En los eventos de Eruviel Ávila Villegas abunda la simulación. Es un problema grave, real, identificado y creciente. Los mítines del priísta se llenan de militancia panista, perredista e indiferente. Lo importante es que se vean atiborrados, pero sin la garantía de que los contactados se conviertan en sufragios para la elección del 3 de julio. Muchos atribuyen esa circunstancia a la falta de operación política de la tecnocracia financiera que actualmente dirige el PRI en la entidad en manos de Luis Videgaray, que convencido está que su partido es de izquierda.
Las adhesiones de la oposición –perredistas principalmente de muy bajo perfil- a la candidatura de Eruviel Ávila denotan una circunstancia innegable. El PRI es un partido corrupto y corruptor. Con amenazas de venganza política, y con el uso del aparato de gobierno, presidentes municipales y regidores se han sumado a título personal a la campaña de los “Erufans”. Expedientes bien armados por desfalco o hasta denuncias penales archivadas en el MP son presentados ante los políticos desertores de la oposición para que respalden el proyecto político de Eruviel.
Con tantos encartes y adhesiones a la candidatura de Eruviel Ávila, el número de compromisos políticos podrían superar sus 6 mil promesas de campañas. Son tantos los actores políticos que han manifestado su respaldo a Eruviel, que la creación de empleos al interior de gobierno se avizora como inusitada. La creación de secretarías, dependencias, y hasta nuevos municipios, podrían dar respuesta al pago de facturas de los supuestos liderazgos políticos que renuncian hoy a un partido, y mañana se asumen como priístas empedernidos en la víspera electoral.
Imperdonable, es el calificativo que describe las respuestas de Eruviel Ávila, en muchas de sus promesas –firmadas notarialmente- durante su campaña electoral. Ayer, prometió el saneamiento del Río Lerma, pero ante la pregunta de cómo lo iba a realizar, sólo atinó a decir que “para eso están los asesores”, y será cuando ya esté en el gobierno cuando se “proyecten las soluciones” para eso están, insistió, “las secretarías, las dependencias, los asesores”. Lo que es notorio es que su equipo de “asesores” en materia de comunicación no son muy atinados en su trabajo.
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La campaña de Alejandro Encinas ha mimetizado algunas formas del foxismo en el año 2000. En primer lugar, le apuesta a un cambio de gobierno, de partido. La idea de que exista una alternancia en el poder, garantizaría en su lógica una forma distinta de gobernar, oponiéndose de antemano y reiteradamente al cacicazgo priísta en 80 años. Por otra parte, el voto cautivo del perredismo y del lopezobradorismo, que juegan en la izquierda, y que de entrada podrían llegar a un nicho cercano al millón de votos.
Pero sus expectativas de promoción del voto, le apostará al voto útil. Ante la desahuciada campaña electoral de Luis Felipe Bravo Mena, pareciera que Encinas buscará que sufragios provenientes de zonas residenciales –de municipios como Atizapán, Tlalnepantla, Naucalpan y Metepec- para que le abonen a la causa de la izquierda en la entidad. Y por otro lado, aquellos priístas, burócratas o personajes relacionados con el poder, que presenten algún nivel de hartazgo, decepción o desencanto respecto de los gobiernos priístas para que ejerzan un voto de castigo. Ahí, en ese par de argumentos, parece estar la fórmula mágica de Encinas.