Juan Carlos Núñez Armas*
Llega la época en la que, entre amigas/os, vecinas/os, colegas y familia, nos deseamos feliz Navidad y bienaventuranza en Año Nuevo. Ciertamente se intensifica el contacto humano, en especial en las sociedades latinas en las que es más común mostrar cariño. Surge el entusiasmo por abrazarnos, besarnos y desear lo mejor de este mundo a nuestros seres queridos y surge la pregunta ¿tú qué tan feliz eres?
Así que en estos días de celebración, quisiera comentar con ustedes sobre la felicidad pública. Hay autores que han señalado que éste es el criterio y razón de ser del Estado: propiciar las condiciones para que cada ser humano sea feliz. Un ejemplo es Jeremias Bentham quien establece que “el fin último del gobierno es lograr la mayor felicidad del mayor número de personas”.
El Dr. Roberto Castellanos, de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, señala que este concepto no es nada nuevo. El primer indicio es la declaración de Independencia de los Estados Unidos que establece: “sostenemos como evidentes estas verdades: todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos”.
En nuestro país en la Constitución de Apatzingán se puede leer tal intención en los artículos 4 y 18, los cuales establecen que se instituye el gobierno para procurar la felicidad de los ciudadanos. Así, se ha llegado a pensar que estas visiones subjetivas deberían medirse, como complemento del PIB nacional, dado que éste no puede cuantificar el estado de salud de una persona o la calidad de la educación que recibe, la alegría del juego o la integridad de los funcionarios de gobierno.
La felicidad debe estar en la agenda pública, cita el Dr. Castellanos, y debe cuantificarse la escala de la felicidad individual frente al ingreso per cápita. Desde 2007, en la declaración de Estambul, se mencionaba la necesidad de medir el progreso de una sociedad más allá de los indicadores puramente económicos. En tal sentido, en el mundo existen modelos diseñados para conocer la calidad de vida y la sustentabilidad del medio ambiente, entre otros.
En este contexto, me surge una pregunta, ¿la administración pública también puede contribuir a nuestra felicidad? Déjenme decirles que según el Word Happiness Report 2021 (Informe Global de la Felicidad 2021) elaborado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (SDSN), con base en la encuesta mundial de Gallup (Galup World Poll), a pesar de los males que nos aquejan, los mexicanos seguimos siendo felices.
Este índice toma en cuenta: 1) PIB per cápita; 2) expectativas de años saludables; 3) generosidad (comportamiento prosocial); 4) apoyo social (tener con quién contar en caso de ser necesario); 5) ausencia de corrupción (pública o privada); 6) libertad para la toma de decisiones y 7) afectos positivos o negativos (experiencia reciente de emociones). Resulta que, a partir de estos criterios, Finlandia es el país con la más alta calificación, es el país más feliz con una calificación de 7.842. México quedó en lugar 36º lugar de la lista con 6.317.
En nuestro país se suele hacer la encuesta denominada “Indicadores de Bienestar Autorreportado de la Población Urbana” que en su versión 2021 reporta una calificación de 8.2 de satisfacción actual en nuestras vidas. De hecho, las mujeres reportan ser menos felices por 3 décimas (8.3 hombres y 8.0 mujeres). Las relaciones personales son el elemento más valorado (8.8), nuestra actividad u ocupación (8.6), la vivienda (8.6), los logros de vida y estado de salud ambas con 8.5. Los siguientes aspectos reportan calificaciones menores a ocho a partir del tiempo libre (7.8), la ciudad (7.6), país (7.1) y seguridad ciudadana (5.5).
Ha llegado el momento de desearles, estimadas/os lectoras/es, una feliz Navidad y abundancia y buenaventura para el Año Nuevo. Espero que en estos días de reflexión y balance encuentren múltiples razones para sentirse satisfechas/os por los objetivos alcanzados en este año que termina. Espero también que en 2022 se den las condiciones de éxito necesarias para que se convierta en un año memorable. Por supuesto, confiemos en que las autoridades municipales que se estrenarán el uno de enero nos provean de las condiciones, en su ámbito de responsabilidad, para alcanzar la felicidad pública que merecemos.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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