Redacción
Enrique Peña Nieto llegó -inusual a su estilo y costumbre- puntual a la cita. La marea roja ya lo esperaba en el edificio de Insurgentes. Con el viejo estilo, las formas de siempre, las tradiciones jurásicas del acarreo, de la «cargada», del clientelismo. Angélica Rivera inseparable, ya en campaña. La pareja que reparte sonrisas, lanza besos, posa para las fotografías y se sueña en Los Pinos.
La vieja guardia, estaba en marcha, con el deseo de regresar al poder. Emilio Gamboa, Joaquín Gamboa y Gerardo Sánchez como símbolos de un corporativismo que se resiste a morir. Arturo Montiel en su reconciliación con su delfín político, que está a punto de graduarse en las grandes ligas, con las que siempre soñó el Grupo Atlacomulco. Los mexiquenses Emilio Chuayffet, Alfredo del Mazo González, César Camacho, Ignacio Pichardo y Alfredo Baranda completaban el músculo mexiquense. Eruviel Ávila pasó lista entre los presentes. Diputados y alcaldes como parte de la escena. Atlacomulco al asalto del poder presidencial.
Manlio Fabio Beltrones ausente. Pese a su declaratoria de unidad, el líder senatorial castigó con su falta al «besamanos». Y vinieron a la memoria los fantasmas. El de Moya Palencia en 1976, el de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, el de Manuel Camacho en 1994, el de Roberto Madrazo en 2000, y el del mismo Montiel en 2006. Esa fractura indeseable, pero también irremediable en los escenarios electorales, además de impredecible en el priísmo.
La «plana mayor» en torno al peñismo. Los gobernadores inseparables: Medina, Duarte, Moreira, Ivonne, Borge, Calzada y hasta Vallejo. Los dinos, siempre presentes, Beatriz Paredes, Jesús Murillo, Francisco Rojas, Carlos Romero, Humberto Roque y Francisco Labastida. Los mexiquenses con sitio privilegiado: Héctor Velasco, Humberto Benítez, Alfonso Navarrete, Luis Videgaray, Alfredo del Mazo Maza, Ernesto Nemer, Ana Lilia Herrera, María Elena Barrera y Azucena Olivares. La familia también en el escenario: Alejandro, Paulina y Nicole hijos de Peña; Sofía y Fernanda hijas de Angélica.
Las huestes del priísmo con las matracas, las porras, las mantas, las fotografías de su nuevo personaje mesiánico. Las tortas y los refrescos que se repartían a la vieja usanza. Los contingentes, en su mayoría, de la tierra mexiquense. Los camiones de siempre, el clientelismo de toda la vida. La maquinaria electoral que hizo perdurar al PRI durante 70 años en el poder. Los estados con enorme robustez, el priísmo, que se presenta como nuevo, actúa como ayer, pero con un escenario electoral inmejorable. Frente a la debacle del panismo, y un PRD fracturado en su interior.
En un marco teñido de rojo, el priísmo cobijó a su virtual candidato. El día soñado por Atlacomulco llegó a su cumplimiento. El señor del Huerto parece estar cerca de hacer el milagro para que uno de los suyos se convierta en Presidente de México. El PRI, desbocado, sólo piensa en regresar al poder que abandonó hace más de una década, aunque con muy pocas lecciones aprendidas.
Cuando Enrique Peña se registró… el dinosaurio estaba ahí.