El principal lastre para el precandidato presidencial Enrique Peña Nieto es su tío y tutor político Arturo Montiel Rojas. El estigma de enriquecimiento ilícito y corrupción que inunda la imagen de Montiel no desapareció por arte de magia del imaginario colectivo. Por el contrario, la opinión pública y cierta corriente de intelectuales ha visto como una ofensa el regreso de Montiel a la escena nacional, lo cual no fue por petición de Enrique Peña, sino a invitación del actual gobernador Eruviel Ávila a su toma de protesta. Pero los platos rotos los pagan todos.
Los lazos entre el montielismo y Peña Nieto son indivisibles. La operación política del hoy precandidato presidencial no se entenderían sin la estructura política llamada «Fuerza Mexiquense» que en su momento creó Isidro Pastor en el encumbramiento político de Montiel Rojas que también lo llevó a la antesala de la candidatura presidencial. Los operadores políticos de Peña Nieto tiene toda la marca del «montielismo», pese a la insistencia de desmarcarse uno del otro. La terca memoria se apodera de la aspiración presidencial de Peña que tiene enfrente otras dificultades antes de sentarse en la silla que hoy ocupa Felipe Calderón.
Los dos grandes operadores políticos del «peñismo» llevan el mismo nombre de pila, y eran, hasta antes de definir la candidatura a la gubernatura mexiquense, amigos íntimos. Se conocieron desde la administración montielista, uno era secretario de administración y el otro asesor externo para renegociar la deuda. Uno es el brazo ejecutor en el equipo de Peña Nieto, y el otro representa el músculo financiero del círculo cercano. El primero soñó con ser gobernador interino del Estado de México -si Peña Nieto no concluía su mandato-; el segundo estuvo a un paso de ser el candidato. Uno fue acusado de ser prestanombres de Montiel; y el otro aparece como un benefactor de las encomiables deudas públicas de las entidades.
Luis Miranda y Luis Videgaray parecen encumbrarse en torno a Peña Nieto. Fueron ellos los artífices políticos y económicos de los resultados electorales de 2009 que casi llevó al PRI a obtener el carro completo en el Estado de México. Eran hasta hace unos meses amigos cercanos, pero diferencias políticas los llevaron al borde de la ruptura. El proyecto presidencial de Enrique Peña Nieto los tiene de vuelta juntos. Y podría ser, que el escándalo político que tanto se anuncia desde el PRI y desde la oposición para tumbar a Peña Nieto de la cumbre electoral en que lo tienen las encuestas, vuelva a unir el nombre que tienen común.
Beltrones sigue tejiendo fino. No declina, no se desespera. Paciente sabe que lo suyo es una carrera de resistencia. A pesar de las «cargadas» políticas a favor de Peña Nieto al interior del priísmo, Manlio no sufre, ni se acongoja. Sea consulta abierta o convención de delegados, Beltrones está confiado en que el resultado le habrá de favorecer, pese a una desventaja de 7 a 1 respecto a Peña Nieto. Algo sabrá el senador, para estar en completa calma, cuando parece que ya perdió la carrera, y no la abandona. Es de llamar la atención que las famosas «concertacesiones» del gobierno salinista, parecen estar de vuelta en el calderonismo. Al tiempo.
Eruviel Ávila mostró un respaldo absoluto a la precandidatura presidencial de Enrique Peña. Era una jugada lógica, y hasta obligada, a sabiendas de que fue Peña Nieto quien se decidió por Ávila para que fuese su sucesor, aún cuando no era su delfín político. Eruviel tiene la encomienda de ser el brazo político que ejerza presión para que todas aquellas entidades comprometidas con Peña Nieto le sean favorables primero en la contienda interna, y luego en la elección constitucional. Eruviel se asumirá paso a paso como el líder político de la entidad, mientras el aspirante presidencial corre y recorre todo el país.