el peñismo es garantizar su seguridad jurídica. La cuenta regresiva y la decadencia de su poder no tienen reversa. ¡Menos días, señor presidente!
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