Francisco Ledesma / El verdadero populismo
Cuando están por cumplirse los primeros cien días de gobierno de los presidentes municipales que entraron en funciones el pasado mes de enero, hay un contagio en un puñado de alcaldes más preocupados por alcanzar una popularidad favorable, por encima del cumplimiento de su programa de gobierno.
Están más ansiosos por cuidar su imagen pública que por atender a los criterios legales y administrativos que implican sus funciones; y están inmersos en una competencia contra el resto de los alcaldes para alcanzar las mejores calificaciones por parte de sus gobernados mediante encuestas.
No han pasado ni tres meses de gestión municipal, y se preocupan por ser los alcaldes más aceptados, mejor calificados y con la reputación personal más positiva del Estado de México; aun cuando no existe una organización estadística que tenga la capacidad de encuestar a los 125 municipios de la entidad.
Como si fuesen influencers de la era tecnológica y no figuras de autoridad, tienen un equipo detrás, ocupados en su reputación digital. Su trabajo cotidiano parece dedicado a incrementar su número de seguidores en redes sociales, y generar comentarios positivos acerca de su agenda pública. No terminan por comprender que las campañas electorales han concluido, y que más allá de su popularidad, ahora la acción de gobierno se trata de tomar decisiones.
Resulta prioritario contar con una abultada colección de fotografías que muestre cercanía con sus gobernados, mediante la adaptación de escenografías y vestuarios, como una gran teatralidad; que muestre una gran capacidad de adaptación, fuera de la formalidad de las acartonadas oficinas.
En el discurso, abundan las promesas interminables sobre lugares comunes que los haga ver empáticos e incluyentes, pero sin conocimiento técnico de lo que requiere el poder público. Se trata de quedar bien con todos, y lanzar un fraseo que permita conectar con las emociones de sus clientelas; y eso llevarlo a videograbaciones de escasos segundos difundidos en sus redes sociales.
Evitan el costo político; es decir, buscan que las acciones de su gobierno favorezcan su popularidad, más allá del costo – beneficio de su ejecución; y asumen que cualquier comentario negativo o crítica personal, tiene forzosamente una relación con sus adversarios políticos.
Hay una percepción generalizada de que, el cuidado esmerado de su imagen pública tiene conexión directa con las próximas elecciones, a pesar de los escasos meses de gobierno; y asumen desde ahora, la posibilidad de buscar la elección consecutiva con base en una calificación positiva y una imagen popular.
No faltará quien pierda el piso, y tenga en mente elecciones más ascendentes y encaminadas incluso a la gubernatura, basados en su buena evaluación social.
Lo más agobiante, es la proliferación de encuestadoras, que poco se sabe de cómo se financian para hacer sus ejercicios estadísticos; y menos se conoce sobre la metodología utilizada para llegar a un centenar de municipios en el país.
En tiempos de followers y likes, las encuestas de popularidad se han convertido en un sustituto ideal en el ejercicio de la comunicación política, pues se asume que tener un alcalde popular es sinónimo de un buen gobierno; lo cual resulta un engaño que solamente alimenta el ego de la clase gobernante.
A 100 días de gobierno, algunos alcaldes permanecen en campaña electoral. Ese es el verdadero populismo que amenaza a las instituciones de poder, más allá de los mitos ideológicos o las diferencias políticas. Se pueden extraviar en el camino, pero la popularidad, esa no se debe perder jamás.
La tenebra
La proliferación de encuestas por la gubernatura mexiquense, es un contagio pernicioso. Para ser candidato no necesariamente se tiene que ser el más conocido, ni el que más elecciones haya ganado; y quien lo dude, que se remonte a los comicios de 2005. Las élites se imponen por decisión, y no por populares.