El régimen agotado
Francisco Ledesma
La propuesta del senador Manlio Fabio Beltrones acerca de consolidar gobiernos de coalición ha generado una serie de reacciones respecto a lo que parece una realidad innegable e insufrible. El actual régimen político, basado en el presidencialismo norteamericano, se encuentra agotado, en etapa terminal dada su parálisis gubernamental desde 1997, cuando el PRI perdió las mayorías absolutas y debió aprender a consensar con la oposición.
Sin embargo, la propuesta beltronista de los gobiernos de coalición también tiene su inviabilidad frente a las condiciones políticas vigentes. Al proponer, por ejemplo, la figura del jefe del gabinete que sea un vínculo entre el Poder Ejecutivo y Legislativo, dicha tarea es posible en sistemas parlamentarios, donde existe un mecanismo unicameral. En México, por el contrario, contamos con un sistema bicameral –Cámara de Diputados y Senado de la República- que fortalece la figura “presidencial” y demerita al poder legislativo.
Cuando Beltrones habla de “gobiernos de coalición”, debiera plantear en el plano de lo real la posible y necesaria eliminación de una de ambas cámaras. En estricto sentido, se debería eliminar el Senado de la República, del cual forma parte, y desde donde se ha convertido en el hombre más poderoso “no – panista” del sexenio, convertido en una especie de vicepresidente, y de amplio negociador que se da el lujo de reunirse con Ernesto Cordero –ya en calidad de precandidato presidencial panista- sin que nadie le cuestione al sonorense.
Borrar del mapa al Senado de la República, en la hipótesis del planteamiento, más allá de las repercusiones laborales y administrativas; en lo político el Presidente ya no tendría un poder supremo. Su vinculación con la Cámara de Diputados lo obligaría a la conciliación y no a la confrontación; al diálogo por encima de los monólogos inconexos. Y el Jefe de Gabinete adquiriría un amplio poder, al ejercer funciones y facultades como un Jefe de Gobierno, lo que abre un nuevo frente en la batalla de las discusiones políticas. El presidente en turno pasaría a ser un simple Jefe de Estado.
La negociación pretendida para conformar un gabinete plural, da pie a posibles componendas entre grupos de poder político y económico. No garantiza en lo absoluto la integración de los mejores perfiles, y la aprobación del gabinete por parte del Poder Legislativo no garantiza eficacia, por el contrario, da lugar a los arreglos turbios, a largas jornadas parlamentarias y aprobaciones noctámbulas que dejan en el “sospechosismo” las decisiones políticas.
Ahora bien, la simplista convivencia entre partidos políticos, con muy buenas intenciones para construir un “gobierno de coalición” no garantiza la instrumentación de un plan de gobierno conjunto. Lo que se requiere desde ahora es un amplio consenso para generar un Programa de Estado, para que gane quien gane, se tenga una viable ejecución en políticas públicas de amplia conciliación partidista. Lo demás es mera política ficción, como diría Salinas.
Ahora bien, del otro lado del espectro asoma la cabeza la denominada “cláusula de gobernabilidad”, que plantea construir mayorías artificiales en las cámaras de diputados y senadores –que posibilite la instauración de mayorías absolutas-, y que haga viable lo que hoy parece impasable. Esta iniciativa va en demerito de la voluntad popular, y de la representatividad que se manifiesta en las urnas. Se sobaja la pluralidad, y se respira un aire de robusto autoritarismo para que la figura presidencial y sus decisiones sean unívocas.
Las mayorías artificiales, darán en una visión cortoplacista la aprobación de reformas estructurales, presupuestos fiscales y modificaciones legales a modo del ideólogo en que se convierte el Presidente en turno. Pero abre la puerta a la amenaza de perder los pesos y contrapesos. La Cámara de Diputados se convierte en franquicia partidista del Poder Ejecutivo para llevar a cabo los caprichos de sus políticas públicas. El abuso del poder -como mecanismo de control y sujeción a las voces opositoras-, se abre paso entre la incipiente democracia, que sin acabar de madurar pudiese morir en el intento.
Los trazos ganados, retrocederían en menos de un sexenio, para robustecer la figura del partido único, del ejercicio monopólico del poder, y de las facultades metaconstitucionales. De un presidente capaz de que su voluntad sea acción incuestionable en un Poder Legislativo –vilipendiado- pero que ha ganado un peso en el sistema político necesario para los equilibrios del poder.
Lo que México requiere en todo caso, es una reinvención de su sistema de partidos políticos, donde éstos se han convertido en una franquicia de poder de alta rentabilidad económica, y de ganancias nada marginales, para institutos con mínima representación pero con amplios márgenes de maniobra política.
Pensar en la copia de sistemas extranjeros, incluido el presidencialismo actual, -en el campo de la política-; y el neoliberalismo –en el rubro económico- ha dejado colapsado a un régimen que se estremece en la agonía de su ineficacia, y en la exigencia de cambio que proponen los políticos, pero que corre el riesgo de quedar en un simple maquillaje para dar un “nuevo” rostro.
La tenebra
El proceso de sucesión parece que ha iniciado demasiado pronto rumbo al 2017. Con amplio poder económico, detenta además el poder sindical, y está a punto de ascender a una posición clave de poder político. Él, desde Zumpango como el Melate, ya se vio.