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El Manual de Maquiavelo 26-09-2023

Francisco Ledesma /  La imposición de Alito

La tarde del jueves 20 de octubre, Ana Lilia Herrera salió enojada de la Casa Estado de México por la decisión del gobernador Alfredo Del Mazo para “imponer” a Alejandra del Moral como su candidata a la gubernatura del Estado de México. El capricho personal tuvo como consecuencia regatear el arropo inmediato a su compañera de partido, olvidándose de la sororidad, de la unidad del partido, de la conducta institucional, de la inclusión de las regiones, y puso por delante los intereses de su grupo político, particularmente de montielistas y eruvielistas.

 

En lo inmediato, se ausentó de un evento en el PRI local, donde Alejandra fue designada coordinadora en Defensa del Estado de México, un cargo inventado para legitimar su ascenso electoral. En la víspera, pintó bardas y colocó anuncios espectaculares para amagar que no se bajaría, y no rajaría. Fueron varias semanas en las que Herrera lanzó mensajes confusos en sus redes sociales.

 

Se convirtió en la Ebrard mexiquense, dijo que lo más importante era la base social construida durante años; sólo que al final, mostró su ambición personal, y manifestó un apoyo simulado a Del Moral, tras ser designada delegada del PRI en el Estado de México, con el sello de la casa: la imposición priísta.

 

La historia romántica de que viajaba en Metro desde su natal Ecatepec hasta Ciudad Universitaria, dista mucho de la de un militante priísta que ha comenzado su carrera política desde un comité seccional hasta aspirar por mucho a una regiduría. Su trayectoria, arropada por las élites políticas, se caracterizó por un ascenso meteórico que terminó por consolidarse en cargos de elección popular.

 

El camino de Ana Lilia siempre fue de imposiciones en tareas partidistas. Desde el 2006, impulsada por el exgobernador Arturo Montiel y su exsecretario particular, Miguel Sámano, la oriunda de Ecatepec fue designada candidata a diputada local por Metepec; por encima de los cuadros priístas y la clase gobernante que había forjado aquí su carrera política. Tres años más tarde, repitió la ecuación del arrebato político. Sin proceso interno ni precampañas electorales, fue ungida candidata a la presidencia municipal de Metepec.

 

Su cúspide política llegó como candidata al Senado de la República. Otra vez el método fue el mismo: la candidatura única -como mecanismo para acallar otras aspiraciones-, y que hasta antes de 2022, le había resultado un proceso legítimo y democrático para quien hoy se queja de las imposiciones del partido, y sus reglas no escritas y facultades metalegales del gobernador en turno.

 

En el 2018, cuando Morena lo ganó prácticamente todo, ella fue a la segura. Con cargo en la desastrosa campaña del neopriísta José Antonio Meade, negoció para su causa una diputación federal por la vía plurinominal. Y para 2021, con la mira puesta en la elección de 2023, decidió contender por la diputación federal, pero por mayoría relativa. No hubo más inscritos en esa competencia interna.

 

A la distancia, sin jefe político por la ausencia de un gobernador priísta, el dirigente nacional del tricolor, Alejandro Moreno, ha resuelto que sea el Comité Ejecutivo Nacional quien tome el control político del partido a través de quien fue impuesta en el cargo de delegada en la entidad. Hoy otra vez es legítimo, es democrático y es políticamente correcto para sus intereses y aspiraciones.

 

Ana Lilia Herrera busca erigirse como un contrapeso para el delmacismo, que pasará a la historia bajo la narrativa de entregar el Estado de México, en una elección que estaba pérdida desde el 2018. Y entre ambos grupos, parecen entusiasmados por medir quién le pone el último clavo al ataúd, al otrora partido hegemónico y al mítico Grupo Atlacomulco hoy en desahucio electoral.

 

La tenebra

Y vendrán imposiciones peores, a favor de los exgobernadores que representa.

 

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