Francisco Ledesma / La paradoja de las alianzas electorales
A lo largo de los últimos 23 años, el Grupo Atlacomulco vio amenazada la pérdida del poder político de la gubernatura del Estado de México, por medio de una eventual alianza de sus opositores; y paradójicamente, cuando el régimen priísta estaría por cumplir cien años al frente de la administración estatal, la única forma de retener su hegemonía sería por medio de una coalición junto a sus adversarios históricos y con ello, afrontar la andanada morenista.
En 1999, el candidato priísta, Arturo Montiel arengaba: “mi alianza es con los mexiquenses”; mientras sus rivales experimentaban las primeras coaliciones partidistas en pugna de la gubernatura. Entonces, el PAN y el PVEM postularon a José Luis Durán; y el PRD y el PT a Higinio Martínez. Con sobresaltos, el atlacomulquense se erigió en ganador de una competida contienda.
Seis años más tarde, el desencanto del Verde con Acción Nacional, reconfiguró el espectro de las alianzas electorales. El PRI se coaligó al PVEM, y desde sus estatutos, los ecologistas se volvieron una puerta viable para una eventual candidatura externa que todos avizoraban a favor de Carlos Hank Rhon.
En la oposición, el PAN y Convergencia se decantaron a favor de Rubén Mendoza: y el PRD y el PT, en una alianza ya permanente, candidatearon a Yeidckol Polevnsky. Sin embargo, el priísmo dominaba la escena electoral y parecía invencible con una robusta estructura partidista. Enrique Peña, salió ganador.
El mayor colapso de las coaliciones devino en 2011. Peña Nieto forzó a los panistas, a la firma de un pacto anti alianzas, signado por César Nava y Fernando Gómez Mont. Tras la exhibición pública del acuerdo privado, el dirigente panista y el secretario de Gobernación calderonista, renunciaron a su despacho.
Desde el ámbito legislativo, se prohibieron las candidaturas comunes; y obligado por la coyuntura, Eruviel Ávila se volvió candidato para evitar la traición de ser postulado por la oposición, en el mayor amago de alianza opositora en la historia.
Ironías de la vida política. En la elección de 2017, sin alianza electoral, Alfredo Del Mazo hubiese perdido la elección frente a la morenista, Delfina Gómez. Fueron los votos del Verde, Nueva Alianza y Encuentro Social, los que dieron el triunfo al delmacismo. El PRD y el PAN se habían ya desdibujado de las urnas.
Para el 2023, el PRI ha determinado que la única puerta viable de competitividad será en alianza electoral con PAN y PRD, bajo la figura de gobiernos de coalición.
El priísmo mexiquense afrontará escenarios inéditos: por un lado, postulará a una mujer como su candidata a gobernadora; forjará una alianza con sus adversarios históricos para compartir un eventual triunfo y posible gobierno; y enfrentará a una candidata que tendrá el respaldo absoluto de un gobierno federal opositor con altos niveles de aceptación y popularidad.
Hoy, los priístas disruptivos ni siquiera son buscados por la oposición; aunque el gobernador en turno está ajeno a las ambiciones presidenciales o al romance de segundas nupcias que distrajeron a sus tres últimos antecesores.
En esta coyuntura, la que parece invencible es la candidata morenista, Delfina Gómez; mientras la mayor defenestración pública la padece el PRI, en una batalla que representará la defensa del último reducto electoral, en la cuna del Grupo Atlacomulco, responsable de la reprobación del partido a nivel nacional.
El acuerdo político superior está resuelto: postular una candidatura encabezada por el priísmo; a cambio de ceder amplias parcelas de poder político.
El PRI que nació para civilizar un país de caudillos, hoy es víctima de partidos que lo obligarán a claudicar en municipios o distritos, con la única esperanza de preservar su último bastión electoral de manera compartida, todo sea por ganar.
La sobrevivencia del Grupo Atlacomulco está en juego, vencer o morir.
La tenebra
Los priístas y perredistas disponen de operadores políticos para construir la alianza electoral. Enrique Vargas se ha decantado por su operador de negocios inmobiliarios; como si el Estado de México fuese propiedad de los políticos. Ese es el interés superior que los mueve, que los une.
