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El Manual de Maquiavelo 27-06-2025

Francisco Ledesma / El gendarme reconocido

El ascenso de su carrera política se atribuye a una desgracia. La designación de Carlos Iriarte como director de la Policía Estatal no estaba presupuestada en el gabinete de Arturo Montiel, y surgió producto de la escena trágica y el desplome de un helicóptero en el que viajaban seis funcionarios estatales, incluido Hugo Piña Luna, el titular de Seguridad Pública en los primeros seis meses del sexenio montielista. La puerta se abrió para que Iriarte ascendiera en el escalafón.

 

Enfundado en el uniforme de un gendarme, Carlos encabezaba operativos de la Policía Estatal y trataba de empatizar con los comandantes regionales. Siempre obediente, bajo las órdenes del secretario general del gobierno y del secretario particular del gobernador. Manuel Cadena y Miguel Sámano eran quienes asumían las decisiones de una Policía Estatal que era un brazo político del estado. Carlos, como en sus orígenes, sólo cargaba el maletín de sus jefes.

 

De los Golden boys, aunque protegido y adoptado -producto de otra desgracia, la muerte de Abraham Talavera-, fue quien corría siempre atrás y a la sombra de su tutor político. Mientras el resto de sus compañeros de gabinete despegaban a las grandes oportunidades electorales y en la toma de decisiones reservadas para las élites políticas de apellidos allegados al Grupo Atlacomulco, del que Iriarte lo separaban kilómetros y linaje de distancia.

 

Quizá por ello, también transcurrió su trayectoria profesional en medio de rencores a quienes le impedían su ascenso. Nacido en Naucalpan y avecindado en Huixquilucan, vio en repetidas ocasiones que le cerraran el paso en sus aspiraciones personales los apellidos Del Mazo y Peralta, de los que renegaba en privado, mientras esperaba en la antesala de la presidencia municipal.

 

En 2009, tras ganar una diputación local con cerrado margen, pretendió fallidamente ser el coordinador de la bancada priísta. El gobernador en turno se decantó por Ernesto Nemer, proveniente de una familia empresarial de origen libanés, y casado con Carolina Monroy del Mazo. Los apellidos y la cercanía con Atlacomulco cayeron como una losa en la aspiración de Carlos.

 

Cuando finalmente llegó su momento, fue desplazado de su pináculo político. Y sí, a diecisiete meses de haber asumido el cargo de presidente municipal, fue reemplazado por otro apellido del clan: Reynol Neyra. Así, de nueva cuenta, Carlos fue enviado a la dirigencia priísta con la promesa de que sería un competidor a la gubernatura estatal, donde fracasó en el intento.

 

Iriarte cometió dos errores graves: en principio, forjó una alianza política con Erasto Martínez -el operador electoral de Eruviel Ávila, y traicionó de paso a su mentor político-; y arriesgó su capital a la derrota de Alfredo Del Mazo en la elección de 2015. Y mientras Del Mazo ganaba en las urnas, el PRI entregaba Huixquilucan a la oposición, llevando a la derrota a Fernando Maldonado, uno de los hombres de mayores afectos para los montielistas de cepa.

 

En la cúspide del poder atribuido al Grupo Atlacomulco, Iriarte no tuvo siquiera un minuto de fama en el gabinete presidencial peñista. Relegado en el priísmo mexiquense eruvielista, fue premiado en la recta final del sexenio atlacomulquense como coordinador del PRI en San Lázaro, entre abril y agosto de 2018, cuando el poder político ya se había entregado a Morena.

 

Hoy, esos priístas que tanto pregonaban que Del Mazo saltaría a las relaciones exteriores del país, producto de la derrota electoral del 2023 en la contienda por la gubernatura mexiquense, deben reconocer que la traición provino antes de Carlos Iriarte, quien puede despedirse de su cuadro en el Salón Presidentes del PRI mexiquense, como antes ocurrió con Isidro Pastor, Eruviel Ávila y Alejandra del Moral.

 

El gendarme ha crecido lo suficiente para convertirse en cónsul, y para su fortuna no ha habido apellido alguno que se le cruce en su camino.

 

La tenebra

Ahora hay que encontrar un buen disfraz de cónsul, y simular que tiene experiencia en relaciones exteriores.