Francisco Ledesma / Del Mazo, despierta al Grupo Atlacomulco
La derrota electoral del año 2000, que significó la caída priísta del poder presidencial, representó paradójicamente el mayor símbolo de empoderamiento para las élites locales, incluido el Grupo Atlacomulco. Desde esa condición, donde se distinguía la ausencia de un líder priísta, los gobernadores construyeron virreinatos, que permitieron alentar sus ambiciones personales, hasta consolidar sus esfuerzos electoreros con el triunfo de Enrique Peña Nieto hace siete años.
Ante su alta densidad poblacional, el abultado presupuesto público, el centralismo político – geográfico prevaleciente y una clase gobernante siempre influyente, los gobernadores mexiquenses de la primera década del siglo, lograron asumir un liderazgo y una amplia ascendencia sobre el resto de sus homólogos priístas.
Desde aquí, se financiaron elecciones locales y se construyó un contrapeso a los gobiernos panistas. Surgió la Conago que aglutinó a todos los mandatarios; y desde la vida interna priísta nació el TUCOM. Montiel soñó con Los Pinos, pero su fortuna personal y la pasión sentimental le cobraron la factura que terminó en su defenestración pública.
Sin embargo, seis años más tarde, y con el segundo presidente panista en el despacho de Los Pinos, Peña Nieto aprovechó esas componendas políticas y la estructura electoral para asumirse desde muy temprano, como el candidato presidencial por antonomasia.
El triunfo peñista, devolvió al PRI nacional, pero pronunciadamente al priísmo mexiquense, un mandatario que reivindicó la figura presidencial en el ejercicio de facultades legales y metalegales. El gobernador en turno, el ecatepense Eruviel Ávila, no tuvo otra salida que la subordinación de sus decisiones con su antecesor, y así garantizar la conclusión de un sexenio de excesos y abusos.
A casi un año de la derrota electoral, el priísmo mexiquense carga con el mayor lastre de su historia: la desaprobación mayoritaria de un expresidente, que pretende normalizar su vida privada y pública a partir de sus relaciones amorosas. A las élites políticas dominantes del último sexenio, donde se personifica a los mexiquenses y al delmacismo, se atribuyen el más profundo fracaso de unos comicios presidenciales.
Frente a un escenario desolador, Del Mazo se ha encontrado con una dicotomía difícil de sortear: por un lado, la ausencia de un priísta en Palacio Nacional y el desastre en las urnas, lo convierte de facto en el gobernante tricolor más influyente en la coyuntura actual; no obstante, envuelve los resabios de un partido asolado por los excesos del sexenio pasado, el federal y el estatal.
En los últimos once meses, cinco de la transición y seis de gobierno, Del Mazo ha encontrado las condiciones suficientes para convertirse en uno de los principales interlocutores de la oposición con López Obrador; lo que sumado a las circunstancias geográficas, financieras y políticas del Estado de México posibilitarán que Alfredo sea un factor de liderazgo al interior de su partido.
Además, un puñado de gobernadores priístas asumen que gran parte de su ascenso político -todavía registrado el sexenio pasado-, se lo deben al expresidente, quien será un factor de incidencia en el corto y mediano plazo.
La reunión entre gobernadores del PRI, ocurrida en Toluca la semana que transcurre, refleja que Del Mazo aprovecha no tener a un presidente priísta que le ordene, pero su cercanía, parentesco y afinidad con Peña Nieto implica que el atlacomulquense, desde la presencia delmacista se hará sentir y escuchar en las definiciones que vengan hacia el futuro inmediato.
Está muy lejos de considerarse un madruguete rumbo a la dirigencia nacional como lo ha tratado parecer Alito. Se trata simplemente de un manotazo sobre la mesa, para saber con quiénes cuenta Del Mazo, para construir un incipiente bloque opositor a López Obrador.
Las decisiones del partido, no se decidirán en la Casa Estado de México, ni mucho menos en una gubernatura campechana, que gobierna menos gente que el alcalde de Toluca. Eso dependerá en gran medida de la nomenklatura, aunque se haga pensar que será un asunto de la militancia.
La tenebra
El PAN reconoce a Francisco Domínguez, el gobernador de Querétaro, como su liderazgo firme, e incluso su apuesta para la próxima elección presidencial.
En Morena, por cercanía, centralismo y sucesión, Claudia Sheinbaum se asumirá como quien encabece a la pléyade de mandatarios de su partido. Con suerte, Claudia competirá junto con Marcelo, por la candidatura tan ansiada.
Más allá de Alito o Narro en la dirigencia nacional; y de las ambiciones anticipadas de Murat y De la Madrid por el 2024, la apuesta de Alfredo es de largo plazo, por ahora, sólo se trata de sostener un control de un partido proclive a fracturas internas. Imposible para su causa pensar en seis años.