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El bipartidismo

Francisco Ledesma

 

La contienda electoral cada vez está más cerca. El PAN está a punto de definir a su candidato presidencial, en una elección entre Ernesto Cordero y Josefina Vázquez Mota. Y con ello, estarán definidos tres de los cuatro candidatos presidenciales –quedando pendiente la elección interna del PANAL que en la víspera rompió con el priísmo-. Pese a ello, todo indica que la apuesta del Gobierno Federal será dividir la elección a un bipartidismo entre el candidato oficial y el puntero en las encuestas.

 

Aún más, parece que la jugada de polarizar la elección no es casual, y puede ser el mecanismo a través del cual, el panismo por tercera ocasión consecutiva en unos comicios presidenciales sea competitivo, lo que pondría al partido en el gobierno en condiciones de retener el Ejecutivo Federal. Aunque las encuestas ponen hoy al PAN veinte puntos debajo de Enrique Peña Nieto, su circunstancia puede ser competitiva si hace sentir al electorado que las únicas posibilidades de triunfo están entre el originario de Atlacomulco y el abanderado panista que está por definirse en las próximas horas.

 

¿Cómo polarizar una elección tan desigual? La respuesta del panismo parece hasta simple. La artillería panista, y los hoy precandidatos, buscan el voto de su militancia no en razón de sus proyectos políticos, y mínimamente en relación a sus trayectorias, su principal argumento es la posibilidad de derrotar a Enrique Peña Nieto. El priísta, es obviamente, el blanco de los ataques de su campaña electoral, sin que todavía haya iniciado la guerra sucia, la real, la de las embestidas certeras hacia quien encabeza las preferencias electorales.

 

Lo que hoy Cordero y Josefina venden al interior de su partido, al posicionar su imagen de ser competitivos frente a Peña Nieto, será usado como estratagema en la elección constitucional. Sea quien sea el ungido panista, se presentará frente al electorado como la única opción posible de derrotar a Enrique Peña y de no regresar al pasado priísta, del que una gran parte de los votantes –aquellos entre 18 y 30 años recuerdan muy poco-; pero con ello desplazar del escenario comicial al perredista Andrés Manuel López Obrador, que hace esfuerzos encomiables por revertir las opiniones negativas que le dejaron como saldo las campañas negras y el plantón de Reforma del año 2006.

 

En la acera de enfrente, a Enrique Peña le conviene, sin duda, que la elección no sea cerrada. Que su ventaja electoral –ubicada por los 40 puntos de intención del voto- no se reduzca más de lo debido en los próximos cuatro meses. Y que PAN y PRD sigan en la disputa por un lejano segundo lugar, que no despeine en lo absoluto su ventaja holgada en su ruta hacia Los Pinos. Sin embargo, en su propuesta electoral, ha comenzado a arremeter contra los gobiernos panistas –como estrategia conveniente- pero también se convierte en un riesgo, porque López Obrador quedaría relegado del debate político.

 

Mientras Enrique Peña esté en el pronunciamiento de ideas, para marcar distancia de los errores, carencias y omisiones de los gobiernos panistas; de frente tendrá al candidato oficial en el intento de minar la popularidad de Peña Nieto e incrementar la propia. En una circunstancia marginal podría quedar López Obrador, por ser ajeno al debate entre PAN y PRI como opción de continuidad o de cambio, muy semejante a lo ocurrido en la elección de 2000, donde Vicente Fox ganó por una diferencia de 2.4 millones de votos y seis puntos porcentuales al priísta Francisco Labastida.

 

La apuesta calderonista está en esa franja. Enrique Peña actualmente cuenta con 41 por ciento de preferencia electoral, un punto menos de los obtenidos por Fox hace 12 años. En la medida que los panistas logren polarizar la elección su candidato tenderá a subir paso a paso, y en el camino apostarán a descarrilar al priísta. No se trata necesariamente de un golpe letal que fulmine a Peña Nieto, puede ser a través de exhibir los excesos priístas a nivel local: Coahuila, Veracruz y Tamaulipas ya van poniendo el ejemplo de cómo indirectamente incidir en la popularidad del mexiquense, y hacerlo caer en el día a día de las encuestas. Igual que hicieron con Labastida y López Obrador.

 

Tanto en 2000 como en 2006, los panistas lograron que la elección fuera entre dos partidos. Hace doce años, Labastida como representación del priísmo anquilosado que enfrentó a una popularidad foxista indestructible, que permitió al guanajuatense superar las encuestas que lo ponían en la lona. Hace un sexenio, López Obrador puesto en la escena como el populista y representante de Hugo Chávez en México, fue rebasado en el camino a Los Pinos por el panista Felipe Calderón, quien se mostró como la opción de la estabilidad.

 

El PAN ya tiene muy claro que para retener el poder, la elección no puede y no debe abrirse a más de dos opciones. PAN y PRI serán el menú que ofrecerán a los electores. Y en ese mismo escenario, ahora es Peña Nieto quien se vende como la opción de cambio, frente a los desatinos panistas cometidos durante los últimos dos sexenios. El desgaste del ejercicio del poder ha tocado fondo.

 

Sin embargo, el discurso de Enrique lo entrampa en tener como corolario un escenario polarizado, y frente a ello contar con una elección cerrada, que hasta este momento no se encuentra en el presupuesto de la prospectiva política del ex gobernador mexiquense.

 

La guerra está cada vez más cerca.

 

La tenebra

Turismo, Salud, Issemym y las que se acumulen. En el Estado de México hay vacantes. Eruviel tiene la posibilidad de cerrar su grupo compacto y fortalecer sus lealtades. El pago de compromiso quedó saldado.

 

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