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El Manual de Maquiavelo 27-10-2023

Francisco Ledesma /  El huracán que viene

Quien haya pensado que
el priísmo mexiquense había tocado fondo tras la derrota electoral del pasado
mes de junio, se equivocó en el pronóstico porque las consecuencias
partidistas, políticas y financieras apenas podrán evaluarse en el transcurso
de las elecciones de 2024; sin embargo, el panorama parece devastador por todos
los frentes posibles, ante una catástrofe mayúscula.

 

La consecuencia
inmediata, tangible desde el pasado 16 de septiembre, es que por primera vez en
la historia, sus militantes carecen de un gobernador emanado de sus filas, lo
que arroja un partido en la orfandad que deberá aprender a tomar decisiones sin
las imposiciones ni la línea política que se dictaba desde Palacio de Gobierno;
y eso profundizará las diferencias entre todos los grupos internos.

 

Las fracturas son
predecibles derivado de que el priísmo nunca supo procesar una democracia interna,
y la postulación de candidaturas se dio por imposiciones, cuya condición ahora
será mayormente compleja, porque todos asumen que tienen el derecho de asumir
el control de un partido desahuciado.

 

Un segundo elemento,
hasta ahora también inédito, es el puñado de priístas que se mantienen en
posiciones de privilegio desde el aparato gubernamental -incluso en despachos
clave sobre la gobernabilidad y la operación electoral-, pero cuya tarea ahora
la desempeñan para un gobierno morenista, derivado de la lentitud en que avanza
la transición por parte del gobierno de Delfina Gómez.

 

Es difícil saber con
quiénes cuenta el priísmo para enfrentar las elecciones inmediatas; pues Morena
estará en condiciones de aprovechar la experiencia de quienes todavía están en
el gobierno, para convencerlos de que es momento de cambiar de dirección en su
agenda partidista. Con la certeza de que hay decenas de convencidos que vivir
fuera del presupuesto resulta un error.

 

Otro factor a
considerar, con mayor nivel de emergencia, es el exilio político de cientos de
priístas que han comenzado a saltar a Morena, al Partido Verde o a Movimiento
Ciudadano, derivado de que advierten una crisis electoral irreversible en el
mediano plazo; y en su ambición personal ya adquirieron nuevos valores, nuevas
ideologías y nuevos colores porque ven en el PRI un escenario de derrota
garantizada para las elecciones del año entrante.

 

Por si fuera poco, cientos
de priístas adivinan que su alianza obligada con el PAN, los desplazará de
cualquier oportunidad de postulación en los bastiones electorales del panismo.
Es más probable que encuentren una oportunidad desde otra opción política que
mantenerse leales al partido que siempre les ha negado la posibilidad de una
regiduría; hoy más inalcanzable que antes.

 

Para aderezar esta
condición negativa, el PRI se mantendrá plegado a las decisiones cupulares, y
por tanto, se puede garantizar que los candidatos a alcaldes y diputados serán
los mismos de siempre. En las “pluris” saldrán beneficiados aquellos acostumbrados
a las posiciones de privilegio. Y la militancia será ignorada en sus
pretensiones de renovación y reconstrucción.

 

Otro componente
demoledor, con Morena en el ejercicio del poder político, y la ejecución plena del
presupuesto público, el PRI no tendrá incentivos electorales para afrontar al
acérrimo rival en las urnas, y por tanto, los resultados pueden ser tan
devastadores como los que vivenció en los comicios de 2018.

 

Con esa lista de ingredientes,
el otrora partidazo enfrentará el mayor desafío electoral de su historia, con
todos los factores en su contra; y con una clase gobernante que se resiste a
ceder los espacios de poder, o mínimamente a renovarse y a reencontrarse con su
militancia. La soberbia los absorbe.

 

La tenebra

A estas alturas, a quién
le convendría aliarse con el PRI, aunque sea en el Estado de México.

 

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