Juan Carlos Núñez Armas*
Continúa el tiempo electoral en el que todos los días son hábiles y con horarios de 24 horas. Las y los aspirantes hacen su mejor esfuerzo por convencer a su público y dirigentes que ellos son la mejor opción para representar a su partido. La semana que inicia llega a su fin el proceso denominado “precampañas” y se va develando el panorama de quienes se quedan en el camino con la aspiración frustrada. Algunos optan por el enojo y buscan otras opciones partidistas. Decepciones, traiciones, renuncias, cambios de partido, de todo se ve en la contienda y no termina ahí, mucho más de esta trama seguirá en los próximos días hasta que lleguemos al día de la elección.
Es esta ocasión, amables lectoras y lectores, comentaré sobre un concepto que aparece en la literatura sobre partidos políticos y que, sin tener todavía estricto rigor académico, se deriva de la observación empírica, y me refiero a los Partidos Cartel que los autores Peter Mair y Richard Katz ha definido desde 2007 en sus estudios sobre partidos políticos y sistemas electorales.
Somos testigos de que hoy los partidos políticos enfrentan una crisis de legitimidad que se ve sometida a un mayor desgaste en el cumplimiento de sus funciones como la nominación de sus candidatos, el llamado y las formas de movilizar a la sociedad para que acuda a las urnas y, más aún, en la formación y conservación de sus gobiernos. Los partidos políticos, idealmente, son expresión del interés social, pero al no cumplir con sus funciones son rebasados por grupos de interés específicos y cada vez aglutinan menos exigencias ciudadanas.
Los autores referidos sostienen que en el Partido Cartel la vida interna es complicada y que su estructura requiere cada vez de a) mayores recursos, puesto que las cuotas de militantes resultan insuficientes y de b) nuevas y distintas estrategias en la dinámica de la competencia electoral y el incremento de la propaganda, debido al surgimiento de las redes sociales (digitales). De tal forma que el modelo que plantean los autores se ve claramente con la alternancia partidista y que una determinada intención de los electores por echar del gobierno nacional a un partido, realmente pasa a un segundo término, puesto que continúa existiendo en otros ámbitos de gobierno.
El proceso de cartelización se puede observar cuando un partido deja de cumplir su función de representación social, porque ha suplantado la participación de los ciudadanos y alejado a los dirigentes partidistas de sus militantes. Entonces no generan cuadros para ganar elecciones: ganan las elecciones para generar cuadros que les permitan gobernar y mantenerse en el poder.
Los partidos mantienen sus privilegios gracias al corporativismo, por ejemplo, haciendo que los trabajadores de sus gobiernos se conviertan en simpatizantes y afiliados a la ideología política en turno. También convierten a los recursos públicos en su principal fuente de financiamiento a través de mecanismos como beneficiarios de algún programa social, tráfico de influencias, gestiones exitosas a favor de individuos o grupos afines al líder político, etc. Por otro lado, Luis Carlos Ugalde, exconsejero presidente el IFE, ha demostrado que el financiamiento privado de los partidos políticos es muy superior al público, por encima de lo que la ley dicta.
En este contexto, los partidos se ven coludidos como agentes de Estado, sometidos a la necesidad de profesionalizar sus campañas, invertir en medios e imagen como nunca antes lo hicieron y, además, todos tienen candidatos al margen de su ideología política. Así siguen manteniendo el monopolio de la representación política, no incluyen a sus militantes en la toma de decisiones, es decir, no es un proceso que derive de un consenso, sino que las cúpulas partidistas se abrogan ese derecho. Como consecuencia no hay transparencia en cómo llegan a sus determinaciones. La competencia intrapartidista no da acceso a los ciudadanos o grupos independientes, presentando listas de candidatos infranqueables y bloqueadas, donde los ciudadanos no pueden interferir.
Los grupos de élite asumen el reparto de candidaturas para dar cohesión al grupo de poder mayoritario, para mantener la expectativa y no salirse nunca de la posición de poder. Esto ha traído como consecuencia inestabilidad en la vida interna de los partidos, encono en los procesos e incertidumbre ciudadana, por ende, el descrédito para estos organismos de interés público. Dicho así, las élites partidistas surgen desde el Estado y asumen que el proceso de definición de candidatas o candidatos, por ejemplo, es de ellas exclusivamente y quienes no comparten sus mismos fines, simplemente están fuera.
La conclusión es que la elección pone a prueba la lucha interna partidaria. Estoy seguro que este proceso cambiará la correlación de fuerzas entre los partidos que, como vasos comunicantes, lo que pierda uno ganará su adversario, al fin y al cabo, son parte del mismo poder del Estado. El futuro de los partidos se ve incierto y de difícil pronóstico. Pensar que las élites partidistas mantendrán el control de sus cuadros, sistema de partidos que hemos conocido hasta hoy, no es acertado. El hecho es que la situación para los partidos y para los electores está cambiando y cambiará para bien de nosotros o a pesar de nosotros.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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