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El Manual de Maquiavelo

Los atributos del sucesor

 

Francisco Ledesma

 

¿Qué busca usted en su próximo Gobernador? Quizá en esa compleja y diversa respuesta se encuentren los atributos que debieron ponderar partidos políticos en los procesos de selección de quienes serán sus candidatos a la sucesión de Enrique Peña Nieto. Comprobado está que el más popular no es garantía de un buen gobernante, ni hay notario público que certifique que el más apuesto resulte un estadista como lo exige el electorado.

 

Pero la gran interrogante para PRI, PAN y PRD es, ¿qué atributos encontraron en sus candidatos, para ser Gobernador del Estado de México? La suerte está echada, y la gama de posibilidades se reduce a una terna: Eruviel Ávila, Luis Felipe Bravo Mena y Alejandro Encinas Rodríguez, con sus pros y contras, parece ser que fueron los mejores perfiles que encontraron partidos políticos para ocupar la silla del mandatario mexiquense a partir de septiembre.

 

Del primero se rescata su origen humilde, y la cultura del esfuerzo, igual que lo resaltan los priístas con personajes emblemáticos de nuestra historia como Juárez y Colosio. Una situación tan recurrente, donde se recuerdan a personajes como Mario Marín y su origen indígena. O los aciagos inicios de Arturo Montiel, hijo de un repartidor de refresco y cerveza en el norte de la entidad. Una condición pues, que no es un buen síntoma para los requisitos de un buen mandatario.

 

El propio Eruviel presume de ser un candidato ganador. Dos veces diputado local, y un par de ocasiones electo presidente municipal de Ecatepec. ¿Eso le sirve a un ciudadano? Salinas y Zedillo nunca enfrentaron una elección, sólo la presidencial en la que triunfaron, cada uno por separado. Díaz Ordaz, antes de ser presidente, fue diputado federal y senador. Un candidato ganador marcado por la matanza de Tlatelolco en 1968. ¿Y los atributos del candidato?

 

En el análisis de Luis Felipe Bravo Mena se destaca como un panista doctrinario. Lo mismo se dijo de Felipe Calderón. No un neopanista como Maquío o Fox. Bravo Mena es un panista de cepa, pero ¿eso de qué le sirve a un elector? En una política como la mexicana, donde predomina el transfuguismo lo que importa es la capacidad para dar respuesta a las problemáticas sociales: desempleo, inseguridad, pobreza, educación, salud.

 

Bravo Mena quizá es el menos experimentado en la administración pública. Su trayectoria se basa en cargos partidistas. Durante ocho años presidente nacional del PAN, embajador de México en El Vaticano, y secretario particular del Presidente Calderón. Su discurso de lucha se basa en un panismo víctima del autoritarismo priísta, lo mismo que hizo Fox en el 2000. La transición, está demostrado, no es indicio de beneficio, o resultados positivos. Ejemplos sobran y más cuando se habla de la historia reciente del PAN.

 

Del otro lado, Alejandro Encinas. Un hombre de izquierda como pocos. Un perredista fundador, pero a diferencia de muchos sin ser un ex priísta. Con una condición semejante a la de personajes como Heberto Castillo, Rosario Ibarra y el últimamente vapuleado Jesús Ortega. Convencido de sus ideales, creció en una oposición subyugada, pero hoy rodeado del salinismo puro: Ebrard y Camacho fueron quienes lo empujaron en esta aventura. De izquierda o no, tampoco se enumeran cuáles son sus atributos para reemplazar a Peña Nieto.

 

Su cercanía con López Obrador, le suma tanto como le resta. Encinas lo ve como una oportunidad de crecimiento electoral. A veces rebasado por el liderazgo moral del lopezobradorismo, pero leal políticamente. Su principal problema, es su falta de arraigo en la entidad, y la dificultad que representa demostrar su residencia. Pero en el puñado de circunstancias tampoco se sabe qué es lo que hace de Encinas un hombre con atributos suficientes para convertirse en Gobernador de la entidad.

 

En esa lógica política, el electorado por enésima ocasión deberá votar no por el mejor candidato, sino por el menos peor. Es ahí donde la guerra sucia prolifera, es terreno fértil para generar la descalificación, porque los candidatos son vulnerables y no por una degradación política.

 

No hay partidos políticos libres de culpa, los tres indistintamente han enfrentado el desgaste del poder, y quien ha venido ganando elecciones recientemente es en función de la nula memoria colectiva, y de que ha prometido renovarse, sin que las nuevas generaciones sepan a qué se refiera esa supuesta renovación. El panismo le apuesta a no olvidar; el priísmo trata de recordar a conveniencia, y el perredismo se conforma con existir.

 

La tenebra

 

Gisela Rubach, estratega en mercadotecnia política, experta en instrumentar guerras sucias a favor del PRI, ya desempaca maletas para fortalecer la campaña de Eruviel Ávila. Rubach fue responsable de la campaña del priísta Fernando Ortega, actual mandatario de Campeche, que arremetió fuerte en contra de la familia Mouriño en el sureste mexicano. Con esa tónica, la académica del ITAM parece tener preparados misiles para Encinas –por no ser mexiquense- y para Bravo Mena –el delfín del calderonismo y su fallida guerra contra el narco-. ¿Esa es la campaña de propuestas? Ya veremos.

 

 

 

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