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Enrique Peña. De vuelta en Atlacomulco.

Peña Nieto, el daño presidencial

Jenaro Villamil / Homozapping

Ningún presidente mexicano había llegado al tercer año de su gobierno con índices tan altos de repudio social y tan bajos de aprobación como Enrique Peña Nieto.

Ni siquiera Ernesto Zedillo, presidente al que le reventó la economía a 28 días de tomar el poder, ni Carlos Salinas que inició con muy bajas expectativas frente a la caída del sistema del 88, menos Vicente Fox que decepcionó desde el segundo año de su mandato y tampoco Felipe Calderón, a quien se le murió su secretario de gobernación en noviembre de 2008, modificándole su estrategia de sucesión y de guerra contra el narcotráfico.

Los demás presidentes de la era priista no tenían ni siquiera necesidad de medir la opinión pública porque tenían el control vertical del sistema, aun cuando los sismos del 85 derrumbaran su imagen internacional, como en el caso de Miguel de la Madrid.

A pesar de eso, en el círculo íntimo de Peña Nieto siguen actuando como si todo fuera una tormenta pasajera y no una caída sistemática, sistémica e irreversible ya, a estas alturas.

Si protestan miles de ciudadanos en las calles por la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en el círculo peñista festejan que a 10 meses de los nefastos acontecimientos “ya se cansaron” los protestantes, como si fueran Murillo Karam. Ignoran que Ayotzinapa es una herida abierta que se expande en la capacidad de gobierno del peñismo.

Si se destapan escándalos como el de la Casa Blanca, la casa de Malinalco o los enjuagues con Grupo Higa y Grupo OHL, en el círculo peñista se autorrecetan la máxima de Peña Nieto a Rosario Robles: “aguanten”, simulen, nieguen todo.

Qué les importa que en el camino hayan “matado” mediáticamente a la primera dama Angélica Rivera, con tal de salvar a Peña Nieto de su responsabilidad en el caso de la Casa Blanca. La Gaviota se ha vuelto un déficit de imagen y un problema creado por el propio presidente, sus aliados de Televisa y la propia actriz que creyó estar en un casting permanente sin costos políticos.

Las venganzas del círculo peñista no resuelven nada. Simplemente ocasionan más daño. Operaron con MVS para expulsar de mala manera a Carmen Aristegui del cuadrante radiofónico y ahora muy pocos ciudadanos confían en la información que se genera diariamente en los medios electrónicos.

Se vengan de Marcelo Ebrard, a quien Peña Nieto persigue como en su momento lo hiciera Vicente Fox contra López Obrador, pero no por razones de sucesión sino de vanidad y de autoritarismo dañados.

Si el precio internacional del petróleo disminuye y pone en jaque a su reforma energética, o si la devaluación del peso se vuelve irreversible, en el círculo peñista están convencidos que es un asunto de los “factores externos”, de la caída de la bolsa de valores en China, de elementos casi extraterrestres. Ni siquiera les parece grave no tener embajador en Estados Unidos, la potencia de la cual ellos mismos han dependido desde su ascenso.

La diplomacia peñista es un desastre. No hay buenas relaciones con Estados Unidos, con El Vaticano y con la mitad de los países de América Latina. Ni siquiera las giras por Londres y París han mejorado la mala imagen de Peña Nieto en Europa.

Si Joaquín El Chapo Guzmán humilla a todo el gabinete de seguridad, al presidente de la República y a la procuradora general, en el peñismo creen que hay que “aguantar” y ser “transparentes” para exhibir su ineficacia. Nadie es responsable, nadie cargará con la humillación más que el propio Peña Nieto, quien convoca a no estar enojados. ¿Quién está enojado? ¿Él y su equipo o sus gobernados?

Creen que más de 20 horas de transmisión ininterrumpida del túnel de la fuga de El Chapo y entrevistas lamentables como las de Monte Alejandro Rubido con Adela Micha servirá como un “control de daños”.

El golpe magistral de El Chapo y sus cómplices simplemente capitalizó la debilidad intrínseca ya del peñismo. No es una fuga cualquiera. Es la metáfora más exacta del vacío del poder en la era peñista.

El daño presidencial se expande hacia todas las demás áreas del gobierno y del Estado por una razón muy sencilla: las decisiones fundamentales dependen de un primer mandatario que concentra atribuciones sin ejercerlas de manera eficaz.

El Congreso federal quedó a expensas de Peña, los gobernadores priistas y del Verde simulan docilidad mientras arman conjuras para salvarse del daño penista.

Los partidos de oposición (PAN y PRD) viven las consecuencias del daño por su alianza con Peña y los movimientos y personajes opositores como Morena y López Obrador son sobredimensionados como amenazas para ocultar el propio daño presidencial.

En el PRI, Peña Nieto está a punto de dar una vuelta de tuerca presidencialista para humillar a su propio partido: va a imponer como presidente de ese aparato a quien representa la debilidad de su mandato.

El daño peñista opera un golpe a la CNTE como si así resolviera el desastre que ellos mismos provocaron por una mala reforma educativa que ni es reforma ni impactará positivamente en la educación pública.

Si las cifras de crecimiento de la pobreza en los dos años del peñismo exhiben el fracaso de su política de Desarrollo Social y la mentira de la Cruzada Nacional contra el Hambre, prefieren discutir las cifras y descalificar los estudios. De paso, mandan a Rosario Robles a dar la cara en medio del desastre.

Buscan desesperadamente quién se las pague, no quién se las hizo. Buscan chivos expiatorios cuando el elefante blanco está sentado en Los Pinos. Quizá porque no se han visto en el espejo: sus principales enemigos son ellos mismos.

Contenido original: http://homozapping.com.mx/2015/07/pena-nieto-el-dano-presidencial/

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