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Por Tania Contreras

Las piedras que rodeaban sus pies eran como brazas ardientes que desprendían un olor fétido, la nariz de cada uno de los que conformaban aquella multitud lo notaron y de forma inconsciente taparon sus caras con alguna de las ropas que llevaba entre los brazos. El aroma era tan fuerte que incluso eclipsaba la esencia particular que cada cuerpo desprendía después de días de no bañarse, el agua era poca y la sed sobraba; sin embargo, en su mente solo existía una premisa “continuar”. Sabía que no podía desistir y mucho menos desfallecer, tenía estas ideas incrustadas en el corazón y no en su mente, pues la lógica parecía retarla a cada segundo para dar la vuelta, para terminar con este viaje que de cierta forma se transformaba en un ente vivo, de dimensiones exorbitantes, de textura seca y carácter caprichoso; era un gigante que parecía devorar la tranquilidad y el ánimo, que gritaba a cada instante -¡para!-; un gigante que en su interior guardaba un vapor y que al salir envolvía la humanidad de los más débiles para los trasladarlos a la muerte.

Sin notarlo, la mano continuaba sobre su boca cubriéndola como quién quiere evitar el contagio de un enfermo, el brazo formaba una escuadra rígida simulando el escudo de un guerrero que sin fortaleza avanza solo con la firme convicción de que la causa es justa y lucha hasta derribar al oponente; sin embargo, aún no lograba vislumbrar quién o quiénes eran los oponentes en esta batalla.

Sara, se llamaba Sara; hacía días que no podía quitar la mirada de sus actos, era como si algo divino me obligara a cuidar su andar, me acerqué e intenté bajar su brazo con la más tierna de mis caricias pero de forma abrupta arrebato su cuerpo y echó hacia atrás, estaba lista para pelear, incluso el galón en el transportaba agua cayó precipitadamente y derramó un poco; sentí pena, miedo, impotencia, algo me decía que no debía ayudarla más pero quizá mi necesidad por sentirme en casa se inclinó para tomar el recipiente y con la mirada gacha extenderlo hasta su dueña, parecía el ritual de un primate pidiendo permiso al macho alfa, con la postura encorvada y otorgando una ofrenda para evitar la pelea, me sentí estúpido pero tranquilo.

Momentos después caminaba nuevamente con soltura, apresure el paso y noté que las suelas de las botas, que llevaba puestas, eran como de papel mojado, el sudor inundaba su interior y las plantas de mis pies sufrían cada que mi peso caía sobre ellas, no me detuve, continúe a medios brincos, como en un trote torpe hasta que logré alcanzarla –me llamo Daniel- el silencio se apoderó de mi cabeza y todas las ideas salieron disparadas a lugares que nunca pude alcanzar, incluso pude percibir el frio de la soledad en mi interior, mi cabeza se transformó en algún tipo de cueva donde el aire entraba a la misma velocidad con la que salía pues dentro no existían obstáculos ni recovecos que detuvieran su paso.

Tosió, limpió su boca y me miro de reojo; su cara era una mescolanza extraña de personalidades excluyentes que se disputaban el mantenerse en su mirada continuamente, la admiré de forma fugaz pues inmediatamente el fuerte sonido del metal se hizo presente; aquel gigante asomaba la frente y anunciaba el inicio de un nuevo reto, debíamos domarlo y evitar a toda costa perdernos entre sus entrañas. Conté hasta tres en varias ocasiones y mis piernas no respondían, fallé en cada intento de asirme a las salientes que se escabullían para no ser capturadas, cuando por fin lo logré, el calor de aquella superficie quemó mis manos y tuve la reacción de soltarme pero de forma contraria a mis reflejos apreté las manos y comencé a escalar hasta llegar a su inmensa espalda.

Sara ya se encontraba sentada en la plenitud y tranquilidad de aquel inmenso ser que ignoraba nuestra presencia, éramos como dos escarabajos caminando sobre aquel gigante que no nos notaba; ahora no quedaba más que esperar a que el paisaje cambiara mientras los negros de la noche se apoderaban de los claros del día.

-¿Te has dado cuenta como toso siempre es una lucha por ocupar otro espacio?- salió de mi boca esta pregunta que llevaba toda la vida adherida a  mis ideas, era tan extraño poder compartir con Sara mis inquietudes más íntimas, no la conocía, no sabía si quiera si en realidad su nombre era Sara pero la naturalidad con la que podía estar a su lado y compartir un momento me hacía recordar la confianza y comodidad que tenía en casa, era como si la personalidad de todos los seres amados en mi vida se integraran y construyeran a esta mujer silenciosa.

Cuando por fin la oscuridad total se apoderó de la escena ella dormitaba, enconchada abrazaba sus rodillas, la cabeza se balanceaba y el torso danzaba con una cadencia casi ridícula; de pronto el movimiento se detuvo y el tirón provocó que todas las humanidades que contenía la superficie igualaran el movimiento de las copas de árboles ante los vendavales de otoño. Yo no pude dormir; sin embargo, también me uní a ese baile involuntario.

Descendimos antes de que el gigante despertara nuevamente. En esta parte es necesario hablar de Roberto; antes de que fuéramos árboles, él, Roberto, se entregó a aquellos vapores, sin desearlo se adentró entre las comisuras que dividían el cuerpo de aquel inmenso ser, entre gritos intentaron detenerlo pero su cuerpo decidido se internó en las estructuras, parecía desearlo así, pues su rostro inmutable reflejaba cierta calma, aquella emoción que durante los días de viaje nunca pude ver en sus gestos. Sara se encontraba en su propio universo y del final de Roberto no escuchó ni el adiós.

Por fin estábamos en el sitio del que tanto había escuchado hablar, justo a la mitad de aquel extenso camino; comenzaba a flaquear y en momentos imaginaba que regresar sería más fácil, la comida casi se terminaba, el frío era nuestro nuevo amante y nos abrazaba con desesperación; buscamos refugio debajo de una estructura metálica cuando de pronto una masa oscura se presentó a media distancia, entre los reflejos de la luz artificial y los vapores que emana la ciudad aquella bola simulaba flotar por el camino, cuando estuvo lo suficientemente cerca, las siluetas empezaron a distinguirse. Estaban armados, eran en su mayoría jóvenes e iniciaron un pase de lista de forma extraña. Elegían de forma sistemática cuerpos que al ser señalados abandonaban su alma y caminaban con la vaciedad en sus miradas; cuando señalaron a Sara me aventé a detenerla, los golpes, las patadas no fueron suficientes para apartar mis ojos de los suyos; inmutable derramo un sola lagrima que transitó de forma lenta hasta pender de su mejilla y desaparecer con el viento –adiós Daniel-.

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