Francisco Ledesma / El desafuero que no fue
Han pasado diecisiete años del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, y el hoy presidente de México se mantiene como el político con mayor popularidad social y alta rentabilidad electoral, cuya fecha coincide con la próxima revocación de mandato que pretende reivindicar su ascendencia entre los votantes.
Desde entonces, López Obrador enfrentó tres elecciones presidenciales hasta que le fue reconocido su triunfo en el 2018, sin que hasta el momento -muy a pesar de haber transcurrido 40 meses en el ejercicio del poder-, haya padecido un desgaste a la aceptación social, basada a partir de una construcción discursiva que representa un clivaje respecto de quienes hicieron del ejercicio de gobernar, una connivencia de intereses privados a favor de unos cuantos.
Andrés Manuel instituyó las conferencias mañaneras desde su etapa como jefe de gobierno del extinto Distrito Federal. El foxismo debió instaurar la función de un vocero, en la figura de Rubén Aguilar, para responderle a la oposición de un líder social que ya comenzaba a consolidar un movimiento de alto alcance.
En el Estado de México, con rounds de sombra, el entonces gobernador, Arturo Montiel, demandaba a la Ciudad de México reclamando compensaciones económicas por el depósito de basura en el estado, y la extracción de agua potable de territorio mexiquense a favor de la población capitalina.
Hace más de tres lustros, el tabasqueño concentraba las críticas por la implementación de sus programas sociales, incluida la pensión para adultos mayores y la entrega de útiles escolares, que años más tarde sería replicada por gobernadores priístas y panistas. Otros más cuestionaban la edificación del segundo piso del periférico; y un sexenio posterior, el peñismo edificaría el viaducto elevado en la zona poniente, a través de una vialidad de cuota.
A la distancia, Andrés Manuel mantiene las conferencias mañaneras como su principal tribuna discursiva para dominar la agenda pública, sin que sus detractores tengan capacidad de reacción, y se someten a los temas que desea, sin mayores resistencias.
Ahora, desde su ejercicio presidencial, sortea el cuestionamiento a sus becas para jóvenes que no estudian ni trabajan; lo mismo que para estudiantes del nivel medio superior y superior. Y la mismo ocurre con sus proyectos de infraestructura: el aeropuerto Felipe Ángeles; la refinería Dos Bocas y el Tren Maya.
Pero en la oposición tampoco han encontrado fórmula que permita arrebatarle la agenda pública que ha dominado en los últimos 22 años y contando. Mucho menos ha surgido un liderazgo que permita contrarrestar la defenestración política que padecen los gobiernos priístas y panistas, y que han padecido de un sinfín de derrotas en las elecciones más recientes.
A partir del fallido desafuero, el movimiento lopezobradorista consolidó una postura diferenciadora respecto del resto de la clase gobernante, y hoy, frente a la oposición que no ha entendido cómo frenarlo, asume que la historia inmediata lo juzgó en positivo con el triunfo en las urnas.
Su discurso, su figura y sus posturas pueden generar una polarización ideológica y hasta clasista, pero Andrés Manuel no pierde la capacidad de conectar con los sectores sociales que han padecido las mayores injusticias, y que ocupan los escalones más bajos de las brechas de desigualdad que prevalecen en el país.
A 30 meses de concluir su mandato, López Obrador está convencido de su retiro político y personal; pero también tiene en el horizonte la necesidad de afianzar su proyecto de gobierno, a partir de la herencia del poder presidencial en 2024.
Cuando han transcurrido 17 años de aquel proceso de desafuero, y con el poder presidencial de su lado, el primer mandatario parece no tener obstáculo alguno para alcanzar ese ideal de trascender sexenalmente por interpósita persona.
La tenebra
Quienes permanecen como priístas se han comenzado a con-vencer de la Cuarta Transformación, y se han convertido en embajadores no sólo de México, sino de su proyecto político. ¿Cuántos más, Andrés Manuel?
