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Juan Carlos Núñez Armas*

Ha empezado la procesión de los candidatos para adorar, ahora sí, al señor dios pueblo. Y lo digo porque observo cómo les hacen caravanas a los ciudadanos, les sonríen, se sacan fotos con ellos, se visten lo más popular posible con el emblemático chaleco de color partidista y, si pudieran, se hincarían y veladora en mano les pedirían que vote por ellas/os. Y esto no es sólo alusión a que ha pasado la Semana Santa y según mis recuerdos de infancia en la época de cuaresma se solía entonar un cántico que decía “Perdón oh Dios mío, perdón e indulgencia…”  Y el desfile de candidatos parece procesión porque son muchos y serán más en cuanto inicien las campañas municipales.

Por el momento han iniciado las campañas de los aspirantes a integrar la Cámara de Diputados Federal y se ve de todo. Desde personajes que se disfrazan de lo que pueden y llegan en féretro a su inicio de campaña, como un aspirante del PES, hasta candidatos que no conocen el distrito. Otros a quienes se les olvida la pandemia y hacen grandes reuniones que terminan en comilonas y no saben si ponerse o no el cubrebocas. Algunos más con discursos de promesas difíciles de implementar y hasta hay quienes parece no se les ha notificado que son candidatos, porque no se les ven por ningún lado. Quienes salen con gran alegría, entusiasmados, a saludar ciudadanos y hacerles llegar sus propuestas son la excepción.

Retomando el tema que da título a esta colaboración, tal vez algunos candidatos debieran empezar su campaña pidiendo perdón por sus acciones del pasado, más precisamente por sus omisiones, sobre todo de los temas que han causado traumas colectivos. Imagínese que en la mañanera Hugo López-Gatell nos sorprendiera ofreciendo disculpas por los más de 209 mil muertos por COVID-19(cifras oficiales reconocidas), o que algún secretario de seguridad pública pidiera que lo perdonaran por la ineficiencia de proteger a los ciudadanos víctimas de tantos delitos.  Eso sería francamente difícil de ver.

Hace unos días el mundo se impactó, supongo que en especial los países de la Unión Europea, cuando Ángela Merkel pidió que la perdonaran, por una decisión tomada sin suficiente análisis, y dio marcha atrás a un nuevo confinamiento que enfrentaba una gran resistencia en Alemania. Fue un acto verdaderamente increíble. En nuestro país han existido pocos políticos que pidan que los perdonen. Los medios dan cuenta, por ejemplo, del caso de Enrique Peña pidiendo que lo perdonaran por la “Casa Blanca”, a Rosario Robles por haber dicho que los periódicos servían para matar moscas y limpiar vidrios o Alfredo Castillo por haberse llevado a su novia a los Juegos Olímpicos. En fin, son pocos los casos en que los políticos realmente piden que la sociedad los perdone.

No es que los políticos sean infalibles, es que no está en el espectro político asumir un error, es decir, cómo enfrentar al enemigo del liderazgo y talento. A pesar de que pedir que te perdonen es un acto de humildad. Se tiene la falsa idea de que el líder debe ser perfecto y tener la solución a todos los problemas, lo importante es no dar al rival político motivos para que te hunda por tu equivocación. De hecho, los ciudadanos valoran enormemente la honestidad, la valentía, la coherencia y la humildad de políticos que asumen su responsabilidad y piden que los perdonen, los errores exponen a los seres humanos como son y no asumirlos los hace soberbios.

Para aceptar con humildad la importancia de pedir perdón sería necesario tener empatía con las personas a quienes dañamos y entender que reconciliarse debe ser más fuerte que el orgullo. También sería necesario que los políticos reconozcan que cometen errores y hacerlo los humaniza. Esto parece más necesario en época de crisis como la actual que combina altos riesgos de salud, economía y de seguridad. Los políticos no son perfectos y deberían evaluar la necesidad de incluir en sus mensajes las disculpas obligadas. Especialmente donde por su labor están más presentes en la calle y por ende recogen más reclamos de políticas mal aplicadas o deficiencia en los servicios.

La escritora y periodista española Berna González Harbour, refiere que, de acuerdo con la escuela norteamericana de marketing político, en las campañas con espíritu de guerra donde al adversario no hay que concederle ni un vaso de agua, se defiende cada palmo de terreno, sin reconocer errores e impera la política del más fuerte, pedir perdón se convierte en una debilidad política. Además, se considera que la base de un político es su credibilidad y hay que mantenerla a todo costo, sin facilitar la crítica del contrario.

En este tenor de ideas, los manuales de liderazgo dicen que las/os candidatas/os tienen que mostrarse seguros, aprovechar la oportunidad de denigrar al adversario, cooperar sólo si no se puede competir, sin reconocer errores y menos ofrecer disculpas. Según estos manuales, hay que seguir las reglas de oro: 1) negar la crisis, 2) si es evidente la crisis, reconocerla sin atribuirse responsabilidades y 3) echarle la culpa a un tercero.

Es tiempo de aprovechar las campañas y que las/os candidatas/os se humanicen y consideren pedir perdón por acciones y omisiones pasadas. Hay que cambiar el paradigma y actuar con sinceridad, responsabilidad y autenticidad. Es la oportunidad de volver a conectar con los ciudadanos y diferenciarse de los rivales que no ofrecerán disculpas jamás. Por nuestra parte, los ciudadanos asumamos que los políticos no son infalibles que como humanos cometen errores y aceptemos con responsabilidad sus disculpas, busquemos tener confianza en los políticos responsables.

 

*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter @juancarlosMX17

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