Juan Carlos Núñez Armas*
A propósito de los recuerdos de inicios de octubre, el más destacado, “2 de octubre no se olvida”, quiero compartirles que hay otra fecha que yo no olvido, y no deberíamos olvidar como sociedad. Para mí, “1 de octubre no se olvida”. Así es, el 1 de octubre de 1989, una persona que impactó mi vida, y más la política mexicana, murió en un accidente automovilístico. Me refiero a Manuel Clouthier, “El Maquío”, como coloquialmente le conocimos. Y quiero destacar, entre muchos momentos para la historia, su cierre de campaña (1988) en el zócalo capitalino, donde pronunció frases que resultaron proféticas, como: “hay que desmitificar el poder”, “que el presidente no sea más que un servidor público como el policía o el cartero…” y que hoy resultan totalmente válidas.
En los gobiernos autoritarios se daba, por regla no escrita, que los líderes políticos ocultaran sus facetas humanas, su familia, sus gustos y aficiones. Hoy en día los nuevos electores no toman en serio esos mitos, saben que los políticos son personas de carne y hueso, normales y hasta hay quienes buscan que la o el candidata/o se parezca físicamente a ellas/os o a su grupo.
Cuando en las manifestaciones recientes del 2 de octubre vemos a jóvenes encapuchados causar destrozos o feministas vestidas de negro golpear a policías, o incluso otros más en conciertos de Heavy Metal con camisetas del Che Guevara, seguro estoy que son símbolos que reflejan rebeldía pero que poco tienen que ver con los verdaderos ideales humanistas o revolucionarios de las causas que dicen defender. Algo parecido sucede con los monjes budistas con túnicas coloridas que venden incienso o libros en las calles de las ciudades, que más parece que dejan entrever la crisis de religión de los nuevos misticismos.
Lo mismo le pasa a la ideología política. Los políticos pronuncian sus banales mensajes despolitizados y hasta se van homogeneizando, como tratando de borrar toda huella discursiva que permita reconocer o identificar alguna corriente política que revele su posición ideológica. No olvidemos que hay quien habla del detente del sagrado corazón para protegerse de la COVID-19.
La gran mayoría de ciudadanos tiene poco interés por las cuestiones políticas y se ha llegado a decir que entre el 70 y el 90% de la población no está interesado en si su mandatario es de izquierda o de derecha. Vamos ni interés por la política tienen, como lo menciona mi profesor y estratega político Jaime Durán en su libro “Mujer, sexualidad, Internet y política: los nuevos electores latinoamericanos”. La capacidad de los partidos políticos para atraer a las masas es inversamente proporcional a la ortodoxia ideológica, dice Durán, los electores están dando menos importancia a los idearios partidistas porque en la antigüedad se suponía que los líderes tenían doctrinas y que debían educar al pueblo ignorante.
Muchos politólogos y escritores después de las elecciones, y más ahora con los informes o comparecencias, tratan de dar explicaciones del avance que ha tenido el gobierno de la izquierda (o derecha según el caso), por las políticas emprendidas, pero lo cierto es que una vez pasada la elección no se producen grandes cambios. Lo más común es que las bases clientelares, del partido que triunfa, salieron a votar a su favor, o como lo he dicho en el caso nuestro en su contra. No hay cambio en el curso de la historia, sólo parece un cambio accidental sin explicación ideológica clara.
Para concluir, los políticos de ahora están tratando de reducir al mínimo las posturas radicales, para no mostrar tanto sus diferencias ideológicas y sólo evidenciar sus diferencias programáticas, más ante la falta de identificación partidista de la población. Sin embargo, como diría Bobbio, “las ideologías no han desaparecido en absoluto”. Todo lenguaje político tiene una función ideológica, hace falta que nos expliquen su visión sobre el mundo, sus creencias, sus mitos, sus valores. En palabras de este último autor, que nos digan el conjunto de ideas y valores concernientes al orden político, cuya función es guiar el comportamiento político colectivo.
Quiero cerrar con una anécdota personal. En días pasados asistí a la “Cumbre mundial de comunicación política” y me llamó la atención la presencia de Samuel García, gobernador electo de Nuevo León y Luis Donaldo Colosio, alcalde electo de Monterrey. Charlé con algunos de sus jóvenes seguidores, nuevos electores, y se manifestaban críticos del orden establecido. Decían estos jóvenes que no ven ninguna transformación y hasta rechazan ser de izquierda o neoliberales. Ante su público manifestaban que la política es por definición actividad corrupta, posición que apoyan sus seguidores, quienes no se preocupan por el nuevo líder si tiene ideas distintas o no. Lamentablemente, sospechan que el nuevo experimento podría terminar igual que los demás, como pasó con el Bronco que no llenó sus expectativas.
Me parece preocupante para el desarrollo de la democracia liberal la relación que se presenta entre políticas/os que reniegan de la política, pero no aportan ideas para mejorar su desempeño y electoras/es que votan esperando que todo salga mal porque su papel se queda, justamente, en eso, son electoras/es que renuncian al ejercicio pleno de su ciudadanía.
* El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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