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Juan Carlos Núñez Armas*

Esta semana la noticia que dio vuelta el mundo entero fue el cambio de gobierno en los EE. UU. Joe Biden se convirtió en el presidente 46º en ese país. Con la mano sobre la Biblia juró proteger la Constitución. Un discurso de unos 22 minutos fue suficiente para vislumbrar los cambios que les propone a los ciudadanos estadounidenses con un llamado a la unidad, a la decencia y a la verdad. La visión dibujada en este discurso deja claras enseñanzas a los políticos latinoamericanos, de todos los niveles, y a los ciudadanos en general que podemos aprender y adoptar en nuestro entorno.

En un emotivo, sobrio y solemne acto, como ameritaban las circunstancias, vimos a un Presidente destacar, no el triunfo de una persona, sino el de una causa: la democracia. Además, nos recordó que es frágil e invitó a los estadounidenses a luchar contra los enemigos internos: el enojo, el resentimiento, el extremismo y la ausencia de la ley, los llamó a dejar de gritarse para bajar la temperatura porque sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia; no hay progreso, sólo ira agotadora, no hay nación, sólo hay caos.

Biden hizo a sus conciudadanos un exhorto que nos alude a todos. Empecemos a escucharnos unos a otros, a vernos y a respetarnos. La política no tiene que ser un anillo de fuego, que destruya todo lo que está pasando, cualquier diferencia no tiene que ser causa de guerra total. Debemos rechazar la cultura de que los hechos por sí mismos son manipulados o fabricados. Biden dijo que se propone ser el presidente de todos los estadounidenses, a quienes no votaron por él los invita a escucharlo conforme avance, a tomar la medida de su corazón y si aún así están en desacuerdo, no hay problema, así es la democracia.

Los desacuerdos no deben llevarnos a la desunión. Biden recordó que las últimas semanas nos han enseñado una lección dolorosa: hay verdad y hay mentiras, mentiras para ganar poder y obtener ganancias. La solución no está en la competencia facciosa, en desconfiar de quienes no se parecen a nosotros, de quienes no piensan como nosotros; en enfrentar al rojo contra el azul, lo rural contra lo urbano, los conservadores contra los liberales. Esos enfrentamientos sólo nos pueden llevar al caos y al dolor.

El nuevo Presidente de EE. UU. nos invita a terminar una guerra incivilizada y nos dice que podemos hacerlo si abrimos nuestras almas, en lugar de endurecer nuestros corazones, si mostramos algo de humildad y tolerancia, si nos ponemos en los zapatos de los otros, si somos empáticos. En este discurso fue innecesario nombrar a su antecesor o culpar a sus adversarios. No lanzó culpas, no acusó a personas o instituciones. La profundidad de su mensaje era muy superior al discurso de odio que Trump sembró durante más de cuatro años. Cada frase está hábilmente dirigida a superar las diferencias y proyectar a ese país al mundo entero. Y las primeras acciones ejecutivas que tomó lo resaltan: suspender el muro fronterizo con nuestro país, impulsar el uso obligado del cubrebocas para los funcionarios federales, empezando por él; regresar a la mesa del acuerdo de París, regresar la libertad de tránsito a musulmanes. Así, desde el primer día marcó el camino de la reconciliación.

Pero también hay otras lecciones que podemos aprender. Para el consultor político Xavier Domínguez, que por cierto conoce muy bien las tierras mexiquenses, existen otras lecciones que bien podemos aprender. La más importante para la escena pública mexicana: votar sí importa y no todos los políticos son iguales. Domínguez es enfático en que no da igual por quién votemos. Específicamente, al referirse al populismo, que no tiene partido, pero sí candidato, nos dice que se puede mentir, pero no engañar y que la democracia siempre llega. Aun cuando está en crisis puede cobrar las facturas a quienes no han tenido el comportamiento adecuado, quienes han dañado y buscado perjudicar, tarde o temprano pagan su deuda.

Domínguez agrega que una buena campaña, no da un buen gobierno, que se puede ser popular pero no querido, que la popularidad va y viene, que ganar una elección no hace que seas querido. Que los bullyings y las risitas en Twitter siempre caen porque la comunicación con amenazas y engaños no es la medida de un buen gobierno, porque dominar la conversación te puede hacer popular pero no querido. Que apostar simplemente a quien está en el poder hoy, y no a quien comparte valores de futuro contigo, es un mal negocio y que puede ser más importante no cómo llega sino cómo sale del gobierno. Que tiene mayor importancia ganar por mérito propio que por hacer que el adversario pierda. Que tener amigos no basta para permanecer. Sin talento no hay continuidad, el poder y la fama son efímeros.  Que la venganza gana elecciones, pero gobierna muy mal. Que dominar la provocación no es una buena estrategia. Un buen estratega gestiona la comunicación, dosifica la provocación y ofrece resultados.

A mis estimadas/os lectoras/es les comparto la lección que este acontecimiento histórico me deja: por mucho dinero que tengas, por mucho poder que ostentes, no importa cuánto grites en las redes digitales, si no interpretas los sentimientos de los ciudadanos, que sin estridencias y por sus medios, incluso silenciosamente, actúan y toman determinaciones; que toman el camino pacífico de expresar que no quieren confrontación, que no quieren discursos de odio y optan por el camino de la conciliación para ver un futuro promisorio en la paz y la sana convivencia, con todas nuestras diferencias, perderás la elección. Espero que nuestros múltiples candidatos interpreten adecuadamente los mensajes que los ciudadanos les harán llegar por múltiples vías y hagan su trabajo sin odio y sin violencia. Que sean capaces de exaltar sus propuestas y construir el futuro promisorio que necesitamos y queremos. Decidamos lo mejor para México sin odios ni afanes de revancha.

*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter @juancarlosMX17

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