Tania Contreras
María insiste en la comida en casa de sus padres, yo la verdad busco cualquier pretexto para no asistir, no es que me lleve mal con ellos o existan roces, solamente es que hablan mucho y a mí, en realidad, me gusta más el silencio de una casa sin María.
Se queja con Rubén, él es el único amigo con el que tengo lazos reales y María piensa que de forma espontánea logrará cambiar mi quietud a través de Rubén; no lo lamento, es una buena mujer pero no entiende que mi soledad es sagrada y eso la convierte en una fiera cegada a toda capacidad de diálogo. Rubén se ha vuelto su muro de contención y el mediador entre ella y yo. Creo que están enamorados.
La esposa de Rubén es diferente a María, es independiente y muy dura, debe de ser así y complementar la suavidad de su marido; aunque nunca supe por qué le atrajo, no es precisamente bonita, no sonríe como ángel y sus ojos son opacos y lejanos; su carácter bien podría ser la personalidad de un demonio borracho.
Hablo con ella de vez en cuando, creo que lo hago como medida de salud mental; me gusta imaginar que entre ella y yo hay amor, de ese amor coqueto que nunca sobrepasa las miradas, las risas y los acuerdos en discusiones estériles que tenemos los cuatro.
María mira con desdén a Raquel, siente celos de esta falsa empatía y digo falsa porque sinceramente es muy tonta; me gusta jugar con su incertidumbre e ignorancia, creo que es lo que más molesta a María, con ella nunca tuve ese dejo de estupidez, por el contario todo el tiempo exigí conocer su grandiosa imaginación e inteligencia. Se cansó.
Raquel por su parte, parece estar muy cómoda con su carácter hosco, su mediocre fealdad y su inteligencia paupérrima; es de esas mujeres educadas para gustar, que gustan pero aburren enseguida por la falta de retos que representan. Rubén es muy feliz con ella.
Rubén y yo peleamos; él asegura que María se va para siempre y quiere que la detenga, no sé si quiero hacer eso, me sentiría realmente culpable de mantenerla a mi lado con esa mirada triste y la voz seca que tiene desde hace unos meses. Sí María se va me muero.
El silencio de la casa es extraño, antes el silencio era cálido y ahora las copas de Rubén y Raquel hacen un ruido espantoso, sus risas me ensordecen y las palabras de aliento me hacen sentir el peor perdedor. Extraño las comidas familiares con María.