Francisco Ledesma / El gendarme reconocido
El ascenso de su carrera
política se atribuye a una desgracia. La designación de Carlos Iriarte como
director de la Policía Estatal no estaba presupuestada en el gabinete de Arturo
Montiel, y surgió producto de la escena trágica y el desplome de un helicóptero
en el que viajaban seis funcionarios estatales, incluido Hugo Piña Luna, el
titular de Seguridad Pública en los primeros seis meses del sexenio
montielista. La puerta se abrió para que Iriarte ascendiera en el escalafón.
Enfundado en el uniforme
de un gendarme, Carlos encabezaba operativos de la Policía Estatal y trataba de
empatizar con los comandantes regionales. Siempre obediente, bajo las órdenes
del secretario general del gobierno y del secretario particular del gobernador.
Manuel Cadena y Miguel Sámano eran quienes asumían las decisiones de una Policía
Estatal que era un brazo político del estado. Carlos, como en sus orígenes,
sólo cargaba el maletín de sus jefes.
De los Golden boys,
aunque protegido y adoptado -producto de otra desgracia, la muerte de Abraham
Talavera-, fue quien corría siempre atrás y a la sombra de su tutor político.
Mientras el resto de sus compañeros de gabinete despegaban a las grandes
oportunidades electorales y en la toma de decisiones reservadas para las élites
políticas de apellidos allegados al Grupo Atlacomulco, del que Iriarte lo
separaban kilómetros y linaje de distancia.
Quizá por ello, también
transcurrió su trayectoria profesional en medio de rencores a quienes le impedían
su ascenso. Nacido en Naucalpan y avecindado en Huixquilucan, vio en repetidas
ocasiones que le cerraran el paso en sus aspiraciones personales los apellidos Del
Mazo y Peralta, de los que renegaba en privado, mientras esperaba en la
antesala de la presidencia municipal.
En 2009, tras ganar una
diputación local con cerrado margen, pretendió fallidamente ser el coordinador
de la bancada priísta. El gobernador en turno se decantó por Ernesto Nemer, proveniente
de una familia empresarial de origen libanés, y casado con Carolina Monroy del
Mazo. Los apellidos y la cercanía con Atlacomulco cayeron como una losa en la
aspiración de Carlos.
Cuando finalmente llegó
su momento, fue desplazado de su pináculo político. Y sí, a diecisiete meses de
haber asumido el cargo de presidente municipal, fue reemplazado por otro
apellido del clan: Reynol Neyra. Así, de nueva cuenta, Carlos fue enviado a la
dirigencia priísta con la promesa de que sería un competidor a la gubernatura
estatal, donde fracasó en el intento.
Iriarte cometió dos
errores graves: en principio, forjó una alianza política con Erasto Martínez
-el operador electoral de Eruviel Ávila, y traicionó de paso a su mentor
político-; y arriesgó su capital a la derrota de Alfredo Del Mazo en la
elección de 2015. Y mientras Del Mazo ganaba en las urnas, el PRI entregaba
Huixquilucan a la oposición, llevando a la derrota a Fernando Maldonado, uno de
los hombres de mayores afectos para los montielistas de cepa.
En la cúspide del poder
atribuido al Grupo Atlacomulco, Iriarte no tuvo siquiera un minuto de fama en
el gabinete presidencial peñista. Relegado en el priísmo mexiquense
eruvielista, fue premiado en la recta final del sexenio atlacomulquense como
coordinador del PRI en San Lázaro, entre abril y agosto de 2018, cuando el
poder político ya se había entregado a Morena.
Hoy, esos priístas que
tanto pregonaban que Del Mazo saltaría a las relaciones exteriores del país,
producto de la derrota electoral del 2023 en la contienda por la gubernatura
mexiquense, deben reconocer que la traición provino antes de Carlos Iriarte,
quien puede despedirse de su cuadro en el Salón Presidentes del PRI mexiquense,
como antes ocurrió con Isidro Pastor, Eruviel Ávila y Alejandra del Moral.
El gendarme ha crecido
lo suficiente para convertirse en cónsul, y para su fortuna no ha habido apellido
alguno que se le cruce en su camino.
La tenebra
Ahora hay que encontrar
un buen disfraz de cónsul, y simular que tiene experiencia en relaciones
exteriores.