El debate de los candidatos presidenciales dejó una contundente guerra de lodo, con acusaciones mutuas que desnudaron una descomposición generalizada de la clase política en el país. Políticos corruptos, con vínculos indeseables, y escasas propuestas fueron los saldos más evidentes en el post debate de ayer domingo, donde la edecán del IFE fue de los temas más recurrentes por encima de la discusión entre los candidatos. En el tintero quedaron las definiciones que exigían las preguntas planteadas por el debate, aunado a que el formato fue tedioso y anquilosado.
En el caso de Enrique Peña sorprendió que se haya metido a la lógica de las imputaciones. Contrario a su postura en su trayectoria política –de mantenerse al margen de las denostaciones-, ayer Peña Nieto se subió al ring para confrontar a Andrés Manuel López Obrador y a Josefina Vázquez Mota. El mexiquense ocupó más de la mitad de su tiempo para enfrentar las acusaciones en su contra, con imputaciones hacia sus contrincantes. Y otra gran parte de su intervención la dedicó a decir que no le iba a dar tiempo de dar a conocer propuestas por falta de tiempo.
En las cuentas pendientes de Peña Nieto, salieron a relucir sus nexos con el ex gobernador Arturo Montiel y las acusaciones de enriquecimiento ilícito. El ex mandatario buscó desmitificar que su imagen ha sido construida por la televisión. Poco pudo hacer para responder sobre el desempeño del ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, y de los diversos lastres con que se relaciona al PRI. Cuando se trató de defender al Estado de México lo hizo con amplios titubeos en defensa de un guión muy preestablecido y casi como si se tratara de un informe de gobierno.
La peor librada del debate fue Josefina Vazquez Mota, a quien se acusó de faltista en la Cámara de Diputados. En su calidad de panista, la hicieron parte del desastre que padece el país, en las cifras de inseguridad, desempleo, pobreza. Sus misiles en contra de Enrique Peña fueron poco efectivos, casi nulos de impacto, entre los que destacó el caso Paulette, y los índices de corrupción que se registran en el estado. La panista fue evasiva en las acusaciones que le lanzaron, y no salió de su guión. Por momentos, Josefina, literalmente desapareció del debate.
López Obrador tuvo -a mitad del debate- la posibilidad de centrar el debate entre él y Peña Nieto. Sin embargo, el perredista recibió golpes bajos, al recordarle sus vínculos políticos con René Bejarano. En su estrategia, se debe establecer como un craso error traer a la memoria el gobierno de Carlos Salinas, pues ello resulta muy distante para las nuevas generaciones. Aún peor, el parangón de Santa Anna con Enrique Peña, simplemente fue un disparate. El tabasqueño se olvidó de la república amorosa y entró al terreno de la confrontación política.
Al final del debate, el candidato del PANAL que tenía muy poco que perder, se dio oportunidad de arropar a Enrique Peña, tener más tiempo para presentar propuestas, radicales y controvertidas, que el resto de los candidatos. Con la apuesta de ganar votos entre los indecisos, y garantizar el registro del partido de Elba Esther Gordillo, todo indica que Quadri logró el objetivo. Se vio como un candidato sólido y con un proyecto de país de amplios contrastes a lo que hoy vivimos.